Aterrizajes

El egoísmo en la literatura

domingo, 18 de marzo de 2018 · 00:00

Por Adán Echeverría*

Leer es un acto egoísta, un acto de soledad, una forma de disfrutarla. El poeta y crítico mexicano Ángel Miquel dice en uno de sus versos: “la soledad es como un perro que enloquece”, y con esta idea de la soledad, mordiéndonos de forma enloquecida, queremos evitarla. Sin embargo, la soledad es aquel momento para ser exclusivamente nosotros. Ese instante para poder desarrollar nuestro verdadero yo. Qué mejor manera de hacerlo que disfrutando el arte, o la contemplación del paisaje.

La soledad es algo que el senderista busca, al ir por rutas cada vez más alejadas de la civilización. Leer es recorrer muchos senderos a solas, requiere de la soledad y el ensimismamiento,  es un acto egoísta porque leemos en silencio, leemos para nosotros.

Este acto de comunicación entre autor y lector, los personajes de una historia, y toda la cultura, educación y experiencia de vida de los lectores, colisionan y abren las imágenes sobre el pensamiento, para formar ahora parte de su conocimiento. Leemos y nos educamos. Aquellas historias pasan a habitarnos. Leer es un acto egoísta que se disfruta. A soledad es para disfrutarse. Y es aquel placer por la lectura aquello que queremos compartir con los que amamos. Por eso compartimos lecturas con niños, con la pareja, con los amigos, con los compañeros. Queremos que todos disfruten del placer que a nosotros nos ha causado lo leído.

Leer por morbo

Leemos por morbo. Repace usted todas las obras de narrativa que ha leído. Es claro que la historia de un hombre de 40 años que sostiene relaciones con una chiquilla de 12, y cruzan el sur de los Estados Unidos, de hotel en hotel, huyendo de la sociedad, sin que nadie los denuncie, es puro morbo. Leemos la historia de Lolita escrita por Nabokov, por ese deseo de saber qué pasa, qué haríamos nosotros; leemos la historia del asesino de “El túnel”, de Ernesto Sábato, por morbo igual. Sabemos que es un asesino el segundo, que es un pederasta el primero, y aún así, queremos seguir leyendo. Queremos leer la historia de Heathcliff por morbo en Cumbres borrascosas, de Emily Bronte porque nos intriga saber de dónde ha venido este muchacho. Leemos la historia de Moby Dick de Melville por que queremos saber porque el narrador dice: Lamadme Ismael. Nos preguntamos, ¿cómo se llama en verdad el personaje? Las historias nos atrapan por su forma de mantener oculto a nuestros ojos el pasado o el destino de sus personajes, y queremos saber qué pasa, cómo resuelve su problema el chico de El guardián entre el centeno, queremos saber si Hans Castorp saldrá de ese hotel en los Alpes suizos, o qué pasa con Eneas y la fundación de Roma por sus descendientes.

Somos morbosos lectores, y los escritores saben que los somos; nos incitan a seguir leyendo, a alejarnos de la sociedad, a ensimismarnos, y buscar un espacio para leer con tanta tranquilidad, hasta que leer se nos hace hábito. Dicen los puros, leer se nos vuelve vicio, y no queremos parar, y queremos que los demás sientan el mismo placer que nosotros.

De esta forma queremos, los lectores, que otros igual tengan esa posibilidad de aprender leyendo, de sentir placer en el acto de leer. Tal como bien lo expresan los personajes de esta pequeña narración de la escritora ensenadense Rocío Prieto Valdivia, titulada “El pequeño mezquite”.

“Durante días estuvo ahí, afuera de casa. Tenía apenas unas ramitas verdes. Cuando lo vimos dudamos que creciera. Era invierno, llovía mucho, y el viento helado amenazaba en acabar con todo a su paso. En la noche se nos olvidó protegerlo. Llovía mucho. Tú te levantaste a meter los zapatos y yo a quitar la ropa del tendedero. Pero nunca nos acordamos del pobre mezquite. Lo imagino gritando y muriéndose de frío. Pero la naturaleza sabia, como siempre, lo arropó con las ramas que cayeron de un pirul. Y logró pasar la noche. Vinieron los días secos por el frío que quemaba las hierbas, y el mezquite resistió días sin agua, apenas refrescándose con el fresco rocío de la mañana.

Pasaron los meses, y en la mañana de primavera cuando me viste plantar esas ramas de flores, te acordaste del arbolillo. Seguía vivo, e hicimos un hoyo cercano al pino lo suficiente para que pudiera crecer; y dijiste que si lo lograba te sentarías a leer bajo su sombra. Creo que la tierra te retó a hacerlo.

El mezquite ha crecido para todos lados. Ahora mide casi lo mismo que tú: 1.65 m. Pero aún no te has sentado a leer como lo prometiste. Creo que sus ancestros te han robado esos momentos de tranquilidad; sin embargo, el mezquite te sigue esperando. Reverdece cada primavera, aguantando los fríos inviernos, y ahí en el mismo lugar que tú le asignaste espera que cumplas tu promesa”.

¿Cuándo cumpliremos la promesa de leer que tanto seguimos posponiendo? Cuando al fin dejemos de tenerle miedo a la soledad. Cuando decidamos comprender que estar solo, es una de las formas que la vida nos presenta para poder mirarnos a nosotros mismos.

Leer, ese acto egoísta de conocer mundos, viajar, aprender, y que nos hace paliar la soledad, e incluso aprender a disfrutarla, nos provocará aquel placer imperecedero que debería derivar en entendernos a nosotros mismos.

Seguiremos entonces leyendo morbosamente todo lo que caiga frente a nuestros ojos, y continuaremos queriendo que otros, como tú, tengan la posibilidad de acercarse a la lectura, y disfrutarla.

*Escritor y editor.

romeodianaluz@gmail.com

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