CONVERSEMOS

¿Conversemos? ¿En serio? ¿Se podrá?

Por: Ricardo Harte
viernes, 4 de noviembre de 2022 · 00:00

¿Será posible, hoy en día, enarbolar la bandera de “conversemos”?
¿Hay posibilidad de que ello suceda?
¿Hay, hoy en día, con los terrores sembrados, con las ideas fosilizadas, con los intereses inamovibles, una mínima intención de conversar?
Y cuando me refiero a conversar, estoy pensando en esos eventos en que un grupo de seres humanos se reúnen para confrontar ideas, para dirimir desacuerdos, para lograr concertar acciones en favor de todos, a partir de la elemental actitud de escuchar al otro.
Pero escuchar no para buscar sus puntos débiles a partir de los cuales contra argumentar y derrotarlo retóricamente en la discusión, sino escucharlo con el auténtico, verdadero interés de descubrir cuáles son los argumentos opuestos a los suyos y, con ello, aprender, madurar y encontrar la mejor solución sobre el tema que se discute.
Hemos desarrollado una ceguera/sordera de tal magnitud, que hace casi imposible pensar en, hoy un idealismo, la posibilidad de un diálogo en que todos estemos con el mismo deseo de encontrar la verdad, sin preocuparnos de que esa verdad pertenezca a alguien, o que se derive de un cierto pensamiento ajeno a mi pensamiento, o que esa verdad me ubique en una zona de debilidad, o que el oponente a mis propuestas salga vencedor y yo salga perdedor.
Es decir, lo verdadero, lo debido, lo justo, parece ser una entelequia cada vez más difusa y que lo que prevalece es MI interés, MIS conveniencias, MIS paradigmas, MIS prejuicios, MIS estereotipos, MIS creencias.
En un escenario de extremismos, de fanatismos, de codicias, la primera víctima es el diálogo.
Las preguntas, y las reflexiones subsecuentes, del comienzo de este artículo, nacen de la observación del fenómeno Lula/Bolsonaro en Brasil (observación que podría extrapolarse a muchas otras situaciones en el planeta).
He quedado estupefacto ante la virulenta reacción de los grupos “bolsonaristas”.
He visto varios videos levantados en el lugar de los hechos, en donde personas envueltas, la mayoría, en banderas brasileñas, bien vestidas, corpulentas, con anteojos para sol de marca, gritaban desaforadamente en contra de Lula, acusándolo de ladrón, corrupto, delincuente y, aquí el asombro me excede, de… comunista.
Entiendo, y así lo he afirmado repetidas veces, que llevamos dentro dos angelitos (igualmente buenos). Uno encarna la tendencia a mantener lo que hemos logrado, a que las cosas no cambien. El cambio me crea incertidumbre y la incertidumbre me crea ansiedad. Y no me gusta vivir con ansiedad. El otro, por el contrario, es el angelito que me empuja hacia lo desconocido, a dudar, a investigar, a encontrar y descifrar lo desconocido. Es el angelito que me susurra: “… el cambio es lo único válido…”.
Cuando uno de los dos angelitos prevalece, nos convertimos en conservadores o, si ganó el otro, en liberales.
Ser conservador o ser liberal, entonces, no está mal. Es parte de la condición humana.
El caos, lo catastrófico a niveles apocalípticos sucede cuando cualquiera de las dos posiciones adopta actitudes de ciego fanatismo, atizada por la ignorancia y el temor.
La ignorancia que construye estereotipos y prejuicios inapelables y el temor, derivado de esa ignorancia, que ubica a los contendientes en la dimensión del paroxismo irracional.
¿Se podrá dialogar con alguno de esos jóvenes que corren para arriba y para abajo, envueltos en la bandera de su país, vociferando que “…el comunismo no regresará” …?
¿Se podrá dialogar con seres humanos que han caído en las redes de una suerte de marco ideológico (llámese religión, política, cultura o lo que sea) producto de la mentira, de la tergiversación, de la corrupción, del egoísmo?
Para cerrar estas reflexiones, citaré textualmente un fragmento del discurso de Gustavo Petro Urrego, Presidente de Colombia, en el Foro de las Naciones Unidas:
“… Nada más hipócrita que el discurso para salvar la selva.
Mientras dejan quemas las selvas, mientras hipócritas persiguen las plantas con venenos para ocultar los desastres de su propia sociedad, nos piden más y más carbón, más y más petróleo, para calmar la otra adición: la del consumo, la del poder, la del dinero… No toquen con sus venenos la belleza de mi patria. Ayúdenos sin hipocresías a salvar la selva amazónica para salvar la vida de la humanidad en el planeta…”
Repito: ¿podremos aspirar a continuar dialogando si mi interlocutor tiene dólares que le tapan los oídos y que no le permiten oír mi voz? ¿Qué tiene un par de pánicos en cada ojo que no le permiten ver mi mirada?
Pues… no sé.

...