UNA MIRADA HACIA LA INFANCIA

¿Soy bueno o soy malo?

Por: Psic. Laura Elena Beltrán Padilla*
jueves, 30 de junio de 2022 · 00:00

Un niño experimenta situaciones cotidianas y va respondiendo a las exigencias del exterior. La culpa es algo que surge del interior, va más allá de lo religioso y lo moral. Estudiosos del comportamiento humano, en psicoanálisis, hicieron grandes contribuciones al observar a pequeños desde los primeros años de vida.
Los lactantes, por ejemplo, muestran una fuerte tendencia instintiva y buscan la gratificación al estar en contacto con la madre, así como hicieron en el vientre a través del cordón umbilical. Quieren la exclusividad, pero se enfrentan al desafío de lo intermitente.
A partir de los 3 años crece la dualidad entre lo bueno y lo malo, a través de la aprobación y desaprobación de los adultos, de "¿Lo hago o no lo hago?" El menor, quiere satisfacer sus deseos de forma inmediata y sin obstáculos.
Con el paso del tiempo, se espera vaya madurando y vaya interpretando que no todo lo que piensa se puede hacer, sino que tiene que ajustarse a ciertas reglas de comportamiento, por eso aprende a regularse corporal y emocionalmente para ser aceptado en lo social.
Un escolar, empieza a tener más conciencia de sus acciones y límites, lo relaciona de formas distintas por cómo se le conduzca en casa, escuela, y así, sucesivamente; siempre influyen los valores y la cultura. Así, como se da el crecimiento físico, de manera paulatina, se espera en lo emocional, se desarrollen habilidades para empatizar.
El pensamiento narcisista debe descentralizarse para que se pueda lograr una conexión y retribución con los demás. Imagínense si cada uno se dejara gobernar por lo primitivo y visceral, sí que estaríamos en constantes problemas, muy solos.
El niño, va respondiendo a retos cotidianos según se sienta en el entorno y se le eduque. No es lo mismo un padre autoritario, que ejerce un control excesivo, a otro que es más democrático y flexible. El primero enseña a contener, a reprimir, a no llorar y externalizar, generando con ello inseguridad y cierto nivel de angustia. La "culpa" cuando toma poder, vuelve el camino más escabroso, ya que coloca la mente en fragilidad, se victimiza y martiriza.
Al tratar a los niños y la familia, como psicoterapeuta, veo como los padres e inclusive los abuelos se desbordan en un momento dado debido a que estuvieron desde su infancia reprimiendo sus emociones y es, a través del hijo o el nieto, que son conscientes del tiempo transcurrido y un problema no resuelto. Se han sentido rebasados por lo que llevan en sus hombros, pero no persiguen el aligerar la carga porque "eso les tocó vivir y con ello se ganarán el Cielo". Desde la infancia desarrollaron mecanismos de defensa por considerar que eran malos, por no ser lo suficientemente buenos en la escuela, en el deporte o como hijos.
La culpa, deja una sensación desagradable, es un proceso interno que desencadena otros como son el abatimiento, la inestabilidad, la inseguridad y el desasosiego. Los niños son parte de un sistema familiar y en base a las acciones diarias van alimentando o nutriendo su interior.
Entre la necesidad de lo individual y la necesidad de lo social, crece un moderador, un "juez interno" que orienta sobre el cómo conducirnos por la vida, del si se es capaz o no. Algunos pacientes, a su corta edad tienen tatuado el: "No soy bueno, soy un tonto, no puedo solo".
La culpa va muy de la mano con la vergüenza, genera el que un menor no se sienta valioso. Un niño, aprende por inercia de los adultos a auto flagelarse y desvalorizarse. Necesita autoafirmarse constantemente, a través de llamar la atención, e inclusive, mediante comportamientos disruptivos, nocivos. Se sigue cierta dirección y, conforme pasa el tiempo, se torna más protagónico, de forma negativa.
Los padres solicitan ayuda porque perciben a sus hijos vulnerables, pero cuando se revisa la historia familiar se identifica la parte medular, de donde surgió el problema. En muchos casos, se pasa la estafeta de la culpa del grande al que le sigue y hasta que el hijo o nieto da un grito desesperado es cuando se deciden a pedir ayuda. Tan intenso es su sentir que llega a un límite e inclusive, atenta contra sí mismo, su ser. El hijo pone de manifiesto: "Me castigo y al que está a mi lado con mis actitudes y decisiones".  
Una carga negativa se va trasformando en algo cada vez más denso, en donde se queda aprisionado y no se tienen válvulas de escape suficientes para salir a flote. Por tanto, no hay que dejar al menor solo y responsable por completo de sus emociones.
Es importante ayudarle a liberarse e inyectarle una buena dosis de seguridad a través de múltiples acciones. Las heridas de la infancia se pueden atender y es mejor hacerlo temprano a ya siendo adulto.

*Posgrado en psicoterapia de niños

laurabelpad@gmail.com 

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