CIENCIA Y DESARROLLO

Real y ficticio en la inteligencia artificial

Por: Dr. Gustavo Olague, Investigador*
lunes, 14 de abril de 2025 · 00:26

La palabra real es un adjetivo que tiene dos acepciones, la primera es relativa al rey o realeza, mientras que la segunda tiene que ver con la existencia concreta, es decir en la realidad. De aquí se desprende que las palabras realeza y realidad están conectadas etimológicamente. La palabra real con relación al rey o monarca viene del latín “regalis”, derivado de “rex, regis” es decir rey; además, procede de “realis” que significa real, verdadero, auténtico, cierto, tangible, concreto, verídico, innegable, positivo, que literalmente significa relativo a las cosas, porque viene de “res” que quiere decir cosa. Por otro lado, la palabra ficticio procede del latín “fictitius” que quiere decir que no es genuino, que es fingido, imaginario, falso, fantástico, irreal, ilusorio, fabuloso, quimérico, utópico, novelesco, es decir que ha sido inventado o que pertenece a la ficción. Otra acepción nos remite a la idea de algo convencional o que resulta de una convención como cuando se dice que el valor del papel moneda es una convención, es decir es ficticio.
En la inteligencia artificial (IA) es común utilizar las palabras real y ficticio como cuando se pregunta si es posible distinguir un rostro real de uno hecho con IA, o cuando la ciencia ficción impulsa la IA a crear máquinas inteligentes, por lo que es necesario distinguir entre lo ficticio y los hechos. Está tecnología se dice que es disruptiva porque está produciendo un cambio significativo en la forma en que diversos profesionales crean contenidos auxiliados de agentes inteligentes. El problema es que los sistemas que se utilizan no son productos acabados produciendo resultados en los que no es fácil distinguir los errores en los resultados que proporcionan dichos sistemas junto a su uso masivo. La IA representa un cambio sustancial en la forma en que los seres humanos se relacionan, ya que con esta tecnología se reemplazan, complementan y extienden habilidades humanas, multiplicando nuestros sentidos y realidad. El ser humano tiene en la inteligencia una capacidad que lo distingue y el hecho que con las máquinas se transforme esta aptitud produce fascinación, intriga, miedo, animadversión y simpatía. No es lo mismo que una máquina remplace la función del corazón en cuanto bomba para llevar la sangre a todo nuestro cuerpo que una computadora reemplace nuestra capacidad de pensar y tomar decisiones. La IA no replica la forma en que producimos ideas, ni obras de arte, mucho menos como sentimos y percibimos el misterio o las facultades que nos hacen ser quienes somos.
Lo que no hay que perder de vista es que la forma actual en que son programadas las máquinas no incluye en ningún sentido una representación de ideas o la capacidad de conciencia. Es decir, en ningún sentido están vivas. Sin embargo, quienes programan las máquinas deciden por nosotros al crear sistemas que recolectan nuestros datos con el objeto de proponernos que producto adquirir. Paradójicamente, los ingenieros que trabajan en estas tecnologías están inmersos en las consecuencias de estos ciclos de recolección de datos y toma de decisiones. La rapidez con que la IA se desarrolla tiene como consecuencia que ni los mismos creadores tienen ni conciencia ni control de los resultados.
Actualmente, existe preocupación del impacto que tenga en la sociedad. Por ejemplo, en las sociedades científicas se creó un proyecto que era capaz de descargar artículos científicos sin el pago correspondiente. El resultado no previsto fue que las editoriales cambiaron del esquema de pago por subscripción a uno donde los autores pagan directamente con objeto de dar libre acceso a sus artículos. Esto produjo que a quienes en primera instancia se quería beneficiar del libre acceso al conocimiento quedaran en una situación aún peor.

*Titular D, CICESE
olague@cicese.mx

 

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