Es Covarrubias fiel a las letras

Algo que caracteriza a este autor de 77 años es la lealtad. Desde que por primera vez publicó en 1957, no ha dejado de registrar expediciones a través de reseñas, poesía, cuento, ensayo y traducción Daniel de la Fuente
domingo, 23 de julio de 2017 · 00:00
Agencia Reforma

 

Un poema de Miguel Covarrubias que con frecuencia aparece en antologías es Fidelidad.


"El espejo / no es para que te mires: / es para que me veas, / es para que te encuentres”.

Y él lo comenta.
"Uno se busca en el espejo y encuentra al otro, y viceversa. Si nadie resultó chasqueado, ese prodigio podríamos atribuírselo a la fidelidad. ¿No le parece?”

Algo que caracteriza a este autor de 77 años es la fidelidad. Desde que por primera vez publicó en El Estudiante, periódico de la Prepa 1, en 1957, no ha dejado de registrar expediciones a través de reseñas, poesía, cuento, ensayo y traducción.

"Estoy cayendo en la cuenta de que son ya, justamente, 60 años”, sonríe Covarrubias, de rostro luciferino, cabello y barba entrecanos, de infaltable corbata.

"Fue un artículo sobre el cercano Oriente en ese periódico en el que yo era el editor, articulista, epigramista y hasta autor de las notas de humor. Los textos iban con mi nombre, con el seudónimo Alejandro Ortiz o anónimos”.

Al hablar de su obra, al director de publicaciones como Apolodionis, Deslinde, Armas y Letras no le gusta hablar de legado.

"Me tranquiliza saber que no existe el veredicto inapelable”, sonríe de nuevo. "Me refiero a la valoración de la poesía. A ésta la juzgan los lectores de toda laya, la crítica, los catedráticos, los historiadores. Y el tiempo, que ‘se toma su tiempo’.

"A veces campea ‘el tiempo de las alabanzas’ o ‘el tiempo de los vituperios’. A veces se impone el mexicanísimo ninguneo. Y a veces algunos ‘poetas de relaciones públicas’ se proponen (y cita a Jacques Prévert): ‘hacer subir y descender a su capricho el curso de la poesía. Felizmente existen otros, como Yves Bonnefoy, que son poetas’.

"Pero yo, ¿en qué lugar me encuentro?”.
El ensayista Víctor Barrera Enderle afirma que Miguel es, quizá, quien mejor encarna a la literatura en la Ciudad.

"A lo largo de su vida ha hecho de lo literario una manera de ser y no sólo una práctica o actividad profesional. Él vive la palabra escrita, la observa, la entiende y la transmite. Por ello no sólo es poeta o académico o promotor cultural, sino traductor y hacedor de prácticas literarias. Su universo es el mundo letrado, con todo lo atemporal y contingente que eso puede ser a la vez. Cada poema es la reescritura infinita de la tradición, así lo entiende Miguel Covarrubias y así lo asume en vida y en obra”.

Los rostros de la noche
Miguel es el mayor de los cinco hijos del historiador Ricardo Covarrubias y Micaela Ortiz, ambos jaliscienses.

Su abuelo, Cipriano Covarrubias, fue escritor, amigo de Juan de Dios Peza e integrante de la Bohemia Jalisciense, colectivo célebre. Fue impresor, publicó el diario Jalisco Libre y fue opositor al Porfiriato, tan es así que estuvo en la cárcel.

Su padre, historiador, escritor y editor, fue un viajero que, tras un largo periplo, llegó a Monterrey en su madurez.

"Por poco en lugar de pañales nos ponían tapas de libros”, dice este hombre muy cortés de voz grave y modulada acerca de vivir con su padre entre títulos, revistas y periódicos, y cuya biblioteca era inmensa. A su muerte fue donada a la UANL.

Aquí, recuerda Miguel, nacido el 27 de febrero de 1940, don Ricardo fue subdirector de El Norte.

"Mi amor por la tinta nació en la imprenta de El Norte, cuenta Miguel. "Entraba de niño corriendo al periódico, entonces en una de esas casas antiguas que aún se pueden ver, y corría a la redacción y al lugar que tenían habilitado para el taller”.

Su padre tuvo una imprenta por la Calle Vallarta en la que Miguel solía ayudarle con libros y revistas como la Bohemia Regiomontana, publicación de Luis Barrera Salinas. Ahí se evoca en una noche sin luz, sobre una prensa Heidelberg que se iluminaba con un red de 220W, escribiendo cuentos en una Olivetti Lettera portátil comprada entre él y su amigo César Isassi.

Uno, Los rostros de la noche, ganó un segundo lugar en un festival de las artes de Veracruz, en tanto su amigo Horacio Salazar Ortiz obtuvo el tercero con un poema que incluiría en Breve canto a la autora. Miguel incluyó aquel texto en su primer libro, de cuentos: La raíz ausente, de 1962, que llegó a reseñar el entonces joven José Emilio Pacheco.

Le siguió Custodia de silencios, en 1965. Para entonces, Miguel ya había desertado, como su abuelo y su padre, de Leyes. Nunca halló en esa carrera la posibilidad de volverse un tribuno o uno de los girondinos de Lamartine. Se mudó a Filosofía y Letras, aunque ya forjaba un nombre en el medio cultural debido a la Sociedad Integral Universitaria "El librepensador”.

De este grupo se desprendió otro que editó una de las publicaciones clave de la vanguardia en la Ciudad: Apolodionis, que de 1959 a 1967 publicó textos de Salazar Ortiz, Gloria Collado, Andrés Huerta y Alfonso Reyes Martínez, entre otros.

"La generación de la revista Apolodionis, Arte Universitario y el Instituto de Artes, a la que perteneció Miguel Covarrubias, le mostró a Monterrey que el libro no es sólo soporte de textos sino que puede llegar a ser un objeto bello, y que para esto se necesita de la colaboración de artistas plásticos y de un cuidado orgánico de las publicaciones”, expresa Carlos Lejaim Gómez, escritor e integrante de la Editorial An.Alfa.Beta.

Miguel repasa la influencia de su padre: aunque no estuvo de acuerdo en que desertara de Leyes, le dio un ejemplo de vida al dedicarse a los libros. De hecho, se considera sobre todo impresor.

Al final de cuentas, agrega, le dio la libertad de lanzarse a otras aventuras lejos de la abogacía. "Con eso me quedo”.

Rosana es arquitecta y segunda de las dos hijas que Miguel tuvo con su compañera de facultad Silvia Mijares, con quien contrajo matrimonio hace 50 años.

"Ellos son una fuerza, un círculo plástico, no sabes dónde empieza uno y termina el otro, se complementan, se completan. Él es la idea, el ingenio; ella la fuerza vital, la que todo lo nutre”.

Sobre el abuelo de seis nietos, agrega que no suele dar consejos, sino el ejemplo.

"Simplifica, sosiega, es mesurado, juicioso, la personificación de la ecuanimidad. Para cada eventualidad hay un axioma que todo lo clarifica. Tiene un gran sentido del humor. Nos habla con enigmas, siempre tiene la palabra precisa, no es jactancioso. No da demostraciones, es pródigo, es cómplice. Su proximidad es siempre elogiosa, pero por sobre todas las cosas es un hombre amoroso, es una presencia entrañable que todo lo inunda, que todo lo fecunda, que todo lo ilumina”.

Encontrarse a sí mismo
Antes de publicar poesía, Miguel fue traductor. Cuando nadie lo hacía (tampoco era común llamarse "poeta”), empezó a traducir a autores que sólo llegaban a la Ciudad a través de versiones españolas.

Hace 50 años hizo su primera traducción para las páginas de Apolodionis: un poema de Rimbaud.

"Éramos hombres-orquesta, había que hacer de todo”, afirma Miguel, cuya labor como traductor se encuentra en los tomos El traidor y El traidor II, sobre todo de poetas franceses y alemanes.

Aunque llegó a hacer "per-versos”, como les llamaba su padre a los malos versos, maduró y, entresacando líneas poéticas de prosas de Minusculario (1966), su último título del género, conformó en 1969 su primer libro: El poeta, con reflexiones sobre el oficio, que publicó Manuel Rodríguez Vizcarra en la colección Sierra Madre. Le siguió ahí mismo, en 1977, El segundo poeta, con poemas del "autor” del anterior título.

Pandora (1987) y Sombra de pantera (1999) son poemarios de madurez de Miguel.

"Pandora me permitió llegar hasta Pandora”, afirma. "Vale decir, el mito griego de la mujer que no supo reprimir su curiosidad me brindó la oportunidad de recrear -en mi libro de poemas- la angustia y el desconcierto. Abrí o me abrieron la caja de Pandora y todos los males inimaginables se me echaron encima. Para mi fortuna, en el último resquicio se encontraba, tal y como quedó establecido en la leyenda original, la esperanza. Por eso reencontré la claridad: Apolo y su fulgor estaban de regreso”.

Acerca de Sombra de pantera, comenta que este animal encarna lo insobornable, la fiereza. Lo hermosamente irreductible.

"Es, dicho de otro modo, lo espléndido de la naturaleza en su más nuda y sinuosa condición. Además, entre varias interpretaciones a cuál más osada, la pantera podría ocupar el lugar de la mujer como ser oscuro, pero definitivo. O esto podría no ser así, como llegó a insinuarlo Eduardo Langagne mientras presentaba Sombra de pantera”.

Minerva Margarita Villarreal, poeta y directora de la Capilla Alfonsina, expresa que Miguel es un hombre cuya manera de hacer poesía no sólo se circunscribe a la escritura, en la cual desarrolló un estilo pulcro y fino, audaz para crear atmósferas en la brevedad y de introducir las tristezas más inusitadas de lo que significa en una vida el paso del tiempo.

"Para mí es un maestro del cual he aprendido tanto de la literatura como de los distintos planos de la existencia. Miguel es un maestro de la discreción, de la cortesía, de la solidaridad. Y en lo personal me enseñó hasta a ser lo que intento cada día: una buena esposa, una buena madre y una buena maestra”, afirma sobre el que fue por décadas maestro de Filosofía y Letras.

"Le debo lo que no imagina. Aprendí a desarrollar un gusto por las maneras de mesa, el cine de autor, las obras de arte”.

También le debe el placer de coleccionar diccionarios como él colecciona tortugas.

"He consultado a Miguel como si se tratara del autor de un diccionario de dudas”.

Para el recipiendario de la Medalla al Mérito Cívico y del Premio a las Artes de la UANL, la poesía nunca ha dejado de ser su báculo.

"La poesía cumple en mí lo que -en otros- ha logrado la filosofía que sabe totalizarlo todo, o la ciencia de claras luces, o el misticismo de cuño ancestral. Porque la poesía brinda a sus acólitos un modo de sentir y un modo de pensar: nos entrega un ‘sistema de vida’ y un ‘sistema de pensamiento’.

"El alcance de la poesía es largamente profundo y los placeres que provoca -créamelo- no tienen fin”.
Si a sus primeros libros de poesía les llamó El poeta y El segundo poeta, se pregunta cómo llamaría al libro de un tercero.

"¿El traidor no podría ser El poeta traidor o El poeta tercero? Porque, se lo aseguro, idéntica beatitud o idéntico desasosiego, consuelan o desconsuelan tanto al poeta que traduce sus propias ideas o emociones, como al que traduce la lírica del aedo extraño, extranjero, ajeno. Que no es, después de todo, tan distante o impenetrable: sus lenguas diferentes no se repelen y, por el contrario, se atraen como imanes sensoriales e intelectuales.

"Pero no importa todo lo anterior. El poeta tercero quizá sea uno que, siendo apenas una larva, logró mimetizarse con el poeta original o con el segundo. Crucemos pues los dedos y confiemos en su no lejana emancipación”.

Como si se mirara a un espejo y se encontrara a sí mismo, lo dice. Acaso aún más fiel.

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