CRÍTICA DE LA RAZÓN CÍNICA

El silencio de la muerte es el peor de los silencios

Por: Rael Salvador
viernes, 7 de enero de 2022 · 00:26

Si es así, quiero estar libre de todo consuelo.

No ocupo de cien masacres, seguidas de mil infiernos… y un bombero, un policía, un paramédico o un fotógrafo con los restos de un niño moribundo cargado en brazos.

La paradoja ética de no encontrarme en ningún bando: de los que matan y son asesinados; de los que son asesinados y matan. Polos en tensión política, que hacen de la religión algo homicida; extremidades que se acechan y se repelan, que se conflagran y destruyen: bordes terminales, en los que no hay reconciliación ni en ellos mismos.

El hombre rebajado a la insensibilidad, convertido en un arcángel sonriente que devora carroña… y que, belleza en el acierto de la demencia, Lincoln llamó “los mejores ángeles de nuestra naturaleza”.

Más niños masacrados no es poco, menos cuando las desmesura abarca cifras que rayan en lo inverosímil ridículo. ¿Abanderó ya el planeta la rabia del infanticidio? ¿Se dio cuenta que no son sólo fotografías sentimentales? ¿Qué los más recientes crímenes sobre el género infantil es un asunto que nos implica y nos corresponde?

Si se es héroe por accidente –“no es héroe quien desea ser héroe”, determinó Sartre–, se hace por lo tanto indispensable la catástrofe, la tragedia, ese núcleo de fatalidad que estalla en desgracia y se expande en desdicha, como sucedió no hace mucho en Alepo con un coche bomba que penetró la zona de espera, donde se comía, con el pretexto de entregar ayuda humanitaria...

(Me viene a la memoria aquella escena en la que, al aterrizar el helicóptero norteamericano en el patio de la escuela, la maestra se acerca y, disimulando apoyo, avienta al interior del aparato su Nón Lán –sombrero vietnamita– con una granada camuflada y hace estallar todos los amparos de la ética… pero se trata de “Apoclypse Now” (1979), una película que si algo tiene que ver con la realidad es la recreación vesánica de la locura en el hombre.)

Horror, con error anunciado: al dejar atrás su hogares, todas estas almas también abandonan la vida. ¿Por qué? Si cada ataque perpetrados nos resulta indigno, más indigno es saber que las obligadas caravanas migrantes en estados de guerra –que evacúan niños entre sus familias– también se infiltran milicianos en activo…

La primera ley que marca el filósofo Bernard-Henri Levy para entender un grave problema bélico –que no lo desaparece el tiempo ni lo oculta la distancia– es llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan, y al vino, vino… Y atrevernos a decir esa palabra terrible: “Guerra”.

Ya, en su momento, nos lo advirtió John F. Kennedy: “Si la humanidad no acaba con la guerra, la guerra acabará con la humanidad”. Pero de lo discutible a lo visionario, nos desatendemos de los hechos: “Los pueblos nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más de los que se les dice”, nos recuerda también el periodista argentino Mariano Moreno.

Ávidos de relatos, los medios de comunicación no dejan de armar el melodrama –once again– con las incineradas flores del apocalipsis: no olvido al “El héroe con cámara de Alepo”. ¿Qué nos queda? ¿El optimismo de la inseguridad? ¿El pesimismo de un rayo de luz? ¿La violencia utilitaria? ¿Ver la guerra como la oportunidad de convertirnos en adalid?

De ser así, deseo encontrarme libre de todo consuelo.

raelart@hotmail.com

 

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