LA BRÚJULA

Cultura es cultivar a la persona (Segunda y última parte)

Por: Heberto Peterson Legrand
jueves, 20 de enero de 2022 · 00:19

La ley justa y la libertad adecuada permiten la armónica relación entre las personas y contribuyen a una realización humana más plena.

Hay que tomar conciencia de que obedecer una ley justa nos perfecciona cómo personas. No hay libertad absoluta, debemos ceder parte de nuestra libertad para una convivencia posible donde todos solidariamente pongamos nuestra parte.

Aceptar una ley no implica renunciar a nuestra libertad, así como ejercitar nuestra libertad no implica un rechazo a la ley.

Una libertad absoluta nos llevaría al desorden y a la anarquía, al hedonismo y a una relatividad perjudicial para todo el tejido social, situaciones que ya se contemplan en sociedades donde los valores éticos y morales son ignorados.

Dice un educador que quien educa suprimiendo la libertad de la persona lo que forma no son seres humanos sino títeres, carentes de toda personalidad.

La formación verdaderamente humana es fruto de la conciencia de la auténtica libertad que permite formar personas.

Las cosas sabemos que se rigen por leyes físicas, pero las personas lo hacen por leyes morales. En la ley física no hay capacidad de autodeterminación, ni de elección ni de decisión; sin embargo la persona ejercitando su voluntad si tiene capacidad de autodeterminación, decisión y elección, por eso le podemos pedir cuentas de sus actos.

Cuando hablamos de libertad ello nos lleva a hacerlo sobre los Derechos de la persona y es conveniente mencionar algunos que son enúmerados en la encíclica “Paz en la Tierra” de Juan XIII: A la vida; a la integridad personal; a no sufrir mutilación física o psíquica; a no ser torturado; a no ser condenado sin previo proceso; a la intimidad de la vida privada.

También al secreto de la correspondencia; a la inviolabilidad del domicilio; al buen nombre y fama; a la elección de estado: soltero casado etc; a la libre expresión del pensamiento; a la información; a elegir la residencia y a trasladarse de un lugar a otro; a practicar la religión que en conciencia elija.

Sin dejar pasa la educación; al trabajo y la justa retribución; a la propiedad privada del fruto de su trabajo; al descanso; a la asistencia médica; a la seguridad en la vejez y enfermedad; a una vivienda digna; a asociarse; a utilizar el propio idioma y a vivir según la propia cultura.

El reconocimiento y la garantía del ejercicio de este conjunto de derechos humanos son exigencias éticas de la persona.

La libertad exige de nosotros el ser más dueños de nuestras personas y a ello contribuyen las virtudes humanas que debemos hacer propias:

La virtud de la Justicia nos permite dar y reconocer a los demás lo que es de ellos , lo que les pertenece, tanto en el ámbito de la familia, la escuela, la empresa, el gobierno y los organismos intermedios en que participemos.

La virtud de la Fortaleza nos permite no achicarnos frente a los problemas,saber llevar el timón de las convicciones y valores firme a pesar de los retos y dificultades.

La virtud de la Prudencia no permitirá distinguir lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto, lo conveniente de lo inconveniente y así tomar decisiones que no nos perjudiquen ni dañen a los demás.

La virtud de la Templanza nos permitirá evitar, cuando tengamos poder hacer mal uso de él.

Y finalmente hay que hacer una revisión de nuestra escala de valores, reflexionar sobre ellos y una vez jerarquizados que nos sirvan de brújula para guiar nuestros pasos en un mundo solidario y fraterno donde todos necesitamos de todos.
 

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