DÍA DEL SEÑOR

Domingo XXXII Tiempo Ordinario Ciclo A

Por Padres Carlos Poma Henestrosa
domingo, 12 de noviembre de 2017 · 00:00

“Estén, pues, muy atentos porque no saben ni el día ni la hora” (Mt 25, 1-13).

En el Evangelio de hoy, Jesucristo nos presenta la prudencia como un requerimiento para entrar al Reino de los Cielos, y para ello, nos cuenta la parábola de las vírgenes necias.

La fiesta nupcial judía, estaba cargada de ritos simbólicos, y esto le sirve para hablar del Reino de los cielos. En la ceremonia de recepción y de acompañamiento que hacen las amigas solteras de la novia a la feliz pareja, tienen que ir con sus lámparas encendidas y su alegría juvenil contribuía, sin duda, a la felicidad de los novios. Todos juntos iban hacia la sala del banquete, inundada de luz y de alegría. Iniciada la fiesta se cerraba entonces la puerta y la noche, oscura y triste, quedaba fuera, en fuerte contraste con la luz y el alborozo que había dentro, en la sala del banquete.

Eso viene a ser el Reino de los cielos, un banquete de bodas reales. En la noche, cuando menos se espera quizá, llegará el esposo, Cristo Jesús, para celebrar por siempre la gran fiesta nupcial. Entonces el que tenga su lámpara encendida, quien tenga su alma en gracia, quien viva la fe, quien tenga despierta la esperanza y caridad, ese entrará en la sala del Reino, y participará de esa fiesta que nunca terminará. En cambio, el que tenga su lámpara sin aceite, quien tenga el corazón seco y frío, quien vista los harapos del pecado, quien duerma el sueño de los indolentes y los superficiales, quien sólo piense en sí mismo, ese se quedará fuera, inmerso en esa oscura noche, sin amanecida posible.

Por eso, tenemos que vigilar, estar alerta, vivir preparados, siempre en gracia de Dios y luchar cada batalla como si esa fuera la última. No podemos descuidarnos, no podemos andar jugando, es mucho lo que se solventa, la salvación eterna. Para poder entrar a esa Fiesta a la que todos somos invitados, tenemos que estar preparados, con nuestras lámparas llenas del aceite de las virtudes y de las buenas obras.

Esta parábola es un llamado a ser prudentes. Los prudentes entrarán al Banquete Celestial y los imprudentes tendrán que oír la sentencia que el Señor nos da al final de esta parábola: “No los conozco”.

Debemos vivir y estar siempre preparados para encontrarnos con Jesús, con Dios, cuando tengamos que comparecer ante él, en cualquier momento que él nos llame. Y como no sabemos cuándo nos va a llamar, debemos vivir preparados, es decir, esperándole siempre. Durante toda nuestra vida, debemos hacerlo con esperanza activa, como lo hicieron las cinco vírgenes prudentes; no imitar nunca a las cinco vírgenes necias. No dejemos la preparación para cuando seamos viejos, o cuando estemos gravemente enfermos. La esperanza activa supone una vigilancia continua sobre nuestra manera de pensar, de hablar, de comportarnos.

Ser buen cristiano supone un esfuerzo, una lucha, contra nuestras malas inclinaciones naturales. Porque, de hecho, todos nacemos con una inclinación original al pecado, al mal. Es cierto que también nacemos con buenas inclinaciones, con inclinación al bien, pero nuestras buenas inclinaciones naturales siempre, durante toda nuestra vida, están mezcladas y muy limitadas por nuestras inclinaciones malas. Ser bueno, ser buena persona, es una lucha continua y un esfuerzo personal continuado. Imitemos a las cinco doncellas prudentes de la parábola, con el aceite de la virtud siempre encendido, para que podamos recibir a Dios, cuando nos llame, con nuestras lámparas de la virtud encendidas. Sólo así podremos entrar al banquete de bodas que es el Reino de los cielos, y que Dios tiene preparado para todos sus hijos desde el principio de la creación.

¿Cómo tienes tu lámpara? ¿Tiene suficiente aceite?
Dios que nos da la gracia y la oportunidad de estar preparados, los bendiga y acompañe y proteja siempre.

cpomah@yahoo.com
 

...

Comentarios