A MEDIA SEMANA

Un vetusto reloj de arena

Por: Eugenio Reyes Guzmán*
jueves, 13 de enero de 2022 · 00:32

Por increíble que parezca, aunque los Emiratos Árabes están rodeados de arena, tienen que importar dicho mineral desde Australia y Canadá para satisfacer sus necesidades constructivas.

Así es, a pesar de que una tercera parte de la superficie terrestre se clasifica como desierto arenoso, esos pequeños granos minerales, por su redondez, no se pueden utilizar para fabricar concreto. Tal cual, por más parecidas que sean las arenas, lo cierto es que ni son ni se usan para lo mismo.

De hecho, cada una de las arenas que existen en el planeta varían notoriamente dependiendo de la zona geográfica donde se encuentren, los minerales en su entorno y las condiciones climatológicas. Pero quizás el dato más sorprendente es que, cual vetusto reloj de arena, para ciertos usos, ese mineral se está agotando.

El asunto es que la demanda de arena para la construcción se ha acelerado en los últimos años. Solo la República Popular de China fabricó más cemento en tres años, de 2011 a 2014, que lo que produjo EU en los zagueros 100 años.

En la India, el consumo de arena para construcción se triplicó desde el año 2000 y sigue en aumento. Más aún, conforme vayan creciendo las zonas urbanas en los continentes asiático y africano, la demanda por agregados pétreos se incrementará proporcionalmente.

Como dato contundente, el número de personas viviendo en zonas urbanas se ha cuadruplicado desde 1950, alcanzando los 4.5 millardos y se estima que aumente en otros 2 millardos en las próximas tres décadas. No hay vuelta atrás.

Pues bien, se estima que la demanda mundial de arena es al menos de 50,000 toneladas donde la mayor parte se destina a la producción de concreto, pero hay otros fines. Por citar algunos, solo en el año 2011 en los Países Bajos, se drenaron 20 millones de metros cúbicos de arena para formar una escollera de protección.

Otros usos donde se requieren copiosas cantidades de arenillas son para fabricar las islas artificiales de los Emiratos Árabes, las nuevas ínsulas chinas frente a Filipinas y el incremento de un cuarto del territorio de Singapur. Claro está, la arena comprada para esos fines a Camboya, Vietnam, Australia, Indonesia o Malasia, deja literalmente un boquete ecológico en los países de origen.

Hilando fino, uno de los tantos tipos de arena, la sílica, más allá de su uso en la edificación, es la materia prima para elaborar el vidrio y un elemento indispensable para fabricar los codiciados microchips.

El problema del abasto de arena se resolvería si tan solo se pudiera utilizar la arena del mar o del desierto. Desafortunadamente la primera contiene mucha sal y materia orgánica y la segunda no sirve por su superficie lisa y esférica. Las arenas que sí son apropiadas para la construcción son las que se extraen de los ríos, minas o dinamitando montañas. El reto es cómo reducir la demanda.

El programa medioambientalista de Naciones Unidas propone reutilizar el concreto de edificios derrumbados, sustituir el 10% de las arenas por plástico o pedazos de llantas viejas e incluso vidrio de desperdicio. La verdad es que todo eso suma, pero la solución real está en reducir el consumo y ahí es donde “la puerca tuerce el rabo”.

Francamente, el agotamiento de la arena como agregado para la construcción, al igual que el del agua y un sinnúmero de materias primas, es solo el síntoma del problema. El dispendio excesivo de los finitos recursos naturales, todos ellos interconectados, es realmente la raíz del problema.

La altura del edificio de Woolworth en 1913 era de 241 metros, las torres gemelas del World Trade Center alcanzaban los 417 metros en 1971 y el Burj Khalifa en Dubai tiene 828 metros hasta su punta y, con plena seguridad, otro lo superará.

En 1920, el tamaño promedio de las casas en EU era de 97 metros cuadrados y subió a 250 metros cuadrados para el año 2015, mientras que el número de habitantes por vivienda bajó de 4.11 a 3.15 en el mismo período.

Obviamente son promedios, pero el materialismo exacerbado en las viviendas es enarbolado entre los famosos como si fuese un virtuoso patrón conductual. Por citar un ejemplo, Jeff Bezos tiene una mansión en Hawái con valor de 78 millones de dólares donde solo habitan ocasionalmente él, su esposa y su único hijo. Cierto, cada quien puede hacer con su dinero lo que le plazca, pero absolutamente nadie se lo lleva consigo a su tumba.

De alguna manera estamos sustituyendo el cuánto tienes por el cuánto eres. Antes de que se agote el reloj de arena, quizás nos venga bien recordar lo que grandes pensadores han advertido.

Comenzando con San Francisco de Asís quien pregonaba: “Deseo poco y lo poco que deseo, lo deseo poco”. Concluyo con una frase de un filósofo chino: “El hombre superior ama a su alma; el hombre inferior ama su propiedad”.

*Director general del World Trade Center, Monterrey, UANL
 

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