ANDANZAS ANTROPOLÓGICAS

Remedios para el dolor de huesos

Por: Andrea Guía Ramírez*
jueves, 5 de mayo de 2022 · 00:00

Los fósiles son todas aquellas evidencias de cualquier ser vivo que habitó la Tierra hace más de 10 mil años. Tenemos a los fósiles minúsculos, aquellos que es posible ver a través de un lente o los enormes huesos, que constituyeron solo una pequeña parte del esqueleto de un vertebrado gigante.

También tenemos las carbonizaciones, impresiones al carbón, de plantas o insectos; la inclusión en ámbar, la momificación y por supuesto, la mineralización. Y recordemos que también las pisadas, los moldes y vaciados son fósiles.

Los fósiles nos permiten conocer organismos que vivieron en épocas distintas, los ambientes que habitaron y sus transformaciones. Cada uno de los fósiles nos cuenta una historia distinta, ya sea temporal o espacialmente, y lo más importante es que cuentan una historia del individuo. No solo el dónde y cuándo vivió, sino también el cómo vivió.

Ocasionalmente, he llegado a observar algunos huesos con patologías óseas y no puedo evitar pensar en cómo fue la vida de ese organismo viviendo con tal condición, ¿Qué causó la enfermedad? ¿Por cuánto tiempo logró sobrevivir? ¿Fue más susceptible a los depredadores? ¿Cómo murió? Algunas preguntas pueden ser contestadas parcialmente y otras resulta difícil tener una respuesta.

A mi mente, llega el esqueleto de un gonfoterio (proboscídeo parecido al mamut, pero con defensas rectas y más pequeño) que fue rescatado en el Valle de San Quintín. Del organismo solo se recuperaron algunas costillas, vértebras, un fragmento de escápula y de molar (elemento importante para la asignación taxonómica). Al tratarse de un rescate, el trabajo suele ser relativamente rápido.

Las piezas se extraen y se protegen con yeso para su traslado. Ya en el laboratorio, comienza el proceso de limpieza y consolidación, es en este momento donde nos podemos percatar de las condiciones de los ejemplares. Y fue justo aquí, que pudimos observar las lesiones esqueléticas del organismo.

Al ir limpiando los elementos observamos crecimiento óseo (osteofitos), algunas vértebras carecían de la carilla articular y en las costillas observamos destrucción ósea. El desgaste del molar nos sugiere que se trata de un organismo senil y que a su edad presentaba diversas dolencias esqueléticas.

Cabe mencionar que la recuperación de las piezas fue difícil, literalmente se deshacían en nuestras manos, así que el proceso de limpieza y consolidación ha sido un reto con el cual seguimos trabajando. Si bien, aún falta concluir con la intervención de los elementos óseos, sabemos que nos enfrentamos a uno de los proboscídeos con las mayores lesiones esqueléticas reconocidos hasta el momento en Baja California.

Algunos investigadores sugieren que un desbalance en la dieta, alteraciones en el metabolismo mineral (calcio y fósforo) causados por cambios climáticos y ecológicos pudieron impactar en la condición de salud de los grandes proboscídeos, especialmente mamuts, manifestándose en diversas patologías óseas.

Aunque no sugerimos que sea el caso de nuestro espécimen, es claro que la vida del gonfoterio estuvo marcada por diversas anomalías esqueléticas, que seguramente impactaron la vida del individuo. Esto nos enseña que los grandes mamíferos del pasado también padecían enfermedades que hoy tenemos la oportunidad de estudiar y conocer gracias a las evidencias conservadas en las rocas, a las que llamamos fósiles.

*Inv. Centro INAH-BC

andrea_guia@inah.gob.mx

 

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