Miradas

Un llanto por justicia

La Llorona de Jayro Bustamante, interpretada por María Mercedes Coroy, se aleja del cliché y es retratada como una justiciera maya que no dará paz a los malvados
jueves, 29 de julio de 2021 · 00:00

AGENCIA REFORMA
Ciudad de México

No es un ser fantasmal en un lamento eterno el verdadero monstruo de la aclamada película La Llorona, sino un anciano que sembró un dolor atroz, todavía sentido en Guatemala.

El general Monteverde, como se le llama al personaje encarnado por Julio Díaz, está inspirado en el dictador guatemalteco Efraín Ríos Montt.

A pesar de haber sido condenado por genocidio de comunidades indígenas y crímenes de lesa humanidad, falleció a los 91 años, en libertad, pues su sentencia fue anulada por la Corte.

El director Jayro Bustamante recrea su juicio en el filme nominado al Globo de Oro, al Goya y a 11 premios Platino, que juega con los códigos del cine de terror para transformarse un punzante drama con destellos de realismo mágico.

En una videollamada, recuerda que esos momentos traumáticos, en los 80, en que Guatemala era un campo de matanza de hombres, mujeres y niños desarmados, se respiraron durante la filmación.

“La actriz que da su testimonio en el juicio es ixil, y sufrió realmente esto (la violencia) en carne propia. Le di el guion y me dijo: ‘Si me dejas cambiar unas cuantas líneas, esto se vuelve mi historia y me será más fácil’. Lo cambiamos.

“Cuando llegamos al set y Julio llegó caracterizado como el General, (ella) tuvo un bloqueo enorme: ‘Ya no quiero, ya no quiero jugar, me va a pasar algo’, decía. Para ella fue muy fuerte”, relata Bustamante.

Invisibilidad idígena
María Mercedes Coroy, actriz inspiradora para el realizador, encarna aquí a una Llorona lejana del cliché de la mujer desecha por un abandono, y retratada como una justiciera maya que no dará paz a los malvados.

El personaje, dice Bustamante, está en dos claves: primero, el de una mujer que llega a trabajar a la elegante casa del General, representando la invisibilidad de los indígenas ante la mirada de las clases acomodadas.

El segundo, es el espectral, una alma en pena que fue víctima de las salvajes incursiones del ejército en las comunidades, en búsqueda de presuntos disidentes comunistas.

“María Mercedes me contó que a su abuela y mamá, durante la guerra, las envolvían en un petate y las ponían en el cielo falso de la casa, para esconderlas cuando los militares llegaban. ‘Nosotras, envueltas en esos petates, aprendimos a llorar en silencio’”, le dijeron a María Mercedes.

“‘Mi responsabilidad es romper ese círculo. Yo voy a llorar lo más fuerte posible para que esta película se oiga por todas partes’, me dijo María Mercedes”.

Rodaje con ataques
El director de otros éxitos del cine guatemalteco reciente, como Ixcanul y Temblores, denuncia que en su país muchas voces, nostálgicas de los viejos tiempos y la mano dura de Ríos Montt, quisieron apagar ese llanto.

Debido a ello, la producción se hizo rápidamente, y en menos de un año el filme llegó al Festival de Cine de Venecia, donde obtuvo un premio.

“La prisa era la necesidad de terminar antes de sufrir un ataque para que la película no saliera. Nuestra ministra de Relaciones Exteriores trató de parar el rodaje. Tuvimos ataques que se materializaron.

“Y cuando salió, intentaron persuadir a la gente de que no fuera a ver una película ‘que te quiere lavar el cerebro para que Guatemala se convierta en Venezuela’. Porque, según ellos, el comunismo es el peligro, pero no la corrupción ni el narcotráfico”, ironiza.

Como aliados, La Llorona tuvo a la activista Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, quien aparece en una escena, y pobladores de las comunidades donde se dio el genocidio, quienes lanzan gritos reales en las secuencias de manifestaciones.

“Rigoberta me dijo: ‘Como vamos a trabajar en esta película con las almas de los desaparecidos, tenemos que hacer un fuego sagrado para invitarlas a participar’. Fue muy lindo”.
 

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