Los ruidos de la noche

domingo, 19 de noviembre de 2017 · 00:00

Por Adán Echeverría*

Esteban no quería dormirse. Por más que su papá le había contado cuentos, por más que su mamá le había preparado su leche, lo habían regañado, su hermano incluso intentó dormirlo meciéndolo y haciéndole “shhh shhh shhh”, Esteban no se quería dormir.

- Duérmete tico, duérmete Estebo, si duermes podrás crecer, ser un niño grande el día de mañana. Si no duermes te quedarás así, de pequeñito.

Cansado ya, su hermano se acostó en su hamaca suspirando: Ahh, si no te duermes, vendrá el mago de los sueños a hacerte maldad.

Pero nada podían hacer para que Esteban se pudiera dormir.

- Cuéntame otro cuento... había dicho, acomodándose entre los brazos de su papá; Papi, cuéntame otro cuento, pero su padre ya estaba roncando. El trabajo en la oficina de todo el día lo tenía cansado. Mamá, mami, cuéntame otro cuento, pero su madre, con los ojos cerraditos, igual dormía ya. Mano, mano, y se cruzó a la hamaca de su hermano, y éste moviéndose entre sueños le dio una patada tirándolo; Esteban se miró en el suelo de la habitación, con su familia, toda, profundamente dormida.

Río apenas de su osadía, cuando unos ruidos en la cocina le llamaron la atención. Abrió bien grandes los ojos, estiró las orejas intentando percatarse de dónde venía el ruido, qué sería, pero su mente de tres añitos no podía representarle alguna idea clara, el ruido crecía. Mami, mami, hay algo en la cocina, pero su mami roncaba con ternura. En eso escuchó que llamaran a la puerta. Alguien o algo daba golpecitos en la puerta, Esteban corrió a los brazos de su padre e intentó despertarlo, Papá, papá, hay alguien en la puerta, y su padre roncaba con soltura, mientas Estaban escuchaba: ¡Abre la puerta!, ¡Se que estás ahí niño, ábre ya esta puerta! Y los golpes se hicieron muy fuertes; pareciera que quisieran tirarla a golpes... los ruidos en la cocina aumentaron, un perro aullaba en algún patio, escuchó a unos gatos pelear y maullar, y el espanto iba aumentando en su cabecita.

Se metió de nuevo en la hamaca de su hermano, pero éste lo empujó sin abrir los ojos con un... Esteban, dicho con hartazgo. Los golpes en la puerta continuaban, y Esteban se fue hundiendo en el fondo de un rincón, detrás del cuerpo de su madre. Quería cerrar los ojos, pero no lo conseguía, las voces gritaban que abriera, los ruidos en los patios, dentro de la casa, las sombras que se movían a su alrededor, y su familia durmiendo sin poderse despertar.

Fue cuando lo vio... era delgado y alto, luminoso, sostenía en la cabeza algo parecido a un sombrero o una calabaza, ¿No tienes sueño?, le preguntó a Esteban. ¿Que si no tienes sueño, niño?, ja... ¿qué miras?, ¿tus padres, tu hermano? Ellos no podrán ayudarte, están bien dormidos. ¿Tú eres el que no ha querido dormise, no? Seguro que eres un niño muy valiente. ¿Eres valiente? Esteban quería meterse bajo las sábanas, pero la figura luminosa le jalaba las sábanas, le cerraba el paso para evitar que se bajara de la cama.

Si eres tan valiente para no dormirte, no sé por qué le tienes miedo a los ruidos de la noche. La figura comenzó a dar vueltas sobre la cabeza de Esteban. Los adultos, los papás, no le tienen miedo a la noche, pero nunca había visto a un niño que no quisiera dormirse como tú. Por eso he dormido a tu familia. Ahora tú estarás despierto cuidándoles el sueño, mientras ellos descansan y sueñan tranquilitos, mientras tú te enfrentas a los ruidos, a las sombras, a mi. ¿O tienes miedo? Sí, alcanzó a decir Esteban, y la figura tocándole la frente explotó en miles de luces multicolores. Cuando volvió la oscuridad, Esteban estaba dormidito en los brazos de su papi. Mientras su madre abrigaba a su hermano en la otra hamaca. Ya está dormido, dijo el padre sonriente.

Al fin, suspiró mamá, cada vez es más difícil dormir a este chamaquillo, y ambos padres, abrazados salieron de la habitación.

 

*Poeta y escritor.

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