LA BRÚJULA

Crónicas ensenadenses: Ensenada, su malecón y su playa

3 de febrero de 2012, se inaugura el malecón Por: Heberto J. Peterson Legrand
lunes, 24 de enero de 2022 · 00:00


Cuando fue descubierta la Bahía de Ensenada el año de 1542 por el navegante Juan Rodríguez Cabrillo que se suponía era portugués, pero ya documentalmente se acaba de constatar que era de nacionalidad española. De seguro él y su tripulación se habrán quedado admirados de la belleza de aquella bahía o ensenada virgen, y al desembarcar le puso por nombre “San Mateo”.

60 años después arriba el navegante Sebastián Vizcaíno, al servicio de la Corona Española, la bautiza con el nombre de “La Ensenada de Todos Santos”, nombre que se le queda hasta el año de 1900, ya que por disposición del Gobierno Central, y para no confundirse con el Pueblo de Todos Santos del hoy Estado Sur de la Baja California, se le quedo únicamente el de Ensenada.

Sólo a la isla se le respetó el nombre de “Isla de Todos Santos”.

En aquella Ensenada a fines de 1800 y todavía a mitad de 1900 y conforme la población iba en aumento, las familias gozaban sus playas adonde instalaban sus carpas para disfrutar el obsequio que la naturaleza les había dado: allí se organizaban los más diversos juegos, había carrera de caballos, familias y las parejas de novios tomados de las manos o grupos de amigos y amigas caminaban disfrutando el sonido del mar, el quiebre de las olas y como sus aguas se deslizaban bajo sus pies para dejarles una grata sensación y sus bellos atardeceres que obsequiaban un hermoso espectáculo.

Un enorme y prolongado muelle de madera que se internaba en el mar era el deleite de niños y adultos, por razones que ignoro se destruyó, pero a mi juicio no debieron hacerlo.

Al paso del tiempo por falta de un plano regulador o por ignorarlo o por no importarles, la ciudad fue creciendo desordenadamente y poco a poco los Ensenadenses veían aquella bahía virgen, como la iban mutilando y contaminando sus aguas, dejando en los espíritus una sensación de impotencia y profundo dolor.

Nuestra bahía estaba protegida por dos enormes brazos y una isla: La cordillera de Punta Banda y el Cerro del Vigía. Esos dos enormes brazos simbolizaban la bienvenida que los ensenadenses daban a sus visitantes.

Hoy ha cambiado, transformado, esa hermosa bahía que nos pertenece y que nos permite transitar tranquilos con nuestras familias. La presencia misma de los pobladores en el bulevar y ahora en su malecón es el testimonio más elocuente de que se supo interpretar el sentir de los ensenadenses con su “Museo El Caracol” que beneficia enormemente a la juventud y ciudadanos de Ensenada, así como a visitantes nacionales y extranjeros, un museo interactivo sobre el cielo, mar y tierra. Cuando la iniciativa privada y gobierno se hermanan en algún buen proyecto este logra trascender.

Transitando a pie o en automóvil éste hermoso malecón, y nos aproximamos hacia la playa nuestra vista viendo hacia la derecha e izquierda, percibimos el contorno de esta bahía que por su belleza nos invita a dejar nuestras huellas en sus arenas y aspirar la pureza de su aire y transitándola darle un remanso a nuestro espíritu, descansar nuestros nervios, ver a lo lejos para deleite de nuestros ojos cómo el sol se oculta en el horizonte y las nubes adquieren bellos colores de tonalidades bermejo y caprichosas formas que nos cargan de energías para que cada quien siga adelante con sus proyectos.

Tenemos una grave responsabilidad los ciudadanos de mantener limpia y digna nuestra bahía y hacerlo junto con nuestros hijos como un valor cívico, y es deseable también que toda construcción que se haga junto al malecón o en él este en armonía y lo estético siga siendo agradable a los ojos de los ensenadenses.

Cuidemos nuestra ciudad, hay que amarla, y con nuestro ejemplo cívico y civilizado demos testimonio individual y colectivo de que la vemos como nuestro hogar común.
 

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