ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

El artillero que descifró los jeroglíficos mayas

Por: John Joseph Temple*
jueves, 17 de noviembre de 2022 · 00:00

Berlín, abril de 1945. Todo es destrucción. Los libros de la Biblioteca Prusiana estaban siendo empacados para ser llevados a salvo a los altos de Austria, pero son dejados a un lado para activar la defensa.
Un soldado del ejército soviético atina a pasar por ahí y toma como despojo de guerra dos libros: La Relación de las Cosas de Yucatán, editada por el abad Brasseur de Bourbourg en 1864, y el otro, una reproducción de los tres códices mayas conocidos entonces, efectuada por los hermanos J. Antonio y Carlos Villacorta en 1933.
Ese militar es Yuri Valentinovich Knórozov, nacido en un domingo 19 de noviembre de 1922 (este sábado serán 100 años), estudiante de Historia y Lingüística no alfabética, en la Universidad Lomonosov, de Moscú.
Poco después, en 1948, se titula de maestría con un trabajo sobre rituales shamánicos en Asia Central.
Uno de sus maestros, Serguei Tokaev, le muestra un artículo de Paul Schellhas, de 1947 titulado “El desciframiento de las escrituras mayas, un problema insoluble”. 
Knórozov tenía como premisa que “lo que fue creado por una mente humana, puede ser resuelto por otra”, así es que, acicateado por este reto, decide emprender la tarea del desciframiento.
Empezó auxiliándose del alfabeto maya que el obispo Diego de Landa había compuesto con los escribas yucatecos. Pero el mitrado parecía no haber entendido bien cómo funcionaba, pues pretendía lograr un alfabeto, en vez de sílabas.
Observando las imágenes de los códices, concluyó Knórozov que había 355 diferentes motivos gráficos que podían ser tomados, no alfabéticamente, sino silábicamente. Uno de los trucos que encontró, por lo menos al principio, fue comparar los glifos de la glosa con el alfabeto de Landa sin utilizar la vocal última: en vez de dos sílabas con consonante-vocal y consonante-vocal, sino consonante-vocal y consonante. Así, por ejemplo, en el Códice Madrid, donde aparece la imagen de un buitre, que en maya es kuch, la glosa jeroglífica sería ku-chi, pero eliminando la última vocal queda kuch: buitre. Lo mismo en el Códice de Dresde, con carga: ku-chu, quedando kuch. O de tres sílabas, cautivo: chu-ca-ha, quedando chucah, también de este último documento.
Cuando en su examen doctoral publicó sus resultados en 1952 con el título de “La escritura antigua de América Central”, en plena guerra fría, los investigadores occidentales desdeñaron sus resultados por ser fruto del marxismo-leninismo. Se argumentaba que los jeroglíficos mayas eran logogramas que correspondían a palabras completas que, al carecer de contexto, era casi imposible descifrarlos. Uno de esos investigadores fue Eric Thompson, famoso mayista inglés.
Sin embargo, su idea atrajo a otros investigadores que pudieron desarrollar mejor, y con más herramientas el método de Knórozov, como Tatiana Proskouriakoff, quien pudo revelar linajes de Piedras Negras en 1960 y Heinrich Berlin, en 1958, que encontró varios glifos emblema que representaban los nombres de varias ciudades mayas.
La obra inicial de Knórosov fue publicada por el Fondo de Cultura Popular en México en 1954.
Yuri Knórozov nos obsequió todo un universo para entender mucho del mundo maya hasta entonces desconocido, resucitando personas, ciudades y contextos con escritura de monumentos, cerámica y arte mobiliario.
Cuando se le preguntó a Knórozov por qué él sí había podido descifrar los jeroglíficos mayas, y otros no, dijo con cierto sentido del humor: “Es que ellos son arqueólogos, y yo soy lingüista”.

*Investigador del Centro INAH BC

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