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Misión de San Ignacio Kadakaamán: 291 años de su fundación

La fiesta del santo patrono de la misión es una de las más antiguas, tradicionales y bellas de la península de Baja California; dura tres días y reúne a gran cantidad de gente de la toda la región, de muchos San Ignacianos que viven en Estados Unidos y otras partes del mundo. Es una fiesta hermosa que vale la pena conocer y participar.
sábado, 10 de agosto de 2019 · 00:00

CARLOS LAZCANO/COLABORACIÓN
carloslascano@hotmail.com | Ensenada, B. C.

Hace 291 años que fue fundada la misión de San Ignacio Kadakaamán, una de las más bellas de las Californias. Cada año, a fines del mes de julio se efectúa su fiesta patronal, siendo una de las más antiguas y mejor conservadas en la península.

Los antecedentes de esta misión datan de 1716, cuando el misionero jesuita Francisco María Píccolo efectuó una larga exploración hacia el norte de su misión, que en ese tiempo era la de Santa Rosalía de Mulegé. En este recorrido llegó a un hermoso valle, pletórico de agua y de palmeras el que bautizó con el nombre de San Vicente, pero que los indios cochimí, los habitantes milenarios, conocían como Kadakaamán. Esta palabra significa literalmente “arroyo de carrizal” pero normalmente refiere a un manantial abundante, tal como lo es en dicho paraje. En ese entonces no se llevó a cabo ninguna fundación, ya que se quería primero evangelizar el sur peninsular; sin embargo, el sitio quedó pendiente para un futuro establecimiento, ya que presentaba excelentes características por su abundancia de agua y de tierras, y desde luego la presencia de numerosas rancherías indígenas, como pudo constatar el padre Píccolo.

La misión finalmente pudo ser fundada en 1728, por el padre Juan Bautista Luyando, con el apoyo del padre Sebastián Sistiaga. Fue el mismo padre Luyando quien aportó los 10 mil pesos que se requerían para poder iniciar una misión.

LA MÁS FLORECIENTE DE LA PENÍNSULA
Gracias a su abundancia de agua y de tierra fértil, esta misión fue muy prospera, llegando a ser la más floreciente de la península. Se levantó un primer templo, así como casa para los padres. Se preparó toda una infraestructura agrícola que constaba de pilas, canales, acequias, huertas, presas, con las que se pudo cultivar trigo, maíz, higos, uvas, dátiles, granadas, olivos, entre otros productos.

Llegó a producirse mucho vino, al grado que surtió a otras misiones menos favorecidas. Así mismo floreció la ganadería, tanto menor como mayor.

Gracias a ello pudo apoyar a muchas otras misiones que tenían menos recursos. Además el padre Luyando construyó otras ocho capillas en las rancherías de visita que llegó tener esta misión, y estableció una escuela en la que se ensañaba a los indios a hacer artesanías.

Contó con numerosas rancherías de visita: San Borja, San Joaquín, San Sabás, Santa María Magdalena, Nuestra Señora de los Dolores, San Atanasio, Santa Mónica, Santa Martha, Santa Lucía, Santa Ninfa, Santa Clara, Santa Ana y San Juan Bautista.

Incluso el misionero de San Ignacio llegó a atender a los indios de la Isla de Cedros, los que finalmente se fueron a vivir al sitio de la misión.

POBLACIÓN DE LA MISIÓN
Su población indígena fue calculada en 750 personas en 1745. Para 1762 había aumentado a 800 almas. En 1768 era de 750 y 558 en 1771. Para los siguientes años empieza un fuerte descenso y así tenemos que en 1782 contaba con 241 habitantes y 130 en 1l año de 1800.

Epidemias e inundaciones afectaron a esta misión, al grado que para el año de 1840 fue abandonada, debido a la extinción de los indios. Sin embargo, la iglesia siguió funcionando ya que el pueblo persistió y muy lentamente fue creciendo, ya con los descendientes de los soldados y primeros colonos de la California.

Durante muchos años esta fue la misión más norteña de la península. La rebelión de los pericú frenó por un largo período la expansión misional, y durante el resto del tiempo jesuita ya no se volvió a dar una nueva etapa de fundaciones, más bien fueron siendo esporádicas la aparición de las siguientes misiones. Se siguieron sumando los problemas económicos, falta de personal y difícil geografía.

Como ya lo mencionamos, el primer misionero de San Ignacio fue el padre Luyando, quien la atendió entre 1728 y 1733, cuando se retiró por falta de salud. Le siguió el padre Sebastián Sistiaga quien estuvo en 1733, prosiguiendo el misionero croata Fernando Consag, quien desarrolló una labor extraordinaria entre 1733 y 1759, año de su muerte.

Luego estuvo el padre José Rotea, hasta 1768, año en que los jesuitas fueron expulsados de la península. Siguieron varios franciscanos: fray Miguel Campa, fray Juan León, fray José Legomera, este el último de los franciscanos, quien la atendió hasta 1773. Luego siguieron los dominicos: fray Juan Crisóstomo, fray Joaquín Calvo, fray Domingo Timón y fray Pedro González, entre los más importantes.

Esta misión destaca por la belleza de su templo, totalmente de piedra y de gran tamaño, que en su interior presenta unos bellísimos retablos con óleos de la época. Éste templo fue construido mayormente por el padre Fernando Consag, quien lo inició en el año de 1733. El padre Consag murió en 1759, cuando llevaba las tres cuartas partes de construcción. El faltante lo levantó el misionero dominico fray Crisóstomo Gómez, quien lo concluyó en 1786.

PADRE CONSAG
Fue el padre Consag el misionero que más tiempo permaneció en esta misión y quien mayormente la hizo florecer.

Consag nació en Varazdín (Croacia), en 1703. Se unió a los jesuitas cuando contaba con 19 años de edad y llevó estudios en Universidades de Croacia, Eslovenia, Hungría y Austria. Llegó a la Antigua California en 1732 y fue enviado a las misiones del norte, siendo asignado finalmente a San Ignacio.

Posteriormente, sin dejar de ser el titular de San Ignacio, estableció la primer misión en el hoy Estado de Baja California, en 1737, la de Nuestra Señora de los Dolores del Norte, la que posteriormente cambió su nombre por el de Santa Gertrudis. Fue el más completo explorador de la California, ya que recorrió prácticamente toda la península, principalmente en las regiones desconocidas del norte peninsular. Escribió varios tratados sobre California y fue uno de los más importantes cartógrafos peninsulares. Su trabajo en California fue de los más notables.

Esta misión fue dedicada a San Ignacio de Loyola (1491-1566), el fundador de los jesuitas, uno de los personajes más importantes de la Iglesia Católica. Antes de entrar a la vida religiosa, San Ignacio fue militar. Posteriormente fue sacerdote y líder religioso de la contrarreforma. En 1534 fundó la Compañía de Jesús, los jesuitas, teniendo como una de sus más importantes premisas la obediencia absoluta al Papa.

Fue el primer General de la Compañía. Desde su fundación la orden de los jesuitas ha tenido gran influencia, hasta nuestros días. Ha tenido tiempos difíciles y polémicos, siendo suprimida en varias ocasiones. Una de sus actividades más importantes ha sido la educación y la actividad misionera.

En 1548 San Ignacio publicó su libro “Ejercicios Espirituales” los cuales han ejercido una profunda influencia en el medio católico como herramienta de discernimiento. Murió el 31 de julio de 1556 y fue canonizado en 1622. El Papa Pio XI, quien lo declaró patrono de los ejercicios espirituales.

Y precisamente, el 31 de julio de cada año se celebra en San Ignacio la fiesta de su patrono, la que es una de las más antiguas, tradicionales y bellas de la península de Baja California. La celebración dura tres días y reúne a gran cantidad de gente de la toda la región y de muchos San Ignacianos que viven en Estados Unidos y otras partes del mundo. Es una fiesta hermosa que vale la pena conocer y participar.

 

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