SENDEROS CULTURALES

Contracultura tijuanense

Por Iván Gutiérrez*
sábado, 24 de noviembre de 2018 · 00:00

Noche del 27 de octubre de 2018. 2 fogatas ubicadas frente a una combi abandonada ponen la luz idónea para disfrutar una atmósfera musical del “bajo mundo”. A unos metros, el escenario es apropiado por bandas tijuanenses, cachanillas y ensenadenses como si de un stage del Vive Latino se tratase.

Alrededor, jóvenes de la zona este de Tijuana conversan animados, beben, bromean, comparten comentarios de sus disfraces, de la música, de lo que han hecho estos días, de lo que quieren hacer en un futuro próximo.

Detrás de este evento llamado “Chilloween” están los jóvenes Sam Sánchez y los músicos de la banda de Stoner Metal, Astral Azif. La motivación que los ha llevado a organizar este tokin es una: hacen falta más propuestas culturales alternativas en esa zona de Tijuana, un espacio urbano donde abunda la drogadicción, la pobreza, la violencia y la precariedad.

En este margen tijuanense, convertirse en consumidor de hielo; en vendedor de cristal e inclusive afiliarse a los niveles más bajos en las escalas del crimen organizado es algo cotidiano, al igual que los muertos tirados en las calles.

Es por lo anterior que el impacto sociocultural del “Chilloween” es de aplaudirse, pues aparte de ser un evento auto-gestionado por y para jóvenes ávidos por manifestaciones culturales (o en este caso, contraculturales), este tipo de propuestas llevan a la periferia formas alternativas de identificación.

¿Qué significa esto? Que al poner frente a la “chaviza” la contracultura roquera, gótica, punk y/o metalera, los jóvenes pueden optar por una oferta alternativa a la que abunda a su alrededor, que en este caso es la narcocultura.

Cambiar las armas por el arte

Hace un año, en una entrada titulada “La erupción cultural de Ensenada” (publicada en un medio digital) escribí sobre un movimiento emergente de propuestas culturales en la ciudad porteña, citando diferentes eventos y actividades literarias, danzísticas, musicales, filosóficas y demás que en aquel momento se estaban desarrollando en la ciudad.

Mi primer error en aquella entrega fue pensar que bastaba con que se multiplicaran las propuestas para incrementar el capital cultural de la ciudad; mi segundo error fue el no ver que la mayoría de estas propuestas se desarrollaban en el centro de la ciudad, al igual que ocurre en Tijuana.

Tijuana es una ciudad monstruo, cuyo desarrollo urbano desproporcionado y sin planeación, ha generado un centenar de colonias con todo tipo de abandonos, no sólo en materia de servicios públicos, sino también en el sentido de las ofertas culturales. Desde hace unos años se dice que Ensenada se está “atijuanando”, tanto por la urbanización descontrolada, como por el incremento de la violencia y las pugnas entre grupos criminales.

Siendo así, quizás es buen momento para que los gestores culturales comiencen a voltear a ver a otros sectores de poblaciones más allá de la zona centro, pues me consta que el “modelo tijuanero” de subdesarrollo precario en las zonas periféricas también se replica en Ensenada.

Claro, no se trata de pensar únicamente en que los gestores lleven todos sus esfuerzos hacia estas zonas de la ciudad, sino en formar nuevos gestores que conozcan esas áreas abandonadas, de motivar a la misma población a que desarrollen sus propios eventos, de impulsar a jóvenes llenos de vitalidad (como Sam Sánchez y los Astral Azif) a que ellos mismos lleven la cultura que quieren consumir a su entorno.

El impacto de estos movimientos siempre es difícil de medir, pero seguro es que ha valido la pena cuando uno mira cómo un joven cambia un arma por una guitarra, una pipa de cristal por un bajo y la vagancia por horas de ensayo.

Frase:

“El impacto de estos movimientos siempre es difícil de medir, pero seguro es que ha valido la pena cuando uno mira cómo un joven cambia un arma por una guitarra, una pipa de cristal por un bajo y la vagancia por horas de ensayo”.

 

*Licenciado en Comunicación y reportero.

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