DÍA DEL SEÑOR

VI Domingo Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Por Padre Carlos Poma Henestrosa
domingo, 11 de febrero de 2018 · 00:00

“Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ¡Sí, quiero: Sana! Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio” (Mc 1, 40-45)

El evangelio de hoy domingo nos habla de la curación de un leproso, pero Jesús lo realiza por pasos. En un primer momento, Jesús siente compasión por el enfermo que le suplica, extiende su mano y toca al leproso, como infringiendo todas las normas vigentes en su ambiente. Para asombro de todos, el enfermo queda limpio al instante.

En un segundo momento, Jesús impone al leproso un silencio y una declaración. El silencio responde a la decisión de Jesús de pasar inadvertido por el momento. Y es también una justificación del rechazo que encuentra a su paso. Y la declaración a los sacerdotes no es sólo una obediencia a la Ley sino la única posibilidad de circular con libertad.

Y un tercer momento, el leproso, ya curado de su enfermedad, no cumple el mandato de guardar silencio, sino que se convierte en pregonero de su propia curación. Esta publicidad hace que Jesús ya no pueda entrar abiertamente en los poblados. El Maestro trata de ser discreto, pero su fama se difunde por toda la región.

La lepra, se creía también que era causada por el pecado. Por eso, los leprosos eran considerados impuros de cuerpo y de alma. Todos los demás daban la espalda a los leprosos, menos Jesús. El leproso se le acerca y, de rodillas, le suplica la sanación, pero su postura y sus palabras denotan humildad y confianza plena en lo que el Señor decida. Por eso Jesús, que sí puede, también quiere. Y, “extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí, quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

El leproso, no tuvo temor de acercarse al Maestro. No tuvo temor de que le diera la espalda. No tuvo temor de ser castigado por incumplir la ley que le impedía acercarse a alguien. Es que la fe verdadera no razona, no se detiene. Quien tiene fe sabe que Dios puede hacer todo lo que quiere. Para Dios hacer algo, sólo necesita desearlo. Por eso el leproso se le acerca al Señor con tanta convicción. Por eso el Señor le responde con la misma convicción: “¡Sí quiero: Sana!”.

Nos dice el evangelista que Jesús “se compadeció”, del leproso. El Señor tiene compasión de la lepra que carcome el cuerpo. Por eso la cura. Pero mucha más compasión tiene Jesús de la lepra que carcome el alma. Por eso hace algo más impresionante aún: para curarnos a todos de la lepra del alma, toma sobre sí nuestros pecados, apareciendo en su Pasión “como un leproso”. Y así nos salva.

¿Qué hacemos nosotros, pecadores, ante nuestros pecados? ¿Qué hizo el leproso? Acercarse a Jesús con convicción, sin temor y con una fe segura. Se acercó también con humildad, “suplicándole de rodillas”. Esa debe ser nuestra actitud: reconocer nuestra lepra, buscar ayuda del Señor y aproximarnos a Él con convicción y sin temor, pidiéndole que nos sane. El Señor no tendrá asco de nuestra lepra, si humillados nos presentamos ante El. No importa cuán grave sea nuestra situación de pecado. Sabemos que no podemos curarnos por nosotros mismos. Pudiera ser que por muchísimos años vengamos arrastrando una enfermedad del alma, una lepra que parece incurable. Pero, si Dios quiere y si yo estoy dispuesto, Dios puede hacer cualquier milagro, como el del leproso que se le acercó con fe, con confianza, sin temor, con convicción.

Aquel leproso del Evangelio viene hasta Jesús, se acerca a él. Esto es lo primero que hemos de hacer, si queremos ser curados de la lepra de nuestra alma, acercarnos a Cristo, llegar hasta donde está él, oculto, pero presente en el Sagrario. Venir también hasta el sacramento de la Penitencia para confesar nuestros pecados con humildad, para que él nos perdone y nos dé fuerzas para no ofenderle nunca más.

Que el Señor nos ayude a sanar nuestra lepra del alma, los acompañe hoy, proteja y bendiga siempre.

cpomah@yahoo.com

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