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La Voz

sábado, 3 de noviembre de 2018 · 08:01

Es difícil concebir el uno separado del otro. Nacieron el tal para cual. De joven jugué en ese campo, perteneciente a una liga que luchaba por ser bautizada... por ser reconocida... por ser protagonista. Así es amigos, no tengo mucho de que jactarme como jugador, pero de una cosa sí estoy seguro: junto con otros muchos jugadores, nos tocó ver nacer a esa liga. El campo de juego llano... sin bardas... sin gradas... sin voz... Al tiempo llegaron sus fieles compañeros de hazañas y anécdotas: sus bardas y sus gradas, pero seguía mudo. De pronto, apareció. De dónde, cuándo y cómo llegó, lo desconozco... pero ahí estaba, dispuesto a convertirse en su cómplice favorito. El día que el campo habló a través de él, sabíamos que las jornadas del softbol serían únicas... increíbles... inolvidables. El mismo respeto guarda al anunciar a una leyenda como aquel jugador de la más débil categoría. Y que le pone estilo a unos cuantos, como cuando se regodea al anunciar a uno llamado “el huateque”. Su cabina es como su corazón: siempre llena... de amigos... de notas deportivas... de box scores. Y aunque en los últimos años puedo decir que pertenecemos al mismo gremio, comparar mis “chisguetes” con ese “chorro de voz” es hacerme el harakiri.
Ahora sé lo que sentía Infante al lado de Negrete. Amables lectores, al llamarle como guste, el 11y bordo o el campo Prieto Soto, usted no dejará de evocar que dentro de esos confines habita... La Voz.

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