LA MARAÑA CÓSMICA
Observaciones
Por: Dr. Rolando Ísita Tornell*“Tenemos la oportunidad de observar en tiempo real este fenómeno de magnitud planetaria”, me dijo un astrofísico recién declarada la emergencia sanitaria de la Covid-19 por la Organización Mundial de la Salud.
Me interesó mucho ese comentario de un investigador del comportamiento de la materia en el Universo. Magnitud: cuando la astronomía nos habla de magnitudes quizás la más pequeña sea la Unidad Astronómica, 180 millones de kilómetros, la distancia media de la estrella Sol a la Tierra; una estrella amarilla de las más pequeñas; la Tierra, un pixel azul visto desde un poco más allá de Saturno, entre sus anillos.
Observar es la materia prima de los astrónomos y de todos los de las diversas disciplinas del conocimiento. Los zoólogos observan a la especie gorilas en su medio natural, por ejemplo, uno de ellos, Dian Fossey, perdió la vida asesinada por observarlos y comprenderlos.
John Reed fue también un observador, en otra disciplina, de dos estallidos sociales en geografías muy distantes, México y Rusia, plasmó sus observaciones en forma de crónica periodística. Sus obras alcanzaron el rango de literatura de referencia histórica. Lo mismo que Malcolm Lowry, Truman Capote, Martín Luis Guzmán, a quienes me presentó el profesor Fernando Benítez, autor de Los Indios de México, observadores de sucesos en sociedades. Los zoólogos dirían que esas sociedades son los rebaños de una especie observada.
En tiempo real: aquí y en el mundo ahora. Un fenómeno y una magnitud: una especie viral invadiendo a otra especie, Homo sapiens, en su lucha por la sobrevivencia en todo el planeta. El brinco del virus habitante de una especie hacia todos los rebaños de otra especie en el planeta.
Yo no tuve el privilegio ni la suerte, pero sí la oportunidad de ser observador no sólo del fenómeno biológico evolutivo (que sigue merodeando por ahí), sino también del entorno que me ha tocado vivir, habitar, y que esa sea la profesión de la que disfruto y vivo.
Tuve la oportunidad de observar en tiempo real cómo surgió y estalló la rebelión juvenil de 1968. Como pasante de la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva me tocó ser de los primeros reporteros de los noticieros de la entonces radiodifusora de la Secretaría de Educación Pública, para cubrir las fuentes de Presidencia y Gobernación, José López Portillo como presidente y Jesús Reyes Heroles como secretario.
Observé a un Jefe del Ejecutivo Federal pasar tres horas parado en el balcón presidencial de Palacio Nacional saludando robóticamente a masas de sindicatos de trabajadores de su partido agradecidos quién sabe de qué, sin ir al baño, sin beber agua cumpliendo su papel simbólico.
Observé también a ese mismo Jefe del Ejecutivo en la ceremonia simbólica del “Grito”. Eran dos escenarios radicalmente distintos: el de abajo del balcón y dentro del balcón. Abajo, otra generación más de población conmemorando su independencia lanzando toneladas de serpentinas y confeti, comiendo elotes, esquites y buñuelos. Adentro, una fiesta de postín con comensales elegantemente vestidos comiendo canapés, bebiendo vinos tintos, blancos y todo tipo de cocteles.
Las llamadas fiestas patrias iniciaban el 13 de septiembre, se anunciaban desde el día primero con el informe presidencial obligadamente escuchado por todos “en cadena nacional” con el inefable comentarista y único entrevistador de presidentes, Jacobo Zabludovsky; calles de ciudades y pueblitos se llenaban de banderas, rehiletes tricolores, cascos de cartón tipo francés que usaba el ejército mexicano antes de la II Guerra (después adoptó el modelo estadounidense de casco. Todo eso desapareció paulatinamente a partir de 1988.
Esta vez todos esos símbolos reaparecieron con representaciones sin precedente en forma y contenido. Ya no hay El Informe. La conmemoración de los Niños Héroes fue magno y solemne, con la presencia de sólo el Poder Ejecutivo Federal y las Fuerzas Armadas. Se reivindicó a una institución de educación pública con 200 años de antigüedad, donde se formaron esos niños héroes y se forman los mandos de las fuerzas armadas.
El mensaje emitido por el general secretario, en medio de un reacomodo de fuerzas internacional y una guerra híbrida, fue lealtad, soberanía, independencia y autodeterminación. Dos día después, El Grito, con un Palacio Nacional austero con gente de la escolta y banda de guerra del Colegio Militar, de protocolo y comunicación social, el Jefe del Ejecutivo y su esposa. Abajo, la más grande concentración de pueblo como nunca en mi séptima década de vida había observado.
*Académico, divulgador y periodista científico de la UNAM
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