Una ventana hacia Benjamín Valdivia

Reseña sobre el libro Yo mismo (y otros ensayos sobre percepción y literatura)
sábado, 18 de mayo de 2019 · 15:44

Caminos y atmósferas diversos, colocación de puentes verbales entre escritores separados por los siglos, traducciones y rodeos por la plaza popular de la palabra, así como una escalada por conceptos apegados al misticismo o la entrega cerebral, forman parte de Yo mismo (y otros ensayos sobre percepción y literatura), de la autoría de Benjamín Valdivia. Publicado en 2007 por la Universidad de Guanajuato (UG), el libro guarda sorpresas y cercanías por la variada cantidad de escritores y temas que Valdivia cita a lo largo de sus 170 páginas.

 Valdivia nació en Aguascalientes en 1960 y se cambió posteriormente en la conocida capital cervantina, donde se ha logrado forjar una carrera como catedrático y escritor, según ha constado en la prensa a lo largo de los años. De la primera, se puede citar sus nombramientos en la Academia Mexicana de la Lengua y la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Su formación abarca un doctorado en Filosofía por la UNAM, en Educación por la UG y en Humanidades y Artes por la Universidad Autónoma de Zacatecas. También director académico del Centro de Estudios Cervantinos de Guanajuato y presidente de la Red Mundial Cervantina. Valdivia, de porte sereno pero caracterizado por un análisis agudo y sentido del humor en ocasiones incisivo que siempre es recordado por sus allegados, es autor de otros libros de ensayo como Indagación de lo poético (Tierra Adentro, 1933), Nuevas meditaciones cervantinas (UAQ, 1997), Argumentos para la retórica (Desierto, 1999), Presencia del sueño: cinco poetas mexicanos hacia el nuevo siglo: Huerta, Rivas, Cross, Hernández y Morábito (IVEC, 2003) y Los objetos meta-artísticos y otros ensayos sobre la sensibilidad contemporánea (UAZ, 2007). En éste año, además de celebrar medio siglo de vida, dio a conocer Interpretar la Luz. Poesía reunida. 1983-2005 (Instituto Cultural de Aguascalientes), en el que recopila alrededor 20 libros de poesía y en cuya ceremonia de presentación afirmó que otra cantidad similar está pendiente de publicación, o en lo que él llama: “en la cava de la mejoría”, frase para dar a entender el reposo que otorga al nuevo trabajo antes de darle otra revisión y ver si sobrevive a la prueba del tiempo.

 

Un desfile variado de autores

Volviendo al objeto de la reseña, “Yo mismo...” es una edición cómoda para llevar en la bolsa o maleta, pero de texto algo apretado al dejar poco espacio en los márgenes. En la portada lleva una fotografía tomada por Laura R. Valladores Estrada, en la que el lector aprecia un hombre que se adentra al mar. Conforme a la composición, únicamente vemos sus piernas que casi han dejado la orilla y avanzan entre la espuma. Su silueta se refleja en el agua pero se aprecia distorsionada por el oleaje. Quizás una alusión a nuestro yo interno, que en ocasiones no se deja ver en su totalidad (¿No lo queremos ver? ¿Qué no lo vean los demás?) y se estremece ante los cambios, ajustes e intenciones del pensamiento.

Desde la introducción, Valdivia deja en claro el derrotero que tomarán sus ensayos, escritos con la “esperanza atroz” de que alguien extraiga los signos del papel, le resulten interesantes y se logre la “fe terrible en la comunicación de dos seres separados”, similar al amor. El poeta parte de su Yo mismo, aquel imposible de espantar con mascotas y fiestas, con alcoholes y ruidos, según se muestra convencido. “Creámoslo de una vez: jamás se irá”, afirma enfático. Tras estos apuntes en los que apela a la complicidad del lector, Valdivia detalla que abordará cuatro aspectos: la conciencia, el lugar, la persona y los otros, bajo los títulos de Miradas a lo particular, Suite guanajuatense, Vislumbres de la fugacidad y Diálogos y miradas. Valdivia asume una postura de invitación, lo que resultará atractivo para lectores novatos y motivo de reflexión para los más avanzados; busca examinar –o reexaminar- a autores conocidos y a otros los rescata del olvido, o dicho en sus palabras (los ensayos) “...no pretenden demostrar sino apuntar o sugerir, mostrar. En ese sentido, cada ensayo es sólo una tentativa por un fragmento de la realidad”. Esto se puede apreciar en la extensión de los textos, pues el más amplio es “Zen y alternativas”, de 20 páginas, y el más breve “Un poema de juventud de Herman Hesse”, de una cuartilla de análisis y otra que incluye dos traducciones de su autoría.

A lo largo del libro, el lector aprecia un desfile variado de autores, algunos citados en fugacidad y otros desmenuzados a conciencia, como Salvador Elizondo; Sigmund Freud y Carl Jung; Gilgamesh y Buda; Octavio Paz y Sor Juana Inés de la Cruz; Donatien Alphonse Francois de Sade, mejor conocido como el Marqués de Sade; Salvador Dalí; Ray Bradbury (gran sorpresa, pues Bradbury cultivó la fantasía y ciencia ficción, uno de los géneros consentidos de quien esto escribe); Juan García Ponce; Pierre Klossowski; Henry Michaux; Jorge Esquinca; Takuán, maestro del Zen y artes marciales, y Tetsugen, viajero y también maestro Zen; Baudelaire; el llamado padre del ensayismo Michel de Montaigne; Jorge Leónidas Escudero; Hugo de Sanctis; Pablo Neruda; Dylan Thomas; André Bretón; Lezama Lima; César Vallejo; Jorge Luis Borges (para algunos imposible de dejar de citarlo dada su bastedad sobre temas abordados durante su vida); Archibald MacLeish; Vicente Huidobro; Cézanne; Tomás Segovia; Ramón López Velarde; Juan José Arreola; Cristóbal Colón y Hernán Cortés; el “cocodrilo” Efraín Huerta y Jorge Ibargüengoitia; Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez; Alfonso Reyes; Ralph Waldo Emerson; Émile Zola; Ambrose Bierce; José Martí; Eca de Queiroz; Joseph Conrad; Franz Kafka; Hermann Hesse; Michel Butor; Álvaro Mutis; así como las momias de Guanajuato, El Pípila, Coco Chanel y hasta Britney Spears. Del conjunto, llama la atención la reiteración en dos autores en los que Valdivia no esconde su preferencia y gusto personal, como Hugo de Sanctis y Vicente Huidobro, pues incluso en su labor de editor ha traído a la capital dos obras de ellos: Canto al Prójimo y Altazor o el viaje en paracaídas, publicados en Azafrán y Cinabrio ediciones, en 2006 y 2007 respectivamente. También menciona a Stephen Crane, a quien tradujo y publicó Los jinetes oscuros, en el 2005.

 

La poesía es estorbo para la mentira

La parte más densa del libro, y por denso me refiero a los temas más complejos, es Miradas a lo particular, pues además de ser la más extensa, Valdivia lleva al lector por los caminos del zen a través de escritores tan disímiles como Ray Bradbury –citado aquí como autor de un libro de ensayos sobre la creatividad y el proceso de la literatura llamado El zen del arte literario publicado en la década de 1990-, Klossowski, Michaux y Takuán, en la que también analiza obras budistas como La valla sin puerta y Los diez toros, mismos que pueden resultar un dolor de cabeza para el lector que no tenga una noción mínima de lo que se está exponiendo-. Se hace la acotación de “densidad” debido a que el siguiente capítulo, por contraste, resulta más digerible: Suite Guanajuatense, centrado en el tema del provincianismo, Efraín Huerta y Jorge Ibargüengoitia, y el modo peculiar de hablar en Guanajuato, temas que por cercanía resultan más accesibles a quienes examinen “Yo mismo...”. Aquí, Valdivia deja los caminos serenos del zen y aborda la postura más firme de todo el libro: las capitales están hechas de provincias por lo que nunca debe disminuirse a las segundas y a los hombres nacidos en las mismas. A lo largo de 9 páginas –pocas según me han dicho algunos lectores dado la importancia del tema- cita casos de personajes célebres que ayudaron a enriquecer las grandes urbes, las metrópolis, los centros urbanos que malamente se les ha colocado como único origen del progreso del hombre[1]. “Las riquezas de las metrópolis se forjan no sólo de la apropiación de las provincias sino del fluir mismo de sus habitantes quienes, en gesto migratorio, acuden por fama y fortuna a la gran urbe. Cézanne, Séneca, Teodosio, López Velarde, Efraín Huerta, y todos los que ahora viven allí buscando completar la nómina”, según apunta en la página 58 de la edición. Valdivia afirma que a pesar de que la “provincia está lleno de provincianismos” no es menor la medida que se aprecia en la capital, pues se puede ser provinciano en provincia y en la capital, un metropolitano de tercer mundo, o los auténticos cosmopolitas extraviados en los pueblos. “Creo llegado el punto de afirmar que el provincianismo, al igual que el infierno, es un estado del alma y no un lugar geográfico. ¿Cuánto de incivil, inculto, reaccionario, tradicionalista pervive en los espíritus civilizados, cultos, revolucionarios, vanguardistas?”. El tema daba para más, incluso para un libro, pero Valdivia lo apunta de pasada, aunque nos deja frases que incitan a la reflexión, como la mofa de Jorge Ibargüengoitia: en la capital no soy nadie; en cambio, en mi pueblo, hasta los perros me conocen. Y concluye enfático: “Lo que no se revela en la guasa (de Ibargüengoitia) es que en la capital cualquiera es nadie. Cada cual es un desplazamiento, un pertenecer. Tanto la provincia como la metrópolis son difíciles para vivirlas. Vivir es difícil, no importa en qué sitio. Así que no es mejor ni peor una que la otra”.

La segunda parte del libro, que va desde la página 85 a la 170, Valdivia comparte apuntes sobre la lírica popular –el más humorístico-; el ensayo visto como algo siempre inacabado y en constante formación; y la poesía como una forma verbal de vida. Le siguen aproximaciones a trabajos y estilos de autores citados con anterioridad. En lo personal, destaca En torno a una poética de la fugacidad, porque es la más íntima, en la que el autor nos revela pasajes de su vida desde la infancia, la juventud y la edad madura. Aquí es donde Valdivia abre una ventana hacia sí mismo, y permite a los lectores conocer los motivos que lo llevaron a escribir. El tono es confesional pero con miras a volver cómplices a quienes lean dicho apartado. “... a mí me ha sucedido una poética de la fugacidad”, dice, al tiempo que advierte que la poesía es una “bestia de extremos” porque no se conforma con quitarle una migaja, sino que se avoca a una labor saqueadora, se lleva todo a la boca, a los dedos, a la magra rayadura de un bolígrafo o al teclado borroso que alucina en la pantalla, al grado de convertirlo en un poseso. Y por ende, todo es tema para volcarse en poesía: el trabajo, los perros, los políticos, las mujeres, las máquinas, los relojes, el estilo, la voz, o el cheque ya entregado. Valdivia refiere que la poesía llegó a él de manera insospechada, en su época de primaria mientras jugaba con una imprenta Chandler, de su padre, en el que veía que se le daba papel y a cambio entregaba letras. “...que me dieran papel, como a la Chandler, y lo regresaría trazado en un sentido que nadie esperaba. Poesía que no era advertida entonces ni por mí”, escribe. Luego comparte que en su familia hubo poetas; su intento infantil de tratar de completar una definición de un diccionario deshojado; su primer cuento de tintes policiales escrito durante la secundaria –en la que incluyó variaciones de sus compañeros- y que posteriormente destruyó al no salir a su gusto la lectura ante el grupo; la llegada de distintos libros, que ayudarían a su formación, a su natal Aguascalientes; su cambio a Guanajuato para estudiar Filosofía; sus viajes a lo largo del país con compañeros teatreros; el encuentro del amor definitivo con Eugenia, su esposa; y la publicación de su primer libro en forma: El juego del tiempo, editado por la SEP y el CREA en 1985.

Ante todo, el sabor que deja “Yo mismo...” es que Valdivia es sincero consigo mismo y con sus lectores. En la poesía descubrió, según sus palabras, una defensa interior efectuada con medios exteriores. “Llegué a conocer algo que ha sido la base ética de toda mi obra, con todo rigor y con el más vehemente dogmatismo: el poeta nunca miente”, sentencia. Para el autor, incluso la poesía resulta un estorbo para la mentira: “La poesía es la verdad iluminante, aunque el poema esté construido, como queda dicho, con cenizas y sombras. Tales sombras y cenizas eclosionarán la pupila de la imaginación y de la sensibilidad elevante si pertenecen al orbe de lo poético. De otro modo estaremos solamente ante ceniza y sombra”.

 

 

“Caminos y atmósferas diversos, colocación de puentes verbales entre escritores separados por los siglos, traducciones y rodeos por la plaza popular de la palabra, así como una escalada por conceptos apegados al misticismo o la entrega cerebral, forman parte de Yo mismo (y otros ensayos sobre percepción y literatura), de la autoría de Benjamín Valdivia”.

 

 

[1]             Incluso se podría revisar la tan de moda prueba ENLACE de la SEP, en la que ya se aprecian casos de niños de escuelas rurales mejor formados académicamente que los de las grandes ciudades.

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