Vida

Argentina más allá del Malbec

Cierto, el país sudamericano hizo de ésta su uva emblemática, pero hay otras variedades que merecen reconocimiento
martes, 12 de enero de 2021 · 01:28

AGENCIA REFORMA
Ciudad de México

Argentina se ha caracterizado por sus vinos de la uva Malbec, hoy en día, su buque insignia y mayor éxito comercial; sin embargo, desde hace varios años y sin llegar al terreno de los vinos para “exploradores”, sus enólogos buscan diversificar su identidad.
Actualmente, pueden ya mencionarse varias etiquetas que se codean con los mejores Malbec de aquel país y que han sabido encontrar su lugar en el mundo, en la góndola o la carta de un restaurante; algunos, incluso, cosechando más elogios que en sus zonas de origen.
Recientemente, James Suckling, conocido crítico de vinos especializado en aquellos elaborados en Sudamérica, premió como mejor vino del 2020 al Chacra Treinta y Dos, un Pinot Noir de Río Negro, Patagonia, lo que reabrió la discusión acerca de cuáles variedades pueden acompañar a la Malbec en su sitial de honor.

Pinot Noir
¿Puede Argentina, con la mayoría de sus zonas vitivinícolas catalogadas como “cálidas”, producir Pinot Noir con proyección mundial? La respuesta es: sí, puede hacerlo (y de hecho, lo hace).
La Pinot Noir, variedad amante del frío, ha buscado sus propios recovecos en el mapa argentino, donde ha logrado vinos realmente espectaculares y en diferentes segmentos de precios.
Hay marcadas diferencias entre lo que puede producirse en Patagonia, con el mencionado Chacra Treinta y Dos y el Humberto Canale Pinot Noir de Río Negro, y los carnosos vinos de Neuquén, donde destaca por precio-calidad el Familia Schroeder Barrel Fermented Pinot Noir.
En el Valle de Uco, en Mendoza, destacan los viñedos plantados en Gualtallary, como ejemplos el Finca Ferrer 1310 o el reconocido Luca Pinot Noir.
También puede mirarse hacia Salta, donde la bodega Colomé está produciendo por encima de los 3 mil msnm. O a la zona de Chapadmalal, en las cercanías de Mar del Plata, en la costa de Buenos Aires, donde Trapiche vinifica, a escasos 6 a 8 kilómetros del mar -con todo el frío marino que esto supone-, sus asombrosos Costa y Pampa.
 Si debe hablarse de estilos, los Pinot Noir argentinos se posicionan más cercanos a los californianos, algunos bastante similares a los que se producen en Sonoma, pasando por los de Oregon, con Willamette Valley a la cabeza y llegando al Central Otago neozelandés, con bastante más fruta, más carnosidad en boca y, usualmente, un perfil con mayor contenido alcohólico de lo que podemos encontrar en Borgoña.
La excepción, porque siempre podemos encontrarla en Argentina, es lo que se empieza a producir en Chubut, con el ya comercial Otronia 45 Rugientes, (cuyos consultores son Alberto Antonini y Pedro Parra, conocidos por su Alto Las Hormigas). Este Pinot Noir es un vino que por su acidez, nariz y elegancia, puede evocar a los grandes de la Cote de Nuits y permite soñar con un futuro promisorio.

Cabernet Franc
Mencionada por algunos conocedores del vino argentino como “la nueva joya de la corona”, el Cabernet Franc ha dado mucho de que hablar en la última década.
Aunque de esta variedad hay viñedos plantados desde la segunda mitad del siglo 19, fue en los últimos años, donde la variedad alcanzó su categoría de “rockstar”; al punto de El Gran Enemigo Gualtallary 2013 Cabernet Franc ha sido el único vino argentino en alcanzar los 100 puntos de The Wine Advocate, la publicación de Robert Parker.
Ese éxito repentino llamó profundamente la atención, aún más si se tiene en cuenta que de esta variedad hay escasas mil 100 hectáreas plantadas a lo largo de todo el territorio. Mendoza encabeza la superficie con casi 900.
Dentro de las credenciales que algunos exponen para acceder a ese Olimpo reservado para pocos vinos argentinos, podemos esgrimir que la Cabernet Franc, al igual que la Malbec, muestra un carácter totalmente diferente, dependiendo del terruño donde esté plantado.
Eso puede llegar a sonar como una simpleza; sin embargo, pocas variedades pueden mostrarse amables, maduras, fáciles de beber, con un perfil de frutas negras, balsámicos y pirazinas (notas herbales), en la primera zona de Mendoza (Lujan de Cuyo y Maipú); o con un perfil mucho más anguloso, acidez firme y una nariz direccionada hacia la fruta roja y especias de hoja, en el Valle de Uco.
Hay que destacar la calidad que se produce en el Valle de Pedernal, San Juan, por alturas y suelos de características muy similares a las del Valle de Uco; y los de San Patricio del Chañar, Neuquén, donde muestra un carácter intermedio entre los dos mendocinos mencionados.
En todos los casos, la longevidad es un punto a destacar. En su juventud son vinos plenos, con algunas aristas propias; sin embargo, esas características se desvanecen y crece muchísimo en calidad cuando el vino pasa algunos años en botella.
Para probar, vale la pena el Kaiken Obertura, de Vista Flores, Tunuyan, y el Tomero Cabernet Franc, de Agrelo, Lujan de Cuyo.

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