Meta Deportiva

Mi segundo juego de grandes ligas

Allá me encontraba, eso sí, casi a nivel de terreno, por el lado de tercera base,  admirando aquella grandiosidad de estadio con muy buena entrada esa noche
sábado, 23 de mayo de 2020 · 00:00

Héctor Barrios Fernández/COLABORACIÓN
Ensenada, B. C.


En días pasados, leyendo los periódicos de la mañana como habitualmente sucede, me entero que la Universidad Estatal de San Diego adquirió el terreno y el estadio en donde iniciaran su trayectoria dentro de las Ligas Mayores (Liga Nacional) los Padres de esa ciudad en 1969.

Aunque la historia del beisbol en San Diego es por mucho más antigua que eso.

Los actuales planes de la Universidad son los de derribar el estadio y construir allí mismo uno nuevo para usos múltiples, principalmente futbol americano y conciertos.

Además de salones de clases, apartamentos para los estudiantes, comercios y otras cosas.

No pude evitar que mi cerebro se convirtiera en “cuello de botella” y quisieran salir por allí infinidad de recuerdos y experiencias pasadas.

Para 1969 ya tenía plena conciencia del beisbol de Ligas Mayores, año de los increíbles Mets y el temporadón de Denny McLain, Juan Marichal y Bob Gibson en 1968.

Sabía de la existencia de los Padres de San Diego porque como equipo de triple “A” solían visitar Ensenada en alguna fecha del año, con los Tony Pérez, Deron Johnson y compañía, después de dejar el “Lane Field” en 1967, jugaron su última temporada de liga menor en el nuevo San Diego Stadium en 1968, siendo que al siguiente año incursionaron en las Grandes Ligas.

BOLETOS AGOTADOS
Casi inmediatamente vino a mi mente el 27 de septiembre de 1974.

La temporada regular de ese año estaba por terminar, quedaban los últimos juegos.

Ya les he comentado que mi debut como aficionado de Ligas Mayores lo hice el 11 de mayo de 1969 en Anaheim vs Medias Rojas.

Pues bien, serían como las tres o cuatro de la tarde de ese viernes 27, cuando estando tranquilamente en casa, en esta Ensenada donde nací, llegan mi tía Cata y su esposo César, este último, deportista a más no poder, principalmente practicante del basquetbol.

Se me quedan mirando fijamente y me dicen:

“Precisamente a ti te andamos buscando.”

Sentí que el Alma se me salía.
Poniéndome a la defensiva me pregunté: “¿Ahora qué hice?”.

Continuaron: “Sabiendo de tu afición por el beisbol, hemos venido a invitarte para mañana ir a San Diego y asistir al juego de los Padres vs los Dodgers.”

El Alma se me salió aún más.
No recuerdo bien, pero esa noche debí haber dormido en su carro para asegurarme que no se fueran a ir sin mí al siguiente día.

El sábado 28, pasamos el día en Chula Vista yendo de aquí para allá y de allá para acá, ellos realizando sus compras y yo viendo el reloj y preguntándome a qué hora iríamos al estadio.

Por fin arribamos al Jack Murphy a eso de las seis de la tarde, el juego iniciaría a las 19:05 horas.

Cuando la Profesora Olga Ramírez y su hermana, que eran las que dominaban el inglés, se acercaron a la taquilla, solicitaron cinco boletos y la despachadora muy amablemente les contestó, moviendo las manos de un lado a otro: “I’m sorry, sold out” “lo siento, todo está agotado, vendido, no hay.”

Por segundo día consecutivo el Alma se me volvió a salir.

BOLETOS POR ARTE DE MAGIA
“No puede ser”, me decía, viajar desde Ensenada, pasar todo el día para arriba y para abajo y no encontrar boletos, bueno siquiera por fuera, había conocido el estadio de los Padres.

Sin embargo ellas insistieron y al final como por arte de magia aparecieron cuatro boletos juntos y uno en la sección vecina.

Los cuatro adultos se me quedaron viendo y, ¿a quién creen que le tocó ese solitario boleto?

Allá me encontraba, eso sí, casi a nivel de terreno, por el lado de tercera base,  admirando aquella grandiosidad de estadio con muy buena entrada esa noche.

Ya que me encontraba cerca de la caseta de los Dodgers, pude ver de cerquita por primera vez a Walter Alston, Garvey, Lopes, Cey, Russel, Buckner, Jimmy Wynn, Yeager, Ferguson, Mota, Tommy John, Messersmith, Sutton y todos los que usted ya sabe.

Ese año los Dodgers fueron campeones de la Liga Nacional y perdieron la Serie Mundial frente a los Atléticos.

Las primeras tres o cuatro entradas me las pasé recorriendo el estadio y comprando recuerdos.

Luego más tranquilo me dediqué a ver el juego que por cierto ganaron los Padres.

Durante una parte del juego, dos o tres filas distantes de mi asiento, un niño a todas luces mexicano, estaba llorando. Al parecer se había perdido e iba de la mano de un guardia del estadio que seguramente no hablaba español y buscaba a los padres del niño o a alguien que lo auxiliara como intérprete, me localizó, se percató de que no precisamente tengo mi rostro anglosajón y me preguntó en inglés: “Excuse me, do you speak spanish?”, eso bastó para que los nervios me traicionaran y moviera la cabeza de un lado a otro, negativamente.

QUEDA EN LA MEMORIA
Se me quedó viendo incrédulo, se disculpó y se fue.

Enseguida me percaté de lo que me habían preguntado.

Pero era demasiado tarde.
Por supuesto que yo no entendía ni poquito de inglés.

En compañía de mi familia, con el paso del tiempo y ya sabiendo el camino, las visitas al Jack Murphy, posteriormente Qualcomm, se volvieron más que habituales, en gran medida mis hijos crecieron asistiendo al estadio de Mission Valley y mi esposa amplió sus conocimientos sobre el juego.

Siempre disfrutando de las tardes de carnes asadas en el estacionamiento, nachos, hot dogs, por corns, etc.

El 28 de septiembre del 2003, quedó marcado como el último día que se celebró un juego de Ligas Mayores en el “Qualcomm” de “Misión Valley” en San Diego.

Aunque los Padres se mudaron a su nuevo Petco Park, el Qualcomm siguió siendo casa de los Chargers, equipo de la NFL.

Nunca más volvimos al estadio que vio nacer el béisbol de Grandes Ligas en San Diego, quedan en la memoria los días que hacíamos fila para cruzar la frontera Tijuana-San Diego, tomar el freeway cinco, seguir por el 15, doblar en Friars Road y felizmente llegar al Jack Murphy, posteriormente Qualcomm.

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