LA TURICATA

El teléfono

Por: José Carrillo Cedillo
martes, 29 de noviembre de 2022 · 00:00

Cuando, hace cincuenta años, la señorita Irma aceptó mi propuesta de matrimonio, dimos el enganche de un condominio de reciente construcción, de tal modo que cuando regresamos de la luna de miel, llegamos a nuestra casa-departamento de dos recámaras (ya amueblado) en el tercer piso de un edificio de cuatro pisos. Sólo faltaba el teléfono, mismo que nos instalaron semanas adelante y como juguete nuevo, proporcionamos el número a familiares y amistades y fuimos adaptándonos a nuestra tranquila existencia.
Ringggg... una tarde sonó el teléfono y me apresuré a contestar con la idea de que era Elena, una compañera de trabajo, quien acostumbraba hablarme para comentar algo del trabajo e incluso algún ‘’chisme’’ para matar sus ocios.
¿Bueno? ¡Quihubo! ¿Cómo estás? Bien... contesté, tratando de reconocer la voz del hombre que llamaba.
Pues te llamo para saludarte...
¡Ah! Qué bien... ¿Qué me cuentas de nuevo? dijo mientras yo hacía denodados esfuerzos por reconocerlo.
Pues ya te digo, te llamo para saludarte...
Tuve que pedirle que me dijera quién era.
¡Voooy! ¿pues a poco no te acuerdas quién habla? no te hagas, bien que sabes quién soy...
Oye, de verdad, no sé quién eres...
¿Ya no te acuerdas de mí?
No, la verdad no sé quién eres...
Me vas a hacer enojar, ¡cómo voy a creer que no me reconoces!
Pues insisto y mira, si no me dices quién eres, voy a colgar... Voooy... ¿a poco serías capaz?
Pues sí, ¿acaso no te habrás equivocado de número? ¡No! Es contigo con quien quiero hablar.
Su voz sonaba tan segura, que me hizo dudar.
Oye, ¿de veras no te acuerdas de mí? No, no me acuerdo, yo no te conozco.
¡Vooooy...! Por última vez, si no me das tu nombre, voy a colgar...
Pasaron unos segundos sin ninguna respuesta y colgué.
No habían transcurrido ni cinco minutos cuando sonó y contesté pensando en que esta vez sí era Elena.
¿Bueno? ¿¡Por qué me colgaste cabrón!? Ya te dije que, si no me dices tu nombre, es inútil seguir...
No te hagas buey, bien que lo sabes...
¡Otra vez! ya dije que no! y colgué. Unos minutos después volvió a sonar el teléfono, esta vez sí era Elena.
Sonaba ocupado tu teléfono, espero no sean malas noticias... dijo.
¡No! era un joven que se niega a darme su nombre y yo creo que no lo conozco.
Al otro día, más o menos a la misma hora, sonó el teléfono y era el desconocido y se desarrolló más o menos el mismo diálogo del día anterior: le colgué.
Los cuatro o cinco días siguientes, el tipo hablaba toda la tarde, aunque le colgara después de mis insultos, pues al reconocerlo mi lenguaje se volvió más fluido “mezclando’’ inglés, francés y español, de hecho, inventé nuevos insultos que estrené con él.
Desde luego que mi cerebro no tenía descanso repasando a quién le habíamos dado nuestro número y me dediqué a comprobar entre muchos conocidos, si alguno de ellos era el bromista, de ser así ya se había pasado de azul Prusia, el más oscuro de los azules. ¿Qué hacer? (no es el libro de Lenin) llamar a la policía? no, esta opción quedó desechada de inmediato, por su manera de hablar, no era muy educado y yo al contestarle, mucho menos.
Por las tardes después de comer, descolgábamos el teléfono pues temíamos que él llamara, pero pasadas unas horas lo colgábamos por si acaso un familiar necesitara hablarnos... y nos marcaba, el mismo diálogo, con pequeñas variantes y su desagradable risita como colofón en cada llamada, entre más me enojaba, más se reía, lo que se convirtió en un juego muy morboso. Si era la venganza de alguien, quien fuera, había logrado con creces su objetivo.
Siempre me llamó la atención que nunca dijo mi nombre, luego, ¿sería un despistado que de verdad creía estar hablando con una persona conocida? Su tenacidad, como molesta mosca, era de llamar la atención, como si alguien le hubiera pagado para aplicarme ese tormento chino y él no se cansaba de recibir, de mentadas para arriba de mi enojada parte y era más que evidente que gozaba con la molestia que me causaba.
Después de varias semanas dejó de hablar.
¿Quién era? jamás lo supe. ¿Cuál era su motivo? tampoco lo supe...
¿Sería una broma pesada de un ‘’amigo’’? Nadie sabe, nadie supo... pero por mucho tiempo cuando sonaba el ringggg, era un sonido siniestro, al estilo Hitchcock.

jcarrillocedillo@hotmail.com 

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