Marte, un planeta singular

domingo, 12 de noviembre de 2017 · 00:05

Por Marco Arturo Moreno Corral*   

Desde tiempos remotos el planeta Marte llamó la atención de los humanos, pues su peculiar coloración rojiza lo distingue de otros astros.

En el siglo VI anterior a nuestra era, los habitantes de la región comprendida entre los ríos Tigris y Eufrates lo llamaron Nergal; que significaba guerra. En la cultura occidental comenzando con los griegos, se le asoció con batallas y derramamiento de  sangre, por lo que en la mitología grecolatina se convirtió en el dios de la guerra; recibiendo el nombre de Ares entre los pobladores de Grecia y Marte entre los romanos.

Durante milenios los astrónomos de la Antigüedad lo observaron y se dieron cuenta que formaba parte de los planetas entonces conocidos; Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno, pues al igual que ellos, no se movía en forma caótica, sino que se desplazaba por el firmamento en un plano bien definido que contiene los centros del Sol y de la Tierra, llamado Eclíptica, que queda comprendido en la franja de la bóveda celeste que contiene a las constelaciones que forman el Zodíaco.

En la teoría geocéntrica fundamentada por Tolomeo en el siglo II de nuestra era, Marte fue situado en la quinta esfera; lo que según aquellas ideas, significaba que se movía alrededor de la Tierra en una esfera centrada en ella, que contenía a las que movían a la Luna, Mercurio, Venus y el Sol.

Esta forma de interpretar los movimientos planetarios persistió por mucho tiempo, pero al mediar el siglo XVI gracias a la capacidad de observación y abstracción de Nicolás Copérnico, el geocentrismo comenzó a ser cuestionado para lentamente dar paso a la interpretación heliocéntrica, que situó al Sol como centro de los movimientos de todos esos planetas, e incluyó a la Tierra entre ellos. En ese nuevo esquema, Marte se desplazaba describiendo una órbita circular situada entre las órbitas de la Tierra y de Júpiter, ocupando por ello la cuarta posición entre los planetas respecto de su lejanía al Sol.

Exploración del planeta

El siguiente gran paso en el estudio de Marte lo dio Johannes Kepler, quien tras nueve años de trabajo matemático muy intenso, usando los datos que Tycho Brahe había obtenido con sus magníficos instrumentos pre telescópicos, logró mostrar que la órbita descrita por ese planeta no era un círculo, lo que significó un gran esfuerzo intelectual por parte de Kepler, ya que desde la época de Aristóteles, se había supuesto que las órbitas de los cuerpos celestes eran circulares.

Finalmente Kepler demostró que Marte se movía siguiendo una trayectoria elíptica en torno al Sol y que éste ocupaba una posición bien determinada en uno de los dos puntos conocidos como focos de la elipse. Este científico fue más lejos y generalizó su descubrimiento al movimiento de los otros planetas, enunciando una ley con validez para el estudio de todos ellos.

La fascinación que este planeta ejerció sobre ese astrónomo, debió ser causa de otra afirmación hecha por Kepler en torno a Marte; sin fundamento observacional y siguiendo solamente ideas de armonía matemática en la naturaleza, afirmó que el planeta rojo debería tener dos satélites. Más de cien años después, el escritor Jonathan Swift en sus “Viajes de Gulliver” hizo referencia a los habitantes de una isla flotante que llamó Laputa, cuyos astrónomos –también ficticios- sabían de la existencia de dos satélites girando en torno a Marte, mientras que el filósofo Voltaire escribió en 1750 una novela llamada “Micromegas”, donde volvió a hablar de la existencia de dos satélites marcianos.

Un paso más en el estudio de Marte lo dio Asaph Hall que en 1877 descubrió que en efecto este planeta tiene dos pequeños satélites, a los que llamó Fobos, que en griego significa miedo y Deimos, que en la misma lengua es terror. Se les puso así, porque en la mitología griega ambos son acompañantes permanentes de Marte, el dios guerrero, pues la guerra siempre causa esos dos estados de ánimo. Fobos es el de mayor tamaño (22.2 kilómetros de diámetro) y el más cercano a la superficie marciana; girando a una altura sobre ésta de 9 mil 377 kilómetros cada 7.6 horas, mientras que Deimos tiene un diámetro de 12.6 kilómetros y gira a 23 mil 460 kilómetros con un periodo de 30.3 horas. Las características de estos pequeños satélites, hacen suponer que en realidad se trata de dos asteroides que en el pasado remoto fueron capturados por la fuerza de atracción gravitacional ejercida por Marte. Las fotografías que las naves espaciales han tomado de esos satélites, confirman esta idea; que a diferencia de lo afirmado especulativamente por Kepler, Swift y Voltaire, está basada en datos reales derivados de la exploración científica del planeta rojo.

Inspiración literaria 

Desde que fue posible observar Marte a través de telescopios con adecuado poder de resolución, se apreciaron cambios en su superficie, pero en realidad este planeta se encuentra alejado de la Tierra 225 millones de kilómetros, distancia enorme que combinada con la turbulencia que causa nuestra atmósfera, hace que no se  pueda verlos con detalle. El mismo año que fueron descubiertos Deimos y Fobos, Giovanni Schiaparelli observó que algunas regiones de la parte ecuatorial de aquel planeta, mostraban estructuras rectilíneas oscuras a las que llamó “canali”, palabra italiana apropiada para describir aquellas líneas difusas y ramificadas. Cuando su reporte fue traducido al inglés, se usó la palabra “canals”, que literalmente significa canales, surgiendo entonces la idea de que en Marte existía una red muy compleja de ellos.

Entre 1895 y 1908 Percival Lowell dedicó grandes esfuerzos e incluso construyó un gran observatorio (Lowell Observatory, Flagstaff, Arizona)  para investigar aquellas misteriosas estructuras, llegando a concluir que eran obra de seres inteligentes, que habían construido canales con el propósito específico de llevar agua desde los casquetes polares de Marte, a los grandes desiertos que cubrían la superficie de ese planeta. Cuando esas ideas llegaron a la prensa, fue inmediata la suposición de existencia de marcianos, incluso se publicaron novelas como la “Guerra de los Mundos” escrita por Herbert George Wells en 1898. En ella se narra la invasión de marcianos a la Tierra con el fin de extinguir a la raza humana y apropiarse de nuestro planeta, ya que el Marte  estaba moribundo por falta de agua.

Sin duda la idea de alienígenas gustó, propiciando la proliferación de ese tipo de novelas, algunas de las cuales fueron llevadas al cine que entonces comenzaba. Es famosa la trasmisión que a través de la radio hizo Orson Wells en 1938, de una adaptación ideada por él de aquella novela, pues muchos radioescuchas pensaron que la trasmisión era en vivo y que en efecto estaba sucediendo una invasión marciana, lo que causó pánico entre la población y obligó a Wells a pedir disculpas públicamente.

Esa novela y esos hechos reflejan la fascinación que siempre se ha tenido con Marte; un planeta que a pesar de su relativa lejanía, ha sido explorado recientemente y puede presentar condiciones para una futura colonización por parte de los terrestres, razón por la que desde el inicio de la Era Espacial, ha estado siendo muy estudiado; primeramente mediante naves que lo sobrevolaron y fotografiaron y después haciendo bajar en su superficie diferentes autómatas, que han realizado y siguen realizando estudios imposibles de hacer desde nuestro planeta. Esas investigaciones demuestran sin lugar a dudas, que los supuestos canales marcianos no existen. Esas exploraciones siguen enriqueciendo los conocimientos astronómicos, a la vez que lo aprendido sobre Marte ayuda a entender mejor la evolución misma de la Tierra.

Astrofísico e investigador del Instituto de Astronomía, campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

mam@astro.unam.mx

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