#Palabra

La transformación en lo perpetuo

Por Ana Fuente Montes de Oca
sábado, 13 de octubre de 2018 · 15:25

“La inmortalidad del cangrejo”, presentada el 27 de septiembre en el Salón Social de San Antonio de las Minas, es una producción realizada por Pata de Perro y dirigida por Daniela D’Acosta que discurre sobre la existencia, la transición y la permanencia.

La cita fue a las 18:00 horas. El ambiente cálido estuvo dado tanto por la agradable temperatura de una de las últimas tardes estivales del año, como por la camaradería de los amigos y conocidos que coincidieron en la entrada al recinto. Vinicultores, artistas, científicos y curiosos se reunieron en torno a la mesa donde se sirvió el vino de honor.

A las 18:45 los asistentes ingresaron al Salón. En un fondo completamente blanco, sobresalía la imponente figura inmóvil de Ana Sofía Rubio de pie en un pedestal en el centro de la escena; el color rojo de su vestimenta contrastaba con el resto de los elementos. Al fondo, Kathia Rudametkin y Matt Lamkin, creadores de la música, se camuflaron detrás de una mesa y una computadora. El escenario estaba rodeado de bloques de sillas en los tres flancos restantes donde 150 espectadores ocuparon su sitio.

Al cerrarse la puerta, Rubio adquirió vida. Contracción a contracción, se despojó lentamente del vestido ampón que la protegía mientras Alfredo Dillanes, ataviado con un pantalón rojo, deambulaba alrededor de ella en un andar pausado y monótono, siempre dirigiéndose a la retaguardia: un cangrejo ya nacido, experimentado.

La música de fondo estaba compuesta de sonidos que remitían a la audiencia a pensar en tenazas, como el llanto del recién nacido cuando es arrojado al mundo. Así fue expelido el personaje interpretado por Rubio que, tras la vulnerabilidad de la desnudez, fue arropado por una serie de personajes vestidos de blanco que la dotaron de su primer exoesqueleto.

Al unísono de su par, se desplazó por el escenario y se apropió de los movimientos que ya habíamos visto en el cangrejo anterior: los desplazamientos laterales, los movimientos de pinzas, la rigidez de la quitina.

La idea de la inmortalidad del cangrejo puede ser interpretada en varias aristas. Por un lado, según la mitología griega, el cangrejo le confesó a Zeus que su caminar lateral se debía a que era su manera de engañar al tiempo: si nunca avanzaba hacia el frente, nunca envejecería. Por otro, se dice que los cangrejos mutan de exoesqueleto permanentemente y, al ser tan parecidos unos a otros, es imposible

definir si un cangrejo es el mismo que el anterior y por tanto, al tener todos el mismo aspecto, resulta imposible definir cuáles han muerto. La inmortalidad, en ese caso, está en el ojo ajeno.

Dejarse llevar por el ritmo

A lo largo de 50 minutos, Rubio y Dillanes –quepa aquí una mención a la talentosa interpretación de ambos- cambiaron una y otra vez de exoesqueletos.

Ayudados por un grupo de personajes vestidos de blanco, que bien podrían hacer referencia a la espuma de mar y el inclemente paso del tiempo, cada transformación implica una ruptura –al igual que las crisis en la vida humana- cuya tensión se transmite gracias a la intervención de la música.

Una de las últimas etapas, la más eufórica, cuenta además con la participación de Matt Lamkin, quien interpretó una canción e interactuó visualmente con el público mientras los protagonistas bailaron indefensos tras haber perdido la coraza, y se dejaron llevar por el ritmo.

La solemnidad volvió a la escena cuando el grupo de personajes vestidos de blanco recibe instrucciones directas de Rubio y Dillanes, quienes tomaron asiento y adquirieron voz. Los exoesqueletos pendieron del techo como un recordatorio de lo vivido, la expresión tangible de la experiencia, mientras el grupo fue entrenado para repetir los movimientos del cangrejo. Cada uno de ellos permaneció estático en una postura que ha aprendido, como el rastro dejado sobre la arena antes de ser borrado.

La inmortalidad, en este caso, es la huella que permanece cuando el individuo abandona el ser.

El público ovacionó de pie a los intérpretes y a D’Acosta, quien agradeció con un breve mensaje tanto a los asistentes como a quienes hicieron posible la realización del proyecto. En un interesante ejercicio de retroalimentación, se escuchaban los comentarios de los espectadores que compartían impresiones, análisis y opiniones. La obra logro el cometido fundamental del arte: la reflexión sobre la esencia.

Enhorabuena.

 

 

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