COLUMNA INVITADA

Los Marías

Por: José A. Ciccone
lunes, 3 de octubre de 2022 · 00:00

Hace poco más de una semana, en un domingo -quizás con cierta irónica jugarreta del destino, porque también ese día moría Isabel II del Reino Unido, Jefa de la Mancomunidad de Naciones-, me sorprendió sacudiendo mis fibras íntimas, la muerte, de uno de mis escritores admirados, Javier Marías.
Miembro de la Real Academia Española, premiado en varias ocasiones por la maravillosa narrativa de sus obras, por su vigorosa prosa. Hombre honesto, equilibrado, con un sentido magno de la amistad y la ayuda concreta a los demás. Defendió, hasta donde pudo, el buen decir, tratando de detener o por lo menos amilanar, esta andanada de malos usos de nuestro lenguaje tan común en nuestros días, donde hay gente que por ‘ahorrarse’ un par de letras, son capaces de utilizar el "x qué" en aras de una absurda e inútil velocidad mal entendida que los conduce a ningún lado.
Marías fue un compañero de viajes y ratos de ocio en los últimos años, sobre todo recordando sus escritos que más me impactaron -Corazón tan blanco- llenando mis horas de consumado lector. Porque eso somos los lectores; viajeros ligados a la pasión por leer, ese leer itinerante que es deriva, búsqueda sin garantía de que el encuentro será alcanzado, motorizado por el deseo y la curiosidad, se ubica en las antípodas de un leer técnico, con fines de adquirir aprendizaje o algún conocimiento instrumental.
Roland Barthes en sus escritos sobre la lectura señala la in-pertinencia de esta actividad, porque en el dominio de ésta, no hay objetos pertinentes. En lo místico, es sabido que Teresa de Ávila hacía de la lectura un placentero hábito como sustituto de la oración.
En mi caso, siempre que muere un escritor me duele más, será porque aunque sirva de consuelo quedarnos con sus obras para deleitarnos una y otra vez, me queda un vacío al saber que -harto como estoy de tanto mundo virtual-, no podré abrigar la esperanza de conocerlo en carne y hueso, en alguna ponencia, congreso o presentación de un libro en remota feria, a este excelso escritor que moviliza mi interés por la lectura, que despierta mis duendes ávidos de sorpresas ocultas, mi imaginación movediza con su cuota de arrojo y mis deseos de olor a libro.
Un genial artículo de Juan Villoro, -escritor más presente que nunca en nuestra literatura-, describe a Javier Marías de forma conmovedora: "La musicalidad de su prosa, que parece seguir la cadencia y las pausas del hombre que fuma, hicieron que cada una de sus páginas tuviera un sello inconfundible. Como Borges, Onetti, Rulfo o Valle-Inclán, Marías creó un lenguaje privado, que sólo a él pertenecía. Sus frases se reiteraban como los motivos de una sinfonía, alternando el efecto de lo que ya ha sido dicho.
El apellido Marías me evoca un pasado hermoso, allá por mediados de los años setenta, cuando elaborábamos, dirigidos por el querido maestro Emmanuel Carballo y formando equipo con el hoy recordado Orlando Ortiz, la revista de Don Eulalio Ferrer, Cuadernos de Comunicación.
Tuve el privilegio de integrar ese equipo, que invitaba a sus páginas a consagrados escritores, pensadores de alta gama y filólogos que engalanaban las ediciones, entre uno de ellos figuró Don Julián Marías, padre del hoy desaparecido Javier.
Un erudito en materia lingüística, miembro de la Real Academia Española, escritor que supo sintetizar en párrafos sencillos, la magnitud de la comunicación humana: "Hablar de los hombres e intentar hacer su historia, implica hablar de la globalización en la forma de comunicarnos.
Si esto se olvida, el resultado es una omisión que compromete la claridad de nuestra imagen del hombre. La razón no puede ser más elemental: el hombre es un ente que esencialmente se comunica, que adquiere su calidad humana al comunicarse. Su humanidad se realiza, pues, en las diversas formas de la comunicación".
Los Marías hoy son, seguramente, polvo de estrellas. Padre e hijo nos dejan su obra, tan prolífica como extraordinaria. Aunque la paz eterna hoy los circunda, sus plumas seguirán más vivas que nunca.

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