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Ingreso básico, instrumento de la libertad

El Ingreso Básico, afirman sus estudiosos y promotores, es una propuesta radical para una sociedad libre y una economía sensata; la editorial Grano de Sal presenta la traducción mexicana de esta obra que ha generado gran debate en todo el mundo
viernes, 1 de diciembre de 2017 · 00:00

Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght/AGENCIA REFORMA
Ciudad de México

Vivimos en un mundo nuevo, reconfigurado por muchas fuerzas: la perturbadora revolución tecnológica provocada por las computadoras y por internet; la globalización del comercio, la migración y las comunicaciones; una demanda mundial y en rápido crecimiento que se topa con los límites impuestos por una reducida reserva de recursos naturales y la saturación de nuestra atmósfera; el desplazamiento de las instituciones protectoras tradicionales, desde la familia hasta los sindicatos, los monopolios estatales y los Estados de bienestar, y las delicadas interacciones de estas múltiples tendencias.

Todo esto da lugar a amenazas sin precedentes, pero también a oportunidades sin precedentes. Para valorar dichas amenazas y oportunidades hace falta un criterio normativo.

Este compromiso normativo es lo que nos hace querer evitar, de manera ferviente, que los sucesos antes mencionados desaten graves conflictos y generen nuevas formas de esclavitud; es lo que nos hace querer usarlos mejor como palancas para la emancipación. Para esos fines se necesita con urgencia actuar en varios frentes, desde una drástica mejora en los espacios públicos de nuestras ciudades hasta la transformación de la educación en una actividad para toda la vida y la redefinición de los derechos de propiedad intelectual.

Se necesita actuar, más que en ningún otro frente, en la radical reestructuración

de la manera en que se busca la seguridad económica en nuestras sociedades y en este mundo. En cada una de nuestras sociedades y más allá, necesitamos un piso firme en el que podamos ponernos de pie como individuos y como comunidades.

Si queremos calmar nuestras ansiedades y fortalecer nuestras esperanzas debemos atrevernos a introducir lo que ahora se llama comúnmente ingreso básico: un ingreso regular que se pague en efectivo a todos los miembros de una sociedad sin importar los ingresos que obtengan de otros fuentes y sin ponerles ninguna condición.

Un nuevo mundo
¿Por qué esa reforma radical es hoy en día más pertinente y de hecho más urgente que nunca? Entre la elevada cantidad de personas que se manifiestan públicamente a su favor, muchas aluden a una nueva ola de automatización ya en curso y que, de acuerdo con los pronósticos, seguirá creciendo en los años por venir: robotización, vehículos sin conductor, una enorme sustitución de trabajadores con cerebro humano por computadoras... Eso permitirá que la riqueza y el potencial para generar ingresos de algunos –aquellos que diseñan y controlan las nuevas tecnologías y están en la mejor posición para explotarlas– alcancen nuevas cotas mientras los de muchos más se desplomen. Sin embargo, el cambio tecnológico, el reciente y el que se pronostica, es sólo uno de los factores que puede esperarse que impulsen, entre los países, una polarización del poder adquisitivo. Interactúa en distinto grado, en distintos lugares y en distintos momentos con otros factores, de maneras tan complejas, que atribuirle un peso preciso a cualquiera de ellas es imposible.

La globalización amplifica dicha polarización al ofrecer un mercado mundial a quienes poseen ciertas habilidades escasas y otros activos valiosos, mientras que aquellos con calificaciones más comunes tienen que competir mundialmente entre sí por medio del comercio y la migración.

El achicamiento, el debilitamiento o el desmantelamiento de los monopolios públicos y privados reduce la medida en que el potencial para generar ingresos de los trabajadores poco productivos pueda estimularse a través de subsidios implícitos entre empresas. Al mismo tiempo, los menguantes sentimientos de lealtad entre los empleados más apreciados por las compañías obligan a que los salarios se vinculen más con las diferencias en productividad, y las desigualdades en los ingresos se amplifican por las diferencias en la capacidad de ahorro y en las herencias, lo que a su vez se

amplifica por el retorno sobre capital.
El resultado de estas diversas tendencias ya es palpable en la distribución de las ganancias. Si representamos esa distribución con un desfile de personas ordenadas de menor a mayor estatura, los gigantes del extremo final se han ido haciendo más altos de una década a otra, los de estatura media se van quedando cada vez más atrás en el desfile y hay cada vez más enanos cuyos salarios no alcanzan el nivel de lo que se considera un ingreso decoroso, o bien están en riesgo de caerse y de que pasen encima de ellos. Es de esperarse que esa polarización del potencial para generar ingresos se manifieste de diferentes maneras según el contexto institucional. Si el nivel de remuneración está firmemente protegido por leyes de salario mínimo, negociaciones colectivas y generosos seguros de desempleo, el resultado suele consistir en enormes pérdidas de empleos. Si esas protecciones son débiles o van debilitándose, los resultados suelen ser aumentos drásticos en la cantidad de gente que tiene que arreglárselas con empleos precarios por los que reciben salarios miserables. Esas tendencias ya son evidentes pero, si los efectos previstos de la nueva ola de automatización se hacen realidad, empeorarán notablemente.

Algunos sostienen que estos efectos sólo crearán un problema de corto plazo. A fin de cuentas, no es la primera vez que se invoca la inminencia de la automatización para dar la impresión de que es urgente introducir una especie de ingreso garantizado.

En otros tiempos, cuando unos empleos se perdían otros se creaban. El hecho de que pudieran producirse mercancías con menos trabajo se compensaba con el aumento de la cantidad de mercancías producidas; una compañía fabricante de automóviles, tras encontrar una manera de hacer coches con tan sólo la cuarta parte de los obreros que necesitaba antes, simplemente hacía cuatro veces más coches. Se dice que los cambios técnicos que ahorran mano de obra no son calamitosos sino benéficos si la mayor productividad se manifiesta con crecimiento económico. Se puede confiar en que los crecientes niveles de producción sigan proporcionando buenos empleos y por consiguiente ingresos decorosos al grueso de la población, ya sea de manera directa mediante los salarios o de manera indirecta mediante los beneficios sociales a los que tienen derecho gracias a esos salarios. En otros tiempos, entre la derecha y la izquierda había un amplio consenso en que el crecimiento constante pondría freno al desempleo y la precariedad. El actual interés, sin precedentes, en el ingreso básico en las partes del mundo más prósperas es señal de que ese consenso ha terminado.

La creencia en que el crecimiento todo lo cura se está debilitando en tres aspectos. En primer lugar, hay dudas de que un mayor crecimiento sea deseable. Desde la década de 1970 se han expresado preocupaciones legales, y se pagan en efectivo y no en especie.

Un ingreso básico, en cambio, es incondicional también de otras maneras. Es estrictamente un derecho individual, de tal modo que no está vinculado a la situación familiar; es lo que comúnmente se llama universal, de tal modo que no está sujeto a comprobación de ingresos ni de recursos; y no está sujeto a obligaciones, de tal modo que no queda atado a una obligación de trabajar ni de demostrar que se tiene la voluntad de hacerlo. (...)

Una economía sensata
Estas observaciones tendrían que bastar para disipar la sospecha de que un ingreso básico sustancial provocaría un colapso fatídico.

¿Bastan para demostrar que se necesita el ingreso básico para el máximo crecimiento económico? De ninguna manera. Y por fortuna. El desempleo involuntario es un tema importante para la gente comprometida con la libertad para todos. El crecimiento se presenta de manera rutinaria como el remedio evidente para el desempleo, pero, como se mencionó antes, han surgido serias dudas en cuanto a la posibilidad y la deseabilidad del crecimiento sostenido en los países ricos y en cuanto a su capacidad para dar una solución al desempleo. El ingreso básico ofrece una solución alternativa que no depende de que nos precipitemos para seguirle el ritmo al crecimiento de la productividad. John Maynard Keynes escribió que llegaría el día en que el camino a seguir ya no sería el del crecimiento, en que “el descubrimiento de medios para economizar mano de obra avance más rápido que el hallazgo de nuevas ocupaciones para la mano de obra”. Y entonces “nos empeñaremos en extender sobre el pan la poca mantequilla, para que el trabajo que aún queda por hacer se comparta tan ampliamente como sea posible”.

El ingreso básico es una manera inteligente y poco conflictiva de moverse en esa dirección. No impone un límite máximo a la jornada laboral de todo mundo pero facilita que la gente reduzca las horas trabajadas, porque reduce lo que pierden si lo hacen y también porque les da un ingreso firme en que pueden apoyarse. Ataca, por tanto, la causa fundamental de los problemas de quienes se enferman por trabajar demasiado y, a la vez, de quienes se enferman por no poder encontrar trabajo.

No equivale a renunciar al objetivo de pleno empleo razonablemente interpretado, pues el pleno empleo puede significar dos cosas: trabajo remunerado de tiempo completo para la totalidad de la población no discapacitada en edad laboral, o la posibilidad real de que todos los que lo quieran accedan a un trabajo remunerado significativo. Como objetivo, la estrategia del ingreso básico rechaza lo primero pero adopta lo segundo. Y lo persigue subsidiando el trabajo mal remunerado con baja productividad inmediata y también facilitándole a la gente la decisión de trabajar menos en cualquier momento de su vida, si así lo desea. ¿Ocurre esto a expensas del consumo de cosas materiales? En los países desarrollados, sin duda. Y eso es a propósito, porque nuestra economía no solamente necesita ser eficiente: también debe ser sensata. Y para eso no sólo tenemos que saber cómo organizar nuestra economía de modo que no enferme a la gente, sino también buscar un modo de vida que pueda generalizarse de manera sustentable. El ingreso básico es una condición previa para ello.

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