Crías pre-juveniles

La historia más bella que conozco…
sábado, 3 de septiembre de 2011 · 00:00

Ensenada, B.C.
“A tu edad es bueno ir de flor en flor”. Inoculación Judeocristiana.


Cuanta Anna Beth Benninton, presidenta de la Asociación Americana para el Matrimonio y la Terapia Familiar: “Muchos psicoterapeutas fuimos realmente ingenuos durante un tiempo, al pensar que el divorcio no tenía un profundo impacto en los hijos”.
El comentario me hace recordar aquella campaña, muy en contra de la alza de divorcios, que encabezara el profesor de psicología Paul Pearsan, que en aquel entonces, me refiero a mediados de los años 90’s, se publicitaba ampliamente en algunas revistas de divulgación médica, y que hablaba con suma claridad sobre la ruptura de pareja: «Es hora -insistía Pearsan- de sustituir el lema: “Si su matrimonio se ha roto, busque una nueva pareja”, por otro más sano: “Si su matrimonio se ha roto, arréglelo”».
Después de haber saboreado las delicias alegres del dulce infierno que el matrimonio pueda significar -con los acuerdos que superan a su química-, ahora sabemos que el “quiero estar contigo, sólo contigo, siempre contigo”, se rompe fácilmente ante la vanidad narcisista que justifica nuestro retorno al “eterno presente” de una “adolescencia”; de una “adolescencia”, desde luego, mal llevada con los años. Esto no tendría mayor importancia, si no estuviesen involucrados los hijos que, en familia o casi fuera de ellas, se procrean.
Cuando la ruptura, divorcio o separación, álgida o en desenfado pleno de facultades y responsabilidades, tiende a alterar o a dinamitar el transcurso de los infantes y crías pre-juveniles -como si un puente se desmoronara bajo esos pies en busca de un camino en la existencia-, a volar en mil pedazos la construcción de su propia humanidad, dando paso así al retorno al útero materno, yendo siempre hacia atrás, y donde se observa, a través del chantaje manifiesto y otros visibles rasgos psicopáticos, que el proceso de maduración ha sido detenido…
Es el eterno retorno de nuestra propia estupidez.
Por eso, madre: “Cuéntamelo otra vez, es tan hermoso, / que no me canso de escucharlo. / Repíteme otra vez que la pareja / del cuento fue feliz hasta la muerte. / Que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera / se le ocurrió engañarla. Y no te olvides / de que a pesar del tiempo y los problemas, / se seguían besando cada noche. / Cuéntamelo mil veces, por favor: / Es la historia más bella que conozco” (poema de Amalia Bautista).

raelart@hotmail.com

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