Meta Deportiva

Amador…del deporte

martes, 26 de noviembre de 2019 · 00:00

Por MAO

Cuando el lobo se metió a la cueva del Tigre
Fueron casi tres meses de locura. Una luna de miel prolongada. Un idilio que tuvo de todo: Romance, fiesta, algarabía, drama, suspenso, esperanza. La visión de tres jóvenes de darle a su querida Ensenada un espectáculo digno, se cristalizó aquella noche del 31 de agosto cuando el caballeroso “Tigre” García permitía el paso a sus aposentos a unos Lobos hambrientos de “comerse” al publico porteño.

La inanición del fanático al buen basquetbol rápidamente hizo química con la sed del equipo de demostrar que cada peso pagado en taquilla iba a ser bien desquitado a cada minuto que pisaran la duela.

Los triunfos no tardaron en llegar y con eso, la construcción de ídolos que fueron bien arropados por el respetable auditorio que hacia las grandes entradas en un recinto que, disculpándome con el gran Óscar García, se había convertido de la noche a la mañana, en la Lobera más grande del Noroeste de México.

La fiel y entusiasta afición pronto tuvo su recompensa; la lobera había sido designada como albergue para llevar a cabo el Juego de Estrellas, en donde para variar, los jugadores emblemáticos de casa, se llevarían los máximos honores en las pruebas de talento individual y de paso guiar a la Conferencia Oeste a la victoria en aquel partido.

La temporada siguió su curso y aunado a las estrellas del equipo, los talentos ensenadenses iban madurando y sacando la casta, sumando esfuerzos todos con la mira puesta en el objetivo: la postemporada. En el proceso vinieron cambios, como de timonel y refuerzo extranjero, y a pesar del trabajo hecho por aquellos, los que llegaron a ocupar esos puestos, no desentonaron.

Con la inercia de un equipo a la alza, cada vez más acoplados, buscaron no solo obtener el boleto para playoffs, sino hacerlo en plan grande: ser los mejores de su Conferencia, y lo lograron.

Ahora sí, todos los caminos que llevarían a la Final, tenían que pasar primero por la Bella Cenicienta del Pacifico. Ya con un público al borde del delirio por su equipo, Lobos despachó en dos series seguidas a Loreto para medirse al poderoso San Luis en busca de llegar a la Gran Final. El recuerdo de esta épica serie aun está fresco en la mente de los porteños; como olvidar aquel inolvidable juego dos cuando expirando el reloj El Relámpago de Illinois recorrió tres cuartos de duela para meter la canasta que haría cimbrar a la lobera, empatando la serie a un juego por bando.

Y luego, en terreno ajeno, jugando por nota, obtener la victoria en el juego cuatro para obligar a un quinto y decisivo juego en Ensenada. Lo que vino después del silbatazo de ese partido fue la locura; no se hablaba de otra cosa más que de ese encuentro.

La gente se volcó en masa para llenar el Gimnasio Municipal, y ser testigos de una noche de lucha, garra, pasión, entrega pero sobre todo, de fiesta. El desenlace usted ya lo conoce…se perdió entregándolo todo, hasta la última jugada, pero ahora el milagro no llegó.

Adiós a la temporada, pero no a la satisfacción que nos dejaron estos guerreros de la duela. ¿Adiós al título? Nadie se los exigió, solamente les pedíamos entrega y nos dieron de más. No nos queda más que agradecerles por darnos tantas noches de felicidad y satisfacción, y haber demostrado que la afición porteña es la mejor del Noroeste de México. ¿Regresaran? Solo Dios sabe, pero de algo estoy seguro, se han quedado para siempre en nuestros corazones, porque todos somos, y seguiremos siendo Lobos hasta la eternidad.
 

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