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El juego de lenguaje de la 4T

La transformación de un país, de sus instituciones y de la vida pública en general, necesita otra forma de planificar la economía política
sábado, 2 de marzo de 2019 · 00:00

José Carlos García Ramírez/COLABORACIÓN*
mzen357@yahoo.com.mx | Ensenada, B. C.

Es una perogrullada pretender divorciar el tema político del económico en un contexto en el cual se requiere planificar la vida nacional de manera orgánica.

La política, en su etimología occidental (griega) significa ciudad organizada por ciudadanos libres, mientras que economía se traduce como leyes de la casa (gestión de recursos). Entonces una ciudad, al ser la casa u hogar de un ciudadano, requiere organizarse, decidir, trabajar, producir, administrar, darse leyes y vivir una vida plena en comunidad para subsistir. Lo político y lo económico son dos caras de la misma moneda.

Los campos político y económico están entrelazados por cinco conceptos estratégicos: principios éticos, decisiones intencionales, creación de riqueza, administración de los bienes, y procedimientos normativos. La separación de esa pareja es, de entrada, el origen de la descomposición institucional y la generadora de incertidumbre social.

Probablemente habría que decir las cosas de otra manera: la transformación de un país, de sus instituciones y de la vida pública en general, necesita otra forma de planificar la economía política.

Hay economías políticas planificadas y direccionadas para justificar la riqueza en pocas manos y consolidar oligarquías rapaces e irresponsables (ideología del mercado o del neoliberalismo). Pero también hay otras que justifican la hegemonía de un Estado planificador y totalitario de la producción, distribución y consumo de los bienes generados.

Diferentes paradigmas
Franz Hinkelammert (1931-), gran economista y teólogo alemán, radicado desde hace varias décadas en Costa Rica, indica en su libro Democracia y Totalitarismo que los grandes bloques mundiales (Estados Unidos y sus aliados europeos, Rusia y ahora China), postulan modelos económicos utópicos: unos proponen el mercado y las leyes del capital como paradigma perfecto; otros (Rusia) apuntalan la idea del estatismo como fuerza centrípeta de regulación de toda la vida de un pueblo.

Ambos paradigmas son diferentes en cuanto a su génesis y resultados. Pero iguales en cuanto son totalitarios: pueden cercenar libertadas y provocar asimetrías sociales abruptas.

La política es una disciplina social. Es a partir de 1930 que se “empiezan” a gestar en Estados Unidos los primeros aportes de orden epistemológico y metodológico, en el marco de la llamada “revolución behaviorista”.

Fue Charles A. Merriam (1874-1953) el primero en estudiar la política “fuera de la biblioteca”, “fuera de los libros”, para conocerla en la realidad, tal como los hombres la practican en la interacción social. Este planteamiento de Merriam significó una novedad para su época, independientemente de ser cuestionado por los partidarios de la teoría política tradicional de naturaleza histórico-filosófica y por la teoría institucional.

La economía también forma parte de las ciencias sociales, aunque a veces el ego de algunos profesionales de esa disciplina, pretendan fundar su objeto de estudio en las matemáticas en cuanto que ciencia pura.

Adam Smith (1723-1790), economista y filósofo escocés, antes de escribir su gran tratado económico titulado Ensayo sobre la riqueza de las naciones (1767), escribió su obra maestra, Teoría de los sentimientos morales (1759). En esta última obra señala que la economía tiene como soporte fundamental a la moral y todo aquello que tenga que ver con necesidades materiales. Por eso, la economía debe estar estudiar la producción de riquezas y los mecanismos técnicos a través de los cuales se satisfagan las necesidades humanas.

Para la llamada economía neoclásica, de un Alfred Marshall (1842-1924) o un Milton Friedman (1912-2006), por ejemplo, la economía ahora tiene que ser enfocada a la oferta y demanda, al estudio de los precios, al equilibrio de las finanzas, a la promoción y protección de los mercados, a la libertad de elección de los individuos y al empoderamiento de las empresas privadas por encima de las públicas. Para esta escuela neoclásica la máxima sería: “menos Estado (política) más negocios privados”.

Dicotomía ambigua
Hoy en día, existen ramificaciones de diversa índole para entender lo económico y lo político. Sin embargo y, a pesar de los juegos de lenguaje, no se puede ser radical-ingenuo y decir que esas dos categorías deben estar separadas, tal y como lo pretende hacer la llamada Cuarta Transformación (4T) apuntalada por el presidente mexicano en turno.

Seguramente habría que esperar algún plan nacional de desarrollo o ver cómo madura la perspectiva teórica del titular de la banda presidencial sobre esa dicotomía ambigua.

Ahora bien y para proponer la conjunción en lugar de la disyunción de lo político y económico (en su sentido general), ambos conceptos tienen una matriz fundante u origen común: la ética en cuanto que forma y materia:

Forma, porque tienen como punto de partida la legalidad de los procedimientos institucionales, los cuales permiten saber si las decisiones de Estado y gobierno cumplen con los mandatos de la Constitución acorde al buen ejercicio parlamentario consensuado (no consensos impuestos ni liderazgos arbitrarios o soberbios).

Materia, porque tienen como puntos de partida y llegada, la reproducción y conservación de la vida humana o de la comunidad política. La responsabilidad por asegurar la vida de los mexicanos y mexicanas es impostergable. Pues la satisfacción de las necesidades materiales de un pueblo son las exigencias universales que por ningún motivo deben ser conculcadas por ningún partido político, ni poder federal.

Si se formula la interrogante en un proyecto de nación: ¿cómo hay que vivir?, la respuesta posible sería con una economía política alternativa constructora de instituciones que garanticen la prosperidad material de la gente, es decir, asegurar los derechos humanos fundamentales universales: seguridad en las calles y en los hogares, trabajo protegido, educación crítico-formativa, sueldos y salarios razonables o justos, hogares dignos, atención médica efectiva y afectiva, desarrollo cultural, libertades públicas responsables. La construcción de ciudades amigables con justicia, equidad y solidaridad, sólo es posible a través de estrategias políticas y económicas vinculadas.

La racionalidad de lo político y económico se encuentra en el fin último, como decía el viejo Aristóteles: “La economía no puede independizarse de la política ni de la sociedad pues la consecuencia éticas serían la destrucción de la idea misma de sociedad y de bien común”.

*El colaborador es filósofo y especialista en políticas del envejecimiento.

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