CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

Arremete Gould: Iridiscencias en Glenn Gould

Por: Rael Salvador
viernes, 28 de enero de 2022 · 00:29

Escucho a Glenn Gould, las “Variaciones de Goldberg” (1981), y es como oír a Dios niño gatear tranquilo, haciendo sonar la gravilla adiamantada del infinito…

Arremete Gould –apenas una iridiscencia aislada en la espiral del perfume– y el Universo enciende sus hornos de seda íntima en el acuático vórtice de la rosa enardecida… y todo es como un roce sensual que llama a las profundas aguas del centro de la dicha.

Escucho a Glenn Gould y la marea cósmica es un deseo terminal de abandonar lo inútil de la escritura y abrir de nuevo los pianos a la frescura de lo indecible… de Bach, el auténtico hijo de la creación.

(Arráncate los ojos, me digo, y abre bien los oídos del alma y, entonces –¡sólo entonces!–, déjate llevar en tu pobre barcaza de carne).

Floto con las piedras en la habitación, los libros se deshojan como partituras en el viento de la música y, paciente como una caricia legítima, Gould está sentado en la silla de su padre tocando uno a uno –encorvado, ecobalbuceante– los pelos del gato tornasol. ¡Ya no hay luz, ya no existe la oscuridad y los colores recuperan sus cuerpos de relámpagos humildes en esta selva dulce que arrastra la dicha inabarcable de saberse maravillosamente eterno!

Páginas de luz en el vacío
Las palabras, juguetes de infancia primero, luego capital para hospedarme otros mundos. Hasta este mismo instante, la existencia ha sido una pasión peligrosa: el aprendizaje. He gastado mi vida enriqueciéndola con toda clase de libros.

Se puede leer con la convicción de que el espíritu –a la velocidad de la luz en el vacío– construye la realidad, para después saber que son imprescindibles un par de páginas más para sobrevolar un poco las cloacas de nuestro deshonor humano.

No sólo ante la enfermedad y la vejez se está vivo un segundo antes de morir, sino que cualquier instante –como se demuestra a priori (porque no hay experiencia a posteriori)– es benigno para abrazarnos a la Muerte, y ante ese dulce vórtice brillante, abiertos los libros, tengan la confianza irrestricta de que un aprendizaje lleva a otro...

Lectura de Alejandría
En los tiempos en que no había imprenta, los “libros” fueron palacios brillando, como faros, en la memoria. Por eso, mientras en nosotros exista Alejandría, los hombres, a través de los libros, llevarán la memoria a otros hombres.

De Rerum Natura
Huimos al dolor, avocándonos al placer; perseguimos liebres y tejemos sueños: definimos lo humano, consolándonos ante las espirales del hachís o el sándalo. Heridos, buscando auxilio, embriagamos pájaros para que nos revelen sus secretos. Lo que vulnera lo envolvemos con el celofán de la Cultura y hacemos de toda herencia un consuelo sospechoso.

“En el dolor –revela Nietzsche– hay tanta sabiduría como en el placer; ambos pertenecen a las fuerzas primordiales que conservan la especie. De no ser así, esta fuerza habría desaparecido hace mucho tiempo; el hecho de que haga daño no constituye un argumento contra él, sino que es su naturaleza”.

Coda
¿Quién me habla ahora de la caligrafía en oro de Glenn Gould, cuando interpreta la “Marcha Turca” de Mozart?

raelart@hotmail.com

 

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