DÍA DEL SEÑOR

II Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

Por Padre Carlos Poma Henestrosa
domingo, 25 de febrero de 2018 · 00:00

“En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia”. (Mc 9, 2-10)

En este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos invita nuevamente a reemprender el camino junto con El. No será nada fácil, pero no nos deja solos, nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo, a la sima (la Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos alineando con El, meditando sus enseñanzas.

Allí el espíritu se eleva y Dios parece estar más cerca. Es lugar propicio para la oración, para comunicarse con el Creador. También a nosotros nos invita a ser testigos de su Resurrección, no estamos en el monte Tabor como simples espectadores; nuestra presencia, será aquí y ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que un simple adorno; ya sea en la misión o en el apostolado que realizamos.

Ya quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de la humanidad. Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un adelanto de lo que nos espera el día de mañana, su Gloria.

Dios se nos sigue manifestando de muchas maneras: a través de los acontecimientos de nuestra historia personal, los consejos de personas sabias, la oración, una experiencia de Ejercicios Espirituales, la lectura de la Biblia, etc. Sin embargo, existen muchos ruidos y distracciones que nos impiden leer y escuchar el plan de Dios; debemos crear unas condiciones de silencio interior para captar esa Palabra que resuena en lo más hondo de nuestro corazón.

A Pedro, Santiago y Juan el Señor se les manifestó en la cumbre de un monte; a nosotros se nos manifiesta en el silencio de la oración. La Iglesia no puede pretender construir tres chozas para permanecer en la cima del monte. Tiene que descender para recorrer los caminos tortuosos.

Como los Apóstoles debemos “bajar del monte”, volver a la vida cotidiana, a la lucha a veces tediosa, a la rutina absorbente de cada día, a soportar fatigas, tentaciones, dificultades, pruebas, adversidades.

Nuestra actitud tiende a quedarse en la cima de la montaña contemplando el descenso de Dios, por eso Pedro propone hacer tres tiendas: “¡Qué bueno es estar aquí! El discípulo que llega a la cima del monte debe también aprender a bajar de ella para bien de sus hermanos, así lo hizo Moisés cuando recibió las tablas de la Ley, y así lo hicieron los discípulos del Señor después de su Transfiguración, porque es necesario contar a los hermanos la gloria de Dios que se ha visto en la cima del monte, para que sean muchos más los que se atrevan a escalar hasta la cima para contemplar a Dios.

Jesucristo se transfiguró en presencia de sus discípulos. Pero hoy el Señor también sigue transfigurándose para nosotros. Cada vez que asistimos a la Eucaristía revivimos el prodigio de la presencia de Dios, que desciende a la cima del monte y a quien nosotros podemos contemplar. Pero la Eucaristía no termina en el templo, hemos de salir al mundo para anunciar a todos lo que hemos contemplado. La Eucaristía es contemplación y compromiso.

Que la presencia real del Señor en nuestra Eucaristía, los acompañe hoy, proteja y bendiga siempre.
cpomah@yahoo.com

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