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El Rosario: 300 años honrando a sus deudos

El Día de Muertos es una tradición de tres siglos, donde las familias conviven y colocan velas en el camposanto para iluminar el camino de quienes ya no están
sábado, 16 de noviembre de 2019 · 00:00

Carlos Lazcano/Colaborador
carloslascano@hotmail.com

Muchos comentan que en Baja California nunca existió una tradición de Día de Muertos, por lo que, para defendernos de la penetración cultural de Estados Unidos, léase “Halloween”, se han estado introduciendo en los últimos años las tradiciones fúnebres propias de la parte central de nuestro país, las que año con año han venido ganado terreno y nos han enriquecido fortaleciendo nuestra identidad mexicana.

Sin embargo, investigando un poco, me he encontrado que sí existe una celebración de Día de Muertos que es netamente bajacaliforniana y que dio principio en el tiempo mismo de las misiones, en pleno siglo XVIII, hace más de 300 años.

A principios de noviembre de 1848, en sus “Apuntes históricos de la Frontera de la Baja California”, don Manuel Clemente Rojo nos dice:


…habían ido a Santo Domingo para visitar sus parientes difuntos que se hallaban en el panteón de la ex misión de Santo Domingo. Estos fronterizos conmemoran a sus muertos rezando algunas oraciones al pie de sus tumbas, adornando sus cruces con ramas verdes y algunas florecillas, muy escasas en este tiempo, y encendiendo en la noche una bujía en cada sepulcro, y permanecen velándola para encender la candela cuando la apaga el aire.

A primera vista pareciera que esta tradición ya no existe, sin embargo, para mi sorpresa, mi amigo, el ingeniero Alejandro Espinoza Arroyo, me comentó que, en su pueblo natal, El Rosario, al sur de San Quintín, la tradición descrita por Rojo se encuentra en perfecto estado de salud. Efectivamente, en varias ocasiones he ido al Rosario para corroborar la existencia de dicha tradición de muertos y ahí está. Este año no fue la excepción.

En El Rosario, el día 2 de noviembre, la gente acude al panteón principalmente en la noche. Durante el día van un rato, pero solo para limpiar y barrer las tumbas, y arreglarlas con flores y velas para la reunión en la noche, que es la efectiva.

El verdadero movimiento empieza en cuanto el sol se oculta. Familias completas van llegando y ocupan las tumbas de sus deudos. Niños, jóvenes, adultos, ancianos, mujeres, hombres, entre todos van encendiendo las velas y el panteón va cobrando vida.

Hoy ya no es solo una vela, como antes, sino muchas. En algunas tumbas fueron varias decenas de velas las que se colocaron, de tal modo que al estar encendidas todas se iluminan de una manera hermosa.

Entre las 11 y las 12 de la noche casi todos los habitantes del pueblo se encuentran en el panteón haciendo guardia ante sus deudos. El cementerio luce bello, iluminado por centenares de velas. Las familias rodean las tumbas con todo respeto y platican sobre la vida de sus familiares muertos. No hay bebidas alcohólicas, todo sucede con mucha calma y tranquilidad. La gente no lleva comida, a los que les da hambre acuden a los puestos de comida que se ponen en la entrada del panteón, ahí se venden tamales, hot-dogs, tacos, champurrado, café, pan y otros alimentos y antojitos. Esa noche el panteón se llena de vida.

Menciona Rojo del cuidado que tiene la gente para que las velas no se apaguen, actualmente la gente levanta una especie de “casita” alrededor de la tumba, para que de esta manera el viento no apague las velas, lo que ha permitido que la gente pueda colocar muchas velas. Otra ventaja de estas “casitas” es que guardan algo del calor desprendido de las velas, y como es tiempo de frío, la gente se mete a las casitas para resguardarse del frío. Algunas de las casitas llegan a ser tan grandes que cabe toda la familia adentro, e incluso contienen varias tumbas.

Hacia las 2 ó 3 de la mañana la gente se va retirando despidiéndose de sus muertos. Para el amanecer el olvido vuelve al cementerio. Pasará un año para que recobre la vida y la tradición se repita.

En el panteón había algunos espacios casi negros. Eran las tumbas de algunos muertos que ya no tenían familiares en el pueblo o que habían fallecido muchísimos años atrás y ya no había descendientes directos. Otros de esos espacios negros se debían a muertos cuyos familiares ya no son católicos, sino de alguna otra religión que ya no sigue esta tradición. Sin embargo, esos espacios nunca estuvieron solos del todo debido a que no faltaron almas caritativas que les pusieron algunas velas.

Esta tradición rosareña es de las más antiguas de Baja California, muy probablemente se inició en 1774, hace 245 años, cuando fuera fundada la misión de Nuestra Señora del Rosario Viñadaco por los misioneros dominicos, dando así inicio al actual pueblo de El Rosario. De hecho, el panteón se encuentra enfrente de los antiguos vestigios de esta misión. Por lo que nos dice Rojo, la tradición existió en todos los pueblos misionales y en casi todos desapareció totalmente.

Esta tradición es ciertamente hermosa y muy bien conservada, la gente va al panteón por sus muertos y los tratan con mucho respeto. Especialmente me llamó la participación de los niños, los ocurren en gran número y lo hacen con mucha devoción, orando por sus muertos y preguntándole a los mayores sobre cómo eran cuando vivían.

Agradezco infinitamente al ing. Alejandro Espinoza por sus muchas atenciones que facilitaron ampliamente mi investigación, así como a la sra. Yulma Espinoza, delegada en El Rosario, quien estuvo muy al pendiente para apoyarme. Sobre todo, agradezco a la gente de El Rosario que me permitió fotografiarlos junto a las tumbas de sus deudos.

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