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Guarida de historia nacional y mundial

El Museo Nacional de San Carlos es uno de los más de 160 museos ubicados en la Ciudad de México Por José Carrillo Cedillo*
sábado, 1 de diciembre de 2018 · 19:45

Antes de hablar del Museo Nacional de San Carlos, pido disculpas por hablar en primera persona y por repetir que para un estudiante con vocación artística definida, el  inscribirse en la Academia de San Carlos, es llegar al paraíso.

Es un edificio colonial que cuenta con muchos salones; un auditorio, una buena biblioteca y un gran salón de actos, pero además, en el primer piso se encontraba la Galería de Cuadros de notables maestros europeos. En mi caso, entre clases, aprovechaba para visitarla todos los días, ya que la entrada para los estudiantes era libre y desde entonces debo confesar que me hubiera robado dos o tres cuadros fascinantes.

El patio está lleno de esculturas clásicas, tiene copias en yeso directas del original y sólo existen tres repartidas en el mundo. Son copias que fueron hechas con una máquina de puntos, así se llama esta herramienta.

En el centro del gran patio está una hermosísima escultura helénica que pertenecía a la quilla de un barco y es conocida como la Victoria de Samotracia.

El patio tiene cúpula de vidrio, de tal modo que las frecuentes lluvias que caen en la Ciudad de México no molestan a dichas esculturas.

 

El nuevo Museo Nacional de San Carlos

Entre las decenas de museos que se ofrecen al visitante éste es uno más de pintura. Está ubicado en Puente de Alvarado,  colonia Tabacalera, en el centro de la ciudad.

El museo se localiza en un bello edificio de patio oval cuyo propietario era el conde de Buenavista. Gran parte del acerbo que alberga era exhibido en la vieja Academia de San  Carlos. Son más de 200 cuadros, mayormente de pintura, pero también tiene dibujos, grabados y esculturas, de diferentes períodos y de diferentes artistas, principalmente europeos.

Los estilos presentados son arte gótico, renacentista, manierista, barroco, rococó, neoclásico, románico, impresionista y realista y cubre desde el siglo XIV hasta principios del XX.

La historia de este museo se relaciona estrechamente con la fundación y trayectoria de la Academia de San Carlos en la nueva España. 

Don Jerónimo Antonio Gil, entre otras personas, propiciaron que la entonces naciente escuela de grabado fuera convertida en la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de la Nueva España, con decreto real emitido por Carlos III, en 1783.

En ese tiempo la formación del estudiante de arte consistía en copiar obras maestras provenientes de Europa. El arte sacro fue inicialmente enaltecido, hasta que en el siglo XIX tomó su lugar la pintura de historia. Los grandes acontecimientos épicos, la mitología griega o los episodios bíblicos se ubicaron por encima del retrato y del paisaje.

Por iniciativa de los maestros de Europa y de los funcionarios académicos fundadores, fue conformada una nueva colección que, para 1786, contaba con 124 pinturas procedentes de conventos clausurados y de donaciones particulares.

La vertiente ilustrada de la institución estableció que el acerbo no estuviera constituido solamente por pinturas, sino que también se enriqueciera con libros, estampas, monedas, dibujos y esculturas.

Para entonces la academia poseía ya obras de Gerard Seghers, Juan Carreño de Miranda, David Teniers, José de Ribera y Pieter de Kempeneer. Durante el primer tercio del siglo XIX, los accidentados episodios de la historia mexicana frenaron el desarrollo de la actividad académica hasta que en 1843 se cedieron las ventas de la lotería nacional en beneficio de la academia.

Ello hizo posible la contratación de nuevos maestros europeos, la organización de exposiciones anuales y el enriquecimiento del acerbo. Este continuó creciendo a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a una afortunada política de adquisiciones, a intercambios con conventos, a los fondos pictóricos obtenidos con las Leyes de Reforma y la captación de colecciones privadas. Se adquirieron obras de Andrea Vaccaro, Alonso Cano, Jacopo Carrucci, el Pontormo, Mateo Cerezo, Gillis Mostaert y Marcellus Coffermans, entre los más sobresalientes.

 

La importancia de preservar la historia

En 1910 y 1922, el gobierno mexicano donó un importante conjunto de pinturas hispanas y belgas, incluyendo a Joaquín Sorolla, José Benlliure y Eduardo Chicharro.

En 1926, por instancia gubernamental, se obtuvo la colección Pani, valiosa por sus firmas reconocidas de Jaime de Cirera, Cornelis Huysmans, Pedro Berruguete, Jacopo Robusti y el Tintoreto; en 1934 se recibió el lote que, por encargo de la Secretaria de Hacienda, compró en Europa Alberto J. Pani. Además de pequeñas donaciones recibidas casi ininterrumpidamente desde que el museo se ubicó en su actual inmueble. Entre 1962 y 1965 se sumaron las colecciones de Franz Mayer y la de  Julius Priester. En la disparidad de escuelas, la española es la más completa.

La pintura de la edad media se encuentra dignamente representada en el acerbo, reflejados en espléndidos ejemplos del arte hispano del mejor linaje: Mateo Cerezo, Alonso Cano, Francisco de Zurbarán, Eugenio Lucas, Mariano Salvador de Maella y Pelegrin Clavé.

Por otro lado los italianos están magníficamente representados con el Pontormo, el Tintoretto, Luca Giordano y los maestros de la academia decimonónica: Eugenio Landesio, Francesco Podesti y Francisco Coghetti.

El conjunto de obras que representan a la escuela alemana holandesa, neerlandesa y flamenca, constituye una piedra angular de la colección, contando con grabados, lienzos y tablas, realizados entre los siglos XV y XVII. Son únicas las obras de: Lucas Cranach el Viejo, Alberto Durero, Johan Friedrich Overbek, Rembrandt Harmenzoon,  Van Rijn, Adriaen van de Venne, Peter Paul Rubens y Jacob Ferdinand Saeys.

Hay pocas piezas francesas e inglesas. De Francia tan sólo contamos con ejemplos de los siglos XVIII y XIX, debido al interés de maestros de la Academia por autores notables como: Jean Dominique Ingres y Charles Horace Vermet, también están presentes el rococó de Jean Honoré Fragonard y el simbolismo de Pierre Puvis De Chavannes.

Desde sus orígenes, la real Academia de San Carlos constituyó un modelo de enseñanza y un foro capaz de mostrar el amplio espectro del desarrollo de las Artes Plásticas de la Europa occidental. El museo mantiene viva esta vieja tradición pues el nombre del museo se quiso conservar en memoria del que fuera el primer museo de Artes Plásticas en América.

 

“Desde sus orígenes, la real Academia de San Carlos constituyó un modelo de enseñanza y un foro capaz de mostrar el amplio espectro del desarrollo de las Artes Plásticas de la Europa occidental. El museo mantiene viva esta vieja tradición pues el nombre del museo se quiso conservar en memoria del que fuera el primer museo de Artes Plásticas en América”.

 

*Artista plástico y docente con más de 50 años de trayectoria.

jcarrillocedillo@hotmail.com

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