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Inició Michelle Lee  viaje transocéanico

Crónica del inicio de una aventura náutica extraordinaria en solitario
miércoles, 10 de agosto de 2022 · 00:00

Carlos Hussong González/COLABORACIÓN
Ensenada, B. C.


La madrugada del lunes Michelle Lee inició una aventura náutica deportiva extraordinaria, cruzar el Océano Pacífico remando.  
A los minutos de zarpar, un grupo de nadadores, tal vez quince en total, entraron al mar para acompañar a Michelle, llevaban cada quien una boya con focos de colores, lo que daba un gran simbolismo al evento, parecía un gran dragón nadando a su lado.  
Las tripulaciones de cuatro veleros –“Foggy Valentina”, “Abela Boy”, “Attempo” y “Tesoro”-, acudimos a despedirla y atestiguar el inicio de esta inédita travesía.
Michelle zarpó en medio de un desfile bien organizado: primero, los barcos de apoyo de la Marina Armada, con los elementos siempre pendientes, cuidando el orden y la seguridad de los participantes.
Después los veleros. Sin planearlo, formamos con los barcos un rombo. El “Attempto” al frente, después, el “Abella Boy” por estribor y el “Foggy N Valentina” por babor; cerraba el rombo, el “Tesoro”.  Así salimos al mar en esa formación, lentamente, pues la velocidad la marcaba la remadora.
El desfile se fue aligerando. Primero se retiraron los nadadores que la acompañaron unos 700 metros.
Después, los barcos de la Armada. Se escucho un grito de: “Buena Suerte” de una de las dos embarcaciones de apoyo al retirarse. Michelle respondió con una exclamación en inglés.
Para mí, ese momento, ese par de gritos, ambos sonoros, fuertes en la noche obscura, subrayó la magnitud del evento. 
Una persona sola, una mujer, en esa pequeña lancha, decidida a cruzar en un año, la inmensidad del Océano Pacifico. Impulsando su embarcación, únicamente con los remos. Impresionante e insólito. Y estaba sucediendo; éramos en cierta forma, muy modesta, parte de ese hecho inaudito, testigos de ese acontecimiento. 
Quedamos entonces solamente quienes viajábamos en los veleros. Una pequeña luz frente a nosotros, marcaba la embarcación de la remera. 
Los veleros con las luces de navegación, muy cerca todos, parecíamos más bien luciérnagas volando que navegando; tenues lucecillas en la obscuridad oceánica inmensa. Una procesión silenciosa en el vacío. Un momento místico.  
Seguíamos la lancha de Michelle, un avance lento. Poco menos de dos nudos, lo que es normal en el remo.  La cubierta del pango se veía parcialmente iluminada. Cuando la alcanzábamos -era difícil mantener distancia a una velocidad tan baja-, veíamos claramente a Michelle, con un impermeable rojo, metódicamente, remando y remando. 
Calculamos un golpe de remo cada 4 segundos; aproximadamente unas 20 remadas por minuto.
Metódicamente, igual, minuto tras minuto, hora tras hora. Uno tras otro.
La noche sin viento, con oleaje bobo. Los barcos escoraban de lado a lado con las olas y la baja velocidad. Daba la impresión de estar al garete. El punto blanco y las dos pequeñas luces, roja para babor, verde para estribor del pango, desparecían una y otra vez entre las olas, y en ese vaivén, en ese subir y bajar, el ritmo de remo de Mitchel no se alteraba.

Empezaba el viaje
¡Qué entrenamiento!, ¡cuánta entereza!, ¡qué fortaleza física y mental! Ver a Michelle con esa tenacidad se convirtió en un privilegio.
Luego de unas horas llegó el momento de decir “Ahoy”, esa despedida y advertencia marinera cuando se separan destinos y navegaciones.
Le dimos nuestras últimas exclamaciones de buenaventura a Michelle acompañados de tres fuertes sonidos de la trompeta de niebla antes de virar. 
Michelle desde su pango, agitó los remos y los brazos en señal de despedida y de triunfo y nos brindó una sonrisa inolvidable. 
Sin duda así seguirá, con esa determinación, por los próximos 360 días.

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