Meta Deportiva

Columna: Añoranzas

Por Gloria Rodríguez Rodríguez
sábado, 12 de junio de 2021 · 00:07


El gran regalo
Eran de por allá del pueblo de Santiago Bayacora, nacidos tal vez en Laguna de Peyros. Datos exactos no hay, estaba la revolución en todo su apogeo y los habitantes no tenían actas de nacimiento, tan solo la fecha, hora y lugar aproximados del lugar de su nacimiento.

Román y Catalina salieron huyendo por la sierra de Santiago Bayacora para que los cristeros no los mataran. Se adentraron en la sierra, caminaron días y noches tan sólo con lo que traían encima, sin cobijas, ni ropa, ni comida, la cosa era salvar la vida. Durmieron a la intemperie, tan solo tapados con el gabán que pudieron llevarse antes de salir huyendo. Las grietas en sus pies y las espinas en sus huaraches daban fe del cansancio y las penurias que pasaron.

En el camino se encontraban a los vecinos que pudieron salvarse, se saludaban y se alegraban de encontrarse aunque sea fuera de esa situación. Compartieron los mendrugos de pan, el café negro sin azúcar, las gorditas de frijoles duras, cada uno lo que pudo llevar consigo al salir huyendo.

Bajaron entre los cerros los nopales y los magueyes. Cansados y hambrientos llegaron a la Hacienda de Don José Castillo, lo que hoy se conoce como Nicolás Romero. Las pocas casas de adobe y los caminos empedrados los recibieron, los perros flacos aullaban sin cesar, los huizaches espinosos los arroparon con su escasa sombra y por ahí alguno de los campesinos les ofreció un taco y un vaso con agua, comieron con agrado, con esperanza y fe.

Trabajaron la tierra de la Hacienda por unos míseros centavos, con ese señor tan alto, blanco, ojiverde, que no encajaba con los demás, el español, le decían.

Las jornadas eran duras, dobles y aún así, sobrevivieron. Poco a poco con el sudor de su frente, su fuerza increíble y con sus ganas de establecerse se fueron haciendo de sus tierritas, su milpa, su caballo y su yegua.

El tiempo siguió su marcha, cobraban en las tiendas de raya, les pagaban poco, el trueque era lo que les salvaba de no quedarse sin comida, cambiaban maíz por frijol, maíz por manteca o azúcar, etc.

De esta unión nacen 12 hijos: Consuelo, Francisca, Pantaleón, Salvador, Sofía, Francisco, Amparo, Irene, Esperanza, Florencio, Ignacio y Ezequiel.

Don Román era honrado y trabajador, muy querido por el pueblo. Adquiere derechos en el aserradero, enseña a sus hijos a trabajar la madera, a amar la tierra y la sierra.

Pantaleón crece con valores y el buen ejemplo. Alto, fuerte, piel morena, ojos zarcos, obediente y trabajador, aprende rápido de su padre todo lo que puede, pues desde los 14 años le dejan tareas muy pesadas, las cuales cumple sin dificultad. Se enseña a montar a caballo a muy temprana edad, a arriar y herrar el ganado. Le gustaba el jaripeo, los bailes y las coleaduras. Ama profundamente a su familia. Él es mi padre.

A él y a sus hermanas se les veía salir del pueblo a caballo o en el carretón. Iban a las ferias, la iglesia, a las bodas. Llegaban todos juntos a los pueblos cercanos. Los Rodríguez Deras, así los nombraban. Eran buenas personas, de buenos modales, de buena estampa.

Dedicación y esfuerzo sembraron Román y Catalina. La cosecha fue dando frutos, los potreros se fueron llenando de vacas, yeguas, toros, burros y caballos.

Y así, aquellos campesinos que llegaron al pueblo un día sin zapatos, con sus vestidos de manta raídos y rotos por el uso, fueron superando todas las adversidades y echaron raíces fuertes. Trabajo y esfuerzo fue el legado que nos dejaron mis abuelos paternos y el mejor regalo: mi padre.


 

 

...

Comentarios