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La astronomía en un cambio cultural

Por Marco Arturo Moreno Corral*
sábado, 20 de octubre de 2018 · 00:00

Hace 475 años fue publicado en Nuremberg, Alemania, el libro “Sobre las Revoluciones de los Cuerpos Celestes”

Durante milenios se aceptó que la Tierra estaba inmóvil en el centro del universo y que todos los astros giraban a su alrededor. Sin duda esta idea surgió de lo que veían nuestros ojos, pues el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas “salen y se ponen, girando en torno nuestro”.

Esta observación hecha con el sentido de la vista, fue reforzada por la inmovilidad de montañas, valles, árboles y otros accidentes del terreno, que permanecen fijos. El suelo mismo sobre el que caminamos no se mueve.

Todo esto condujo a pensar que en efecto, la Tierra está fija y todo gira en torno a ella. Esta explicación o  modelo de la estructura del cosmos llevó a la interpretación geocéntrica, que Aristóteles sintetizó en el siglo III a. C. diciendo que la Tierra ocupaba el centro del universo, donde se hallaba inmóvil.

Alrededor de ella estaban las esferas de agua, de aire y de fuego. Luego seguía la esfera de la Luna, que marcaba la separación entre lo mudable y corruptible, cualidades adjudicadas a la actividad humana, mientras que el cielo era ocupado por los planetas y las estrellas, donde solamente había perfección y eternidad, pues en él no había cambios.

En el siglo II de nuestra era, este esquema geocéntrico fue matematizado por el gran astrónomo griego Tolomeo, quien explicó el desplazamiento que los astros tienen por la bóveda celeste, afirmando que se movían en órbitas circulares perfectas, cuyos centros era precisamente la Tierra. Según él, todos los astros conocidos en la antigüedad, que fueron la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno y las “estrellas fijas”, giraban en torno a la Tierra. Estas últimas llamadas así, porque aparte del giro que ya se ha mencionado, no parecen tener desplazamiento alguno entre ellas, pues desde los albores mismos de la humanidad, se han visto con la misma configuración que actualmente tienen en el firmamento.

Un problema que el modelo geocéntrico tuvo desde que se originó, fue explicar el movimiento retrógrado de los planetas. La observación mostró que tanto el Sol como la Luna se desplazan por el firmamento de manera más o menos regular, avanzando con constancia de oeste al este, pero esto no sucede con Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, que lo hacen irregularmente.

Estos astros también se mueven cruzando el cielo de oeste a este, pero su desplazamiento cambia en breves intervalos yendo de este a oeste.

Este fenómeno conocido como retrogradación de los planetas, no pudo ser explicada por los astrónomos de la antigüedad, que observaban que en cada uno de ellos, ese suceso era precedido por la pérdida en su velocidad de avance, llegando a un instante en que se detenían por completo y entonces comenzaban a retroceder, hasta que alcanzaban nuevamente una posición estacionaria y de ahí reemprendían su movimiento regular de oeste a este, haciéndolo cada planeta en tiempos diferentes, lo que complica más la explicación de este asunto. Tolomeo tratando de solucionar el problema, introdujo una serie de artificios matemáticos consistentes en agregar otras trayectorias circulares a los desplazamientos planetarios, que combinadas entre sí, pudieran representar lo que se observaba.

Durante más de un milenio este truco funcionó y permitió determinar los movimientos planetarios con la precisión que en esa época requería la mayoría de la población, que carente de calendarios y relojes precisos, no vio dificultad en los cálculos astronómicos que entonces se hacían, sin embargo siempre hubo quien buscó resolver el problema o al menos mejorar lo hecho por Tolomeo.

 

Obra fundamental para la ciencia moderna

Para el siglo XV el caudal de datos observacionales había crecido tanto, que fue necesario agregar cada vez más círculos para representar los movimientos planetarios adecuadamente, lo que complicó el uso del modelo geocéntrico, pues al crecer el número de círculos, se volvía más difícil manejarlo y poner en armonía lo observado y con lo calculado. 

A pesar de todo ese esfuerzo, en aquella etapa fue frecuente que la predicción de los eclipses, tanto de Sol como de Luna, erraran por semanas, razón por la que en esa centuria, un astrónomo austriaco y otro alemán intentaron mejorar el esquema tolemaico haciendo correcciones que lo actualizaran. Georg Peurbach y Regiomontano trabajaron años para lograrlo.

En 1515 se publicó de manera póstuma su “Nueva Teoría Planetaria”, que fue el último esfuerzo serio basado en observaciones astronómicas, de salvar el geocentrismo, pero a pesar de los notables esfuerzos de esos astrónomos, no se logró resolver los conflictos planteados por un cosmos en que la Tierra se consideraba el centro del universo.

Por aquellos años un joven clérigo polaco que regresaba a su tierra después de estudiar en Italia, comenzó a pensar en la posibilidad de que esa posición privilegiada no fuera  ocupada por la Tierra. Sus ideas circularon en forma manuscrita entre los principales astrónomos europeos en un documento que ahora se conoce como El Comentario; pero aunque llamó la atención de algunos, no tuvo trascendencia, pues la concepción geocéntrica estaba arraigada en la cultura occidental, sobre todo después de que la Iglesia la hizo suya.

Finalmente Nicolás Copérnico que era el nombre de ese gran astrónomo, conoció en 1540 al estudiante de astronomía alemán Joaquín Rético, quien después de tener acceso directo al manuscrito ampliado donde Copérnico había desarrollado sus ideas sobre el lugar de la Tierra en el sistema solar, lo convenció para que lo dejara publicarlo, pues consideró que era importante que sus contemporáneos supieran cómo el polaco había resuelto los problemas que presentaba la teoría geocéntrica.

Hace 475 años fue publicado en Nuremberg, Alemania el libro “Sobre las Revoluciones de los Cuerpos Celestes”, que salió de la afamada imprenta de Johannes  Petreius en 1543 y la leyenda dice que Copérnico recibió un ejemplar en su lecho de muerte. Aunque durante los primeros años después de su publicación fue leído por pocos y entendido por menos, esta obra habría de convertirse en una de las puntas de lanza de la nueva astronomía, que a su vez empujó fuertemente para que surgiera la ciencia como ahora la conocemos. Además del análisis teórico que Copérnico hizo sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, lo que entre otras cosas explicó sin problemas los movimientos retrógrados de los planetas, incluyó en su libro una serie de tablas numéricas que resultaron de gran utilidad para calcular los desplazamientos planetarios, por lo que independientemente de que se aceptara su idea heliocéntrica, podían utilizarse para ese fin, lo que comenzaron a hacer sobre todo los astrónomos alemanes, obteniendo una exactitud superior a la que se lograba usando las viejas tablas construidas sobre las ideas del geocentrismo.

Puesto que el heliocentrismo no casaba con la teología tanto católica como protestante, tuvo importantes detractores, pero igual tuvo defensores tan notables como Kepler, Galileo y Newton, quienes aportaron pruebas sobre la validez del heliocentrismo, así que lentamente esta teoría fue permeando la cultura occidental.

Aunque la Nueva España no se caracterizó por su apertura al nuevo conocimiento científico, hay prueba que en mil 600 entró a estas tierras ese importante libro y a lo largo del siglo XVII, lo hicieron tres ejemplares más, así que el heliocentrismo no fue  totalmente ajeno a los novohispanos. Finalmente la teoría heliocéntrica comenzó a ser enseñada en esta nación al finalizar el siglo XVIII. México puede presumir de ser el primer país de habla hispana, donde se tradujo completo del latín al español este texto de Copérnico.

Por todo esto, al cumplirse 475 años de la aparición de esta obra fundamental para la ciencia moderna, decidimos recordarlo aquí, pues su importancia no solamente ha sido astronómica, ya que al mostrar cuál es realmente nuestro lugar en el sistema planetario, le dio a la humanidad una lección de humildad.

 

“En 1515 se publicó de manera póstuma su “Nueva Teoría Planetaria”, que fue el último esfuerzo serio basado en observaciones astronómicas, de salvar el geocentrismo, pero a pesar de los notables esfuerzos de esos astrónomos, no se logró resolver los conflictos planteados por un cosmos en que la Tierra se consideraba el centro del universo”.

 

*Instituto de Astronomía, Campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México

mam@astro.unam.mx

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