Columna INAH
Primera expedición científica mexicana a las Pinturas de gran mural
Por: John J. Temple*La publicación del artículo "El reto al mar", de Fernando Jordán, en la revista Impacto, del 11 de marzo de 1951, sorprendió por los tesoros naturales y humanos existentes en Baja California Sur.
Este antropólogo y periodista había hecho un recorrido por toda la península y, posteriormente, en ese mismo año, editó El otro México, reuniendo los otros 25 artículos que había publicado sobre el tema bajacaliforniano, en los que mostró el rostro desconocido, mágico y seductor de la península, obra que nos sigue cautivando con gran fuerza.
Destacaba la descripción –que no el descubrimiento– de la “Cueva de San Borjitas”, que atrajo la atención de Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Es oportuno aclarar que, en 1946, se había dado a conocer las pinturas de Bonampak.
Era el momento preciso para investigar y difundir los tesoros de San Borjitas. Con ese objetivo, el INAH formó así la primera misión científica mexicana el mismo año de 1951. Estaba conformada por la etnóloga Barbro Dahlgren, el antropólogo Javier Romero y, como guía, el mismo Fernando Jordán.
Las primeras preguntas que se plantearon estos tres académicos fueron las siguientes:
¿Cuál era el estado actual de las investigaciones antropológicas en Baja California?
¿Cuál había sido su desarrollo?
¿Qué era lo que ya se conocía sobre las pinturas rupestres en esa región?
¿Por qué se encuentran las pinturas polícromas en un lugar tan recóndito?
¿Cuál puede ser su significado?
¿Cómo pudieron realizarse en un plano que forma la bóveda de una cueva y que se encuentra a cinco metros del piso?
Anticipaban que las respuestas prometían ser un campo riquísimo de estudio para los prehistoriadores mexicanos, pues se reconocía que la antropología nacional parecía haber descuidado los estudios en Baja California, con largos lapsos de olvido.
Su informe fue publicado ese mismo año, en Cuadernos Americanos.
Para empezar, la copia de las pinturas fue sumamente difícil, pues de cerca hacía perder los contornos. Calcarlas, aún más problemático.
Fue entonces que, basándose en un croquis muy preciso de Romero en escala 1:50, fueron tomadas fotografías con la intención de hacer un mosaico que se adecuara al boceto. Unas con luz de día y otras con luz artificial, tanto a color como en blanco y negro.
Fueron en total 70 figuras, clasificadas en tres tipos principales: Espantajos, Cardone y Bicolores
Los primeros son más esquemáticos, usan color amarillo –que no se vuelve a utilizar– y representan el más antiguo, debido a la superposición respecto a las restantes figuras.
Los Cardones son figuras con siluetas bulbosas cuyas formas recuerdan a las cactáceas de este nombre.
Los Bicolores tienen el cuerpo pintado en colores rojo y negro, en diferentes porciones, y son muy realistas. Portan penachos, orejeras y un gorro. Algunos aparecen atravesadas por flechas.
Hay otros a los que se denominó excéntricos: El Coyote, El Cuadriculado, El de los Brazos Caídos, El Sapo y El Muerto.
El Coyote podría ser un shamán disfrazado. El Cuadriculado, una transición, por tener color amarillo, pero con los brazos parecidos a los más tardíos. El de los Brazos Caídos, por tener esta posición y además ser una transición entre cardones y bicolores. El Sapo, que puede ser en realidad un hombre sentado, es de la última época; y El Muerto, que es una figura blanca a rayas y contornos negros que marcan las órbitas y las costillas.
Aventuran algunas conclusiones, como la retomada de León Diguet de que es la escena de una batalla, pero con otras de diferente índole, que no desmerecen con las interpretaciones actuales. Inclusive puede tratarse de diferentes clanes.
De su antigüedad, fue difícil saberla, pero por lo menos eran lo suficientemente anteriores a los grupos indígenas cochimíes, que no tenían idea ni del significado ni de qué grupos podían haberlas hecho.
Hasta aquí, los principales datos de la investigación.
Posteriormente, a este tipo de pinturas Harry Crosby las denominó "Pintura gran mural", cuya distribución abarca desde Cataviña, por el norte, hasta el sur, hacia Bahía Concepción.
Las últimas investigaciones realizadas por María de la Luz Gutiérrez y Justin R. Harlan, han determinado una antigüedad de alrededor de 3 mil 300 años antes del presente.
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* Investigador del Centro INAH–BC.
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