LA CARROCA

De árboles y arbolitos

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 19 de noviembre de 2017 · 00:00

Anda por ahí en internet una publicación de una de tantas asociaciones religiosas que se titula “8 razones por las que nunca deberías entrar a una hierbería si crees en Dios”. No lo podía creer, me pareció estar ante un capítulo barato sobre las persecuciones a magos y brujas de los siglos XVI - XVII y no en un sitio web serio. Pero qué bendito afán de andar viendo al diablo hasta por debajo de la cama. “Antiguamente existían brujos que por medio de hierbas curaban a la gente… esta práctica se ha distorsionado por lo que ahora son conocidos como personas que practican hechicería, magia, brujería, ocultismo…” ¡Qué confusión! ¿Y aquél que con su barro y saliva sanó a un ciego también era brujo? ¿O el barro y la saliva no entran en la lista? Y a propósito de la superstición: “Quien no confía en Dios difícilmente se libra de este mal que encadena su árbol genealógico de generación en generación” (!!??). Lo bueno que quien escribe no es supersticioso. Vamos para atrás: ahora los padres comerán las uvas y los hijos sufrirán la dentera. El artículo no aparece firmado, lo que hace suponer que es responsabilidad editorial de la institución que auspicia el sitio web. Si desean cazar al maligno no hay que ir a la hierbería, mejor al interior de algunas familias, escuelas y también de las iglesias, cualquiera que sea su denominación. Cada vez son más los casos que se conocen de pedofilia, hebefilia y de depredadores que ahora navegan en las redes sociales, y andan del tingo al tango sin que valga denuncia ni proceso que haga justicia (si es que los hay). Y no se diga de la efebofilia, aceptada por muchos como preferencia sexual y que es difícil de definir con eso de las mayorías de edad y la edad aceptada para el consentimiento sexual. Solo de pensar que un abusador cobijado por una institución pudo estar cerca de mi hija me eriza la piel. Sin duda se encontrarán también unas cuantas legiones de demonios en los paraísos fiscales, junto a los expoliadores de las naciones y lavadores de dinero. Habría que ir por ahí armados de hisopo, estola y ritual. Así colaborarían con las buenas personas, que las hay y a montones, de todos los credos y credenciales. Para cerrar este asunto: es urgente educar y formar a la gente, -la mejor inversión a largo plazo-, y exorcizar al demonio de la ignorancia y la exclusión, de la injusticia y la miseria en vez de contribuir a hacer más denso el estado de miedo en el que de por sí vive la pobre y sufrida raza de a pie. Dejen de asustar con sus diablos de estantería. Yo sí compro en las hierberías cuanto remedio necesito y no creo que por eso me vaya a ir al infierno.

Y ya llegaron los arbolitos de navidad a la ciudad. Con el invierno seco que se pronostica en estas tierras y lo que falta, para el 25 de diciembre van a estar como choyas en sequía. Más allá del comercio y el negocio, son nuestros pequeños signos urbanos. El término de un año, el fin de un ciclo, los días de fiesta y descanso, de darse un gusto los que puedan, de estar en comunidad, la que sea, de hacer memorias de todos colores. No hay que angustiarse si no se puede estar a la altura de las exigencias del mercado. No se trata de eso. Es cosa de agradecer la vida, de renovar la espera y la esperanza. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas
 

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