Vulcano, Planeta X y Némesis

domingo, 27 de mayo de 2018 · 00:00

Por Marco Arturo Moreno Corral*

Los importantes logros que tuvo la Física a partir del siglo XVIII con el desarrollo de la mecánica newtoniana, hicieron pensar que la aplicación de esta disciplina a la astronomía, permitiría resolver las grandes incógnitas que esta ciencia planteaba, sobre todo después del éxito que los trabajos teóricos de Adams y Le Verrier alcanzaron con el descubrimiento de Neptuno.

Durante los primeros años del siglo XIX, los datos observacionales cada vez más precisos sobre el movimiento de Mercurio, mostraron que este planeta tenía un desplazamiento anómalo, pues en lugar de que su órbita fuera elíptica como establecían las leyes de Kepler, validadas por las de Newton, mostraba un corrimiento en su punto de máximo acercamiento solar, que causaba que la trayectoria resultante fuera más compleja.

En 1859 Le Verrier afirmó que debería existir otro planeta más cercano al Sol, que estaría perturbando la trayectoria seguida por Mercurio. Ante el prestigio que este astrónomo había alcanzado por su descubrimiento teórico de Neptuno, su propuesta fue aceptada por buen número de astrónomos. Ese hipotético astro fue llamado Vulcano, en honor al dios romano del fuego terrestre, que en la mitología de la antigua Roma, era “el que acaricia el fuego”, así que ese nombre le fue puesto como alusión directa a su proximidad al Sol.

Desde la Tierra, ese astro solamente podría observarse durante los eclipses solares totales, ya que por su cercanía al Sol, el resplandor producido por éste, impediría verlo en otras condiciones, por lo que los astrónomos comenzaron a buscarlo durante esos sucesos, sin obtener resultados concluyentes, ya que hubo quien afirmó haberlo observado, pero también quienes dijeron no haber visto nada.

En julio de 1878 ocurrió un eclipse solar sobre parte importante de los Estados Unidos, momento que fue aprovechado por muchos observadores equipados con telescopios y cámaras fotográficas, quienes buscaron a Vulcano.

A pesar de todos los esfuerzos, el elusivo planeta no fue encontrado, por lo que la búsqueda continuó en los siguientes eclipses. Finalmente la solución a ese problema llegó desde la teoría y no de la observación. En 1915 Albert Einstein dio a conocer su Teoría General de la Relatividad, mediante la cual consideró que la enorme masa solar, causaba que el espacio cercano al Sol se deformara. Como una de las pruebas de esa nueva forma de explicar la acción gravitatoria, mostró que las perturbaciones de la órbita de Mercurio se debían a ese fenómeno antes desconocido y no a la presencia un posible planeta situado entre éste y el Sol, así que Vulcano dejó de existir.

La hipótesis que llevó al descubrimiento de Neptuno tuvo tanto éxito, que cuando los astrónomos comenzaron a medir irregularidades en la órbita de este planeta, fue “natural” suponer que se debían a la presencia de otro astro localizado más allá de la trayectoria neptuniana.

Varios astrónomos comenzaron a buscarlo, destacando entre ellos Percibal Lowell, que fue quien en 1906 lo bautizó como Planeta X. La X era para indicar incógnito y no el número romano diez.

Este personaje era un rico hombre de negocios, que en 1890 se interesó en los supuestos canales observados en la superficie de Marte, lo que lo llevó a adquirir un notable telescopio, con el que 1894 fundó el Observatorio Lowell, instalado en Flagstaff, Arizona, que a la fecha, todavía es uno de los observatorios estadounidenses importantes.

Aunque Lowell murió en 1916, la búsqueda continuó y finalmente llevó al descubrimiento de Plutón hecho por Clyde Tombaugh en 1930, sin embargo, pronto fue claro que la masa de ese nuevo miembro del Sistema Solar, no era suficiente para causar las perturbaciones de la órbita de Neptuno, por lo que continuó teniendo vigencia el tema, sobre todo por las investigaciones de las órbitas que siguen varios cometas de largo período.

De todo ello han surgido números que indican que, de existir el Planeta X, debe ser un cuerpo que tiene entre 5 y diez 10 la masa de la Tierra, que con un período de unos 15 mil años, describe una órbita muy alargada en torno al Sol, que en su máximo acercamiento lo sitúa a unas 7 veces la distancia a la que se encuentra Neptuno, pero en el punto más alejado, llega a los confines del Sistema Solar.

Un astro con esas características será muy difícil de detectar, aun con los potentes telescopios que ahora existen, por lo que hay escepticismo en torno a su existencia, y más ahora que se ha mostrado que nuestro conocimiento previo de la masa de Neptuno, no era correcto, por lo que las nuevas determinaciones de ésta, hacen innecesaria la hipótesis de la existencia de un gran planeta perturbador.

Podemos dormir tranquilos

Durante el reciente siglo, los astrónomos han construido un esquema que de forma general, explica los complejos procesos de formación de las estrellas. A partir de múltiples observaciones y gran cantidad de trabajo teórico, ha emergido un modelo que indica que se formaron a partir de la contracción de gigantescas nubes de gas muy frío, que bajo la acción de la fuerza gravitacional ejercida por las partículas que las constituyen, éstas se van aglutinando a lo largo de miles de millones de años, resultando de todo ello las estrellas, que por regla general se forman en grupos.

Un porcentaje grande surge como sistemas binarios; están constituidos por 2 estrellas, que bajo la acción gravitacional producida por sus masas, se mueven en trayectorias bien establecidas.

Una de las singularidades que presenta el Sol, es que hasta donde se ha podido estudiar, es una estrella solitaria. Esto ha llamado mucho la atención de los astrónomos, pues no es la regla que así sea. Por esta razón desde hace tiempo se ha sospechado la existencia de una compañera del Sol, que no ha podido ser detectada.

A esa estrella hipotética se le llamó Némesis, nombre de la diosa griega del equilibrio y la venganza. En 1984 varios astrofísicos estadounidenses propusieron la hipótesis de que dicha estrella sea del tipo conocido como “enana marrón”, objetos que a nivel estelar son de muy baja masa, pues se estima que solamente tienen entre 60 y 80 veces la masa de Júpiter, lo que hace de ellas emisores débiles de energía, que por lo mismo son difíciles de detectar, pues su brillo es muy bajo.

Se ha estimado que Némesis, sería una estrella tan alejada del Sol como varios millares de veces la distancia que lo separa de Plutón, que cada 26 millones de años, se acercaría a los confines de nuestro sistema, produciendo perturbaciones gravitacionales que causarían que los núcleos cometarios que se encuentran dispersos en el borde de éste, fueran expulsados hacia el centro, produciendo un intenso bombardeo que afectaría a los planetas ahora existentes.

Aunque se han hecho grandes esfuerzos por localizar a Némesis, hasta ahora sigue existiendo solamente en el terreno hipotético, sin embargo, personas ajenas a la investigación astronómica,  han usado la idea para fantasear sobre la destrucción de la vida en la Tierra, por un supuesto impacto con ese astro, lo que es totalmente imposible, pues como se ha dicho, de existir, se mueve en una órbita estable de la que no podría escapar así como así, y si por alguna razón “mágica” lo hiciera, está tan alejada del Sol, que tardaría miles de años en acercarse a nosotros, por ello, podemos dormir tranquilos.

*Astrofísico e investigador del Instituto de Astronomía, campus Ensenada, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

mam@astro.unam.mx

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