LA BRÚJULA

Aceptación de los demás

Por: Heberto Peterson Legrand
lunes, 28 de noviembre de 2022 · 00:00

¿Por qué otros piensan diferente a mí?, se pregunta el fanático e intransigente, el intolerante que quiere exigir que todo el mundo piense como él, sin importarle hacer una reflexión seria sobre esta interrogante que, por no ser tomada en cuenta, ha sido la causa de guerras, persecuciones, explotación.
Vivir de espaldas a los demás sin que nos importen es traicionar nuestra propia condición de seres sociables por naturaleza. No podemos ni debemos eludir la realidad de que estamos insertos en una sociedad cuyo entorno, nos guste o no, influye sobre nosotros y a su vez influimos en él.
Vale la pena hacer algunas reflexiones sobre ello, aunque sean un tanto superficiales y no tengan la profundidad que quisiéramos, pero que esperamos motiven a otros más lúcidos a reflexionar.
¿Soy un robot? ¡No!, si no soy un robot soy un ser racional, es decir, dotado de razón. Si soy un ser dotado de razón pienso, y si pienso y soy libre, tengo necesariamente que ser diferente a otros seres humanos: tengo mi propia personalidad e individualidad.
Si acepto estas diferencias ¿por qué soy tan intransigente cuando alguien expone un pensamiento ideológico opuesto al mío? ¿No será falta de madurez de mi parte? ¿Podré superar esa deficiencia que me hace perder la perspectiva de la realidad?
En el mundo que habito existen razas tan distintas e ideologías tan opuestas en lo político, filosófico etcétera, y me pregunto: esos que son distintos ¿son necesariamente mis enemigos?, tengo una cosmovisión que difiere a la de algunos... pero... ¿acaso por esas diferencias les debo poner le etiqueta de enemigos? ¡No!, conozco a muchos bien intencionados que merecen mi admiración y respeto. Yo debo tener convicciones y ser congruente con mi modo de pensar, pero debo también tener la capacidad de respetar el ámbito de su conciencia y libertad.
¿Qué acaso la buena intención tiene todavía cabida en este mundo? ¡Claro que sí! y son muchos los jóvenes que la practican, la buscan, pero... para pedirle a mi hermano, a mi semejante que me abra su corazón ¿qué debo hacer? Pues abrir el mío y ser sincero. Dios quiera y la costumbre no haga que desaparezca del diccionario esta palabra por falta de aplicación.
Decía el Papa Juan XXIII de feliz memoria: Hay que buscar lo que nos une, no lo que nos separa. Este pensamiento sintetiza una realidad que es a su vez una necesidad ineludible, ante la cual no debemos, no podemos cerrar los ojos de la inteligencia, ni los sentimientos aún nobles que anidan en nuestro corazón.
Hay quienes se ríen de la palabra amor, sin percatarse, los pobres ingenuos, o mal intencionados que es la única fuerza que logra mantener el equilibrio y armonía de la humanidad.
¿Existe algún ser superior y Creador del universo?, nos hemos de preguntar los humanos independientemente de nuestra particular cosmovisión. Unos pensaran que sí, otros que no, y, sin embargo, los debo respetar, pero ¿yo creo?, definitivamente sí, pues ¿inteligencia ordenadora? Y lo puedo abarcar; pretenderlo me parece demasiada ostentación, pues ¿desde cuándo la parte abarca al todo o lo finito a lo infinito? 
Si la ciencia tiene ante sí incógnitas que no puede descifrar... ¿podrá descifrar al Creador? ¡No!, sin embargo, sé que grandes sabios fueron y son creyentes.
Al Creador lo puedo intuir y sé que lo que quiere es el bien, pero... ¿qué es el bien? Es amar y desear lo mejor para nosotros y nuestros semejantes. Esto es lo que me dice mi limitada razón, pero la plenitud de la luz la encuentro en la Revelación Divina.
Hay que aceptar y aprender de los demás, el ser humano es una persona que debe complementarse con los otros.

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