UNA MIRADA A LA INFANCIA

La felicidad es un tesoro

Por: Psic. Laura Elena Beltrán Padilla*
jueves, 23 de junio de 2022 · 00:00

Así como el gatear, pararse y caminar llevan su tiempo, más lo toma el correr, saltar y bailar. Algo sencillo, con la práctica, se torna cada vez más complejo. El instinto humano es la evolución, el crecimiento. Un ser vivo trae consigo componentes hereditarios. De alguna forma los ancestros dejan huella en esta tierra y nutren a los siguientes. Por ello se estudia el árbol genealógico, porque cada integrante ejerce cierta energía sobre los demás. Mucho depende de qué tan fértil sea la tierra para que se dé cierta prosperidad.
¿Con la felicidad se nace? Considero, se va descubriendo en el inter del camino. Cuan maravillosos son nuestros sentidos que nos permiten conectarnos con el exterior y nutrir el interior. El cielo, el mar y la tierra nos brindan su riqueza a través de tanto. Podemos apreciarlo con las flores en una vereda, las aves al volar o los animales al pastar. La vida trae consigo experiencias y retos, es parte del mantener el equilibrio el dar y recibir.
Lo que implica menor costo, lo no material, es lo más significativo, y según el esquema de valores. No digo que ciertos recursos no ayuden para hacernos la vida más fácil, que no disfrutemos de ellos, pero según indican estudios del comportamiento humano, el mayor bienestar se genera en un ambiente reconfortante, en contacto con la naturaleza. 
El propósito fundamental del vivir, independiente a las creencias religiosas, la cultura y el estatus social, lo es el ser compasivo con uno mismo y con los demás. El respeto entre seres genera un impacto y es redituable tarde que temprano. Cuando se da amor se recibe, hay una sinergia. En ocasiones somos apáticos e indiferentes a las necesidades de nosotros mismos, “no pasa nada, estoy bien”, pero nos vamos aislando por situaciones que no queremos resolver, nos cegamos ante un mundo de oportunidades. Debemos de considerar que somos modelo para los hijos, aprenden de nuestro actuar y del cómo respondamos a situaciones cotidianas. 
Los hijos, sin necesidad de palabras intuyen el estado de ánimo, aprenden a decodificarlo a través de fibras sensitivas desde muy temprana edad. Conforme pasa el tiempo, van apreciando cada vez más el entorno y aprendiendo del mismo. No es que los adultos estemos exentos de problemas, en algún momento dado, es cómo se intente salir a flote de los desafíos. Lo que sí, si el adulto se abraza a sí mismo y al problema en su conjunto, podrá sanar, la naturaleza le brindará nuevas oportunidades, estará más en paz. 
Pareciera que algunos seres son más perseverantes que otros para sobrellevar acontecimientos que llegan de forma inesperada, pudiendo ser el quedarse sin empleo, la pérdida de un ser querido o una enfermedad. En el caso de un niño, reprobar un examen, alejarse de su mejor amigo o no ganar alguna medalla en los deportes. Hay niños que nos enseñan mucho sobre perseverancia. Aun teniendo un padecimiento importante o alguna limitación, física o intelectual, se esfuerzan por alcanzar metas, hacen lo mejor posible.  
Si aprendemos a observar, simplemente en la calle al caminar, nos daremos una idea de cómo se conectan las personas en un espacio. Algunos pasan y saludan con una sonrisa de buenos días, en otros, prevalece la apatía; lleva a pensar que hay pesadumbre, un gran vacío. Se pude ser feliz con experiencias simples, cotidianas, porque ese estado está dentro de uno, talvez muy reprimido porque se desarrolló una coraza para “no sufrir”, cerrándose a esa oportunidad, pero la felicidad no está necesariamente al otro lado del mundo. Para un niño el comerse un trozo de sandía en la arena y revolcarse en una que otra ola, le trae felicidad. Conforme se pasa el tiempo, los adultos nos colocamos mascaras para proyectar el “estoy bien y soy feliz” cuando por dentro se está triste, se intenta opacar, sin buscar alternativas que ayuden a sacar el máximo provecho a la vida. 
Lo importante es que, pese al cúmulo de actividades que los padres de familia tienen, se favorezca el vínculo entre pequeños y grandes, se les enseñe a los hijos con el ejemplo de amor y gratitud. Por más sencillo que parezca hay que perseguir la felicidad. Pasar la estafeta con una sonrisa espontanea es la mejor herencia. La felicidad es un tesoro, es algo muy valioso que no está en el exterior: en la riqueza, en lo material, sino que debe surgir del interior de cada persona.

*Posgrado en psicoterapia de niños

laurabelpad@gmail.com 

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