ESCRIBIENDO CON PINCEL

El genio de la capilla

Con 33 años y bajo la encomienda del papa Julio II, Michelangelo di Ludovico Buonarroti Simoni se dio a la tarea de elaborar complejas escenas bíblicas y de la mitología griega en las bóvedas de la Capilla Sixtina
lunes, 21 de noviembre de 2022 · 00:00

JOSÉ CARRILLO/COLABORACIÓN
jcarrillocedillo@hotmail.com | Ensenada, B. C.

La mañana del 18 de febrero de 1564 muere a los 89 años Michelangelo di Ludovico Buonarroti Simoni, ese individualista huraño, partidario de todas las causas perdidas, enemigo irreductible de todos los conformismos, como lo define Marcel Brion en el libro que sobre la vida del genio que persiguió la belleza donde quiera que se encontrara para expresarla en sus obras.
Miguel Ángel nació en un pequeño pueblo entre Florencia y la Roma imperial, Caprese, Arezzo en 1475. Su padre, Ludovico Buonarroti tenía un cargo en el gobierno y a unas pocas semanas de nacido el niño, el señor Buonarroti fue llamado a Florencia.
Su madre, Francesca di Neri del Miniato Siena, estaba muy débil y ya no pudo seguir amamantándolo, por lo que tuvieron que dárselo a la esposa de un señor cantero, quien fungió como nodriza.

NIÑEZ EN LAS ROCAS
Se podría decir que la música infantil de Miguel Ángel fueron las canciones de los obreros que cantaban al compás del ruido de las sierras cortando los grandes bloques de piedras y diversos mármoles que caían en el patio todos los días; de carretas tiradas por bueyes, y que al aprender a caminar, el niño lo hacía circulando entre las piedras.
Claro está que en el taller de su padre putativo no se hacían esculturas artísticas, pero su ropa, como la de todos los habitantes de la casa, estaba cubierta de polvillo de mármol.
Sus primeros juguetes fueron cinceles y martillos, herramientas que utilizaba su padre putativo, quien no era artista, pero daba forma perfecta a los bloques que se usaban para construir iglesias.
Pero al ir creciendo el niño aprendió a, solo con el tacto y con los ojos cerrados, reconocer las venas de las diferentes piedras y mármoles como la palma de su mano. 
Ya adolescente, Miguel Ángel fue conociendo las obras del escultor que llenó en ese tiempo a Florencia de hermosas y delicadas esculturas, Desiderio. 
Cobijado por los Medicis, que le compraban todo lo que producía al grado de que sus piezas ya no cabían en el patio de su castillo, el chico empezó a sentir dentro de él la llama de la creatividad, y su padre lo llevó a presentarlo como aprendiz al taller del maestro Domenico Ghirlandaio.
Famoso en Florencia como hábil y buen pintor que manejaba sabiamente la mezcla del color, en sus cuadros mezclaba personajes de la historia con personas que le pagaban por aparecer en sus obras, lo que lo mantenía bien relacionado con personajes ricos y poderosos. 
Ese era otro de los motivos del padre de Miguel Ángel para llevarlo al taller, además de que no quería saber nada de la ocupación de su hijo. El joven alumno solo cumplía lo ordenado por el maestro sin entusiasmo, pues su interés era la escultura. 
Se piensa que si hubiera tenido el mínimo interés, Ghirlandaio le hubiera enseñado todos los secretos del arte de la pintura, pero no fue así. De tal modo que cuando tuvo que pintar la Capilla Sixtina contrató fresquistas que le ayudaran, no tanto al contenido sino a la técnica que había medio conocido y había fracasado en sus primeros intentos al utilizar un mortero demasiado húmedo, error que no hubiera cometido el peor de los alumnos del taller. 
Ghirlandaio se dio cuenta que los dibujos de Miguel Ángel eran de escultor. Fue un error que le llevaran al niño y obligarlo a pintar al fresco, cuando lo que el niño pedía era un trozo de mármol.

FUGITIVO DE LAS PINTURAS
Miguel Ángel de modo manifiesto despreciaba la pintura. Se hizo amigo de otro discípulo, Granacci, y con él en algunas ocasiones se escapaban al taller del escultor Bertoldo, ahí sí había polvo de mármol en el ambiente, se fundía el bronce, más los ruidos de los golpes de las mazas sobre los mármoles que trabajaban sus alumnos. 
Después de un año se despidió del maestro y él le deseó buena suerte con una sonrisa; e ingresó al taller de Bertoldo, donde recordó su infancia en el taller de canteras de su padre putativo. 
Le gustaba el lado “obrero” de la escultura, el cuerpo a cuerpo con la piedra; de ahí sus grandiosas esculturas de mármol que maravillaron a todos en Florencia, lo que motivó su gran fama que llegó hasta Roma.
Quizá tuvieron razón los críticos contemporáneos de Miguel Ángel Buonarroti, al escribir que exageraba sus dolencias cuando escribió un soneto de los muchos que nos dejó, en el que se quejaba del intenso dolor de la tortícolis y los enceguecidos ojos durante semanas, como resultado de pintar de pie con la cabeza hacia atrás durante horas (en mi opinión, no creo que haya pintado acostado, como dicen algunos articulistas) y los chorros de pintura que cayeron a sus ojos en muchas ocasiones, durante meses de un suplicio muy desagradable. 
Había sido llamado por el papa, y es sabido que un llamado de Julio II, era una orden, pues era conocido por ser autoritario.
Se presentó puntualmente y el papa le expresó su idea de que él pintara el techo de la Capilla Sixtina (pues las paredes ya habían sido pintadas por otros genios contemporáneos, no quedaba ninguna), que previamente había mandado pintar de blanco, suprimiendo la pintura original de un cielo tachonado de estrellas. 
“¡No soy pintor, soy escultor!”, dijo Miguel Ángel. “Bueno sí, quiero que diseñes mi tumba con muchas esculturas… pero primero pintas la capilla, punto”, debió decir el papa.

LA CAPILLA SIXTINA
Se le conoce como Sixtina porque fue el papa Sixto quien mandó construirla. La bóveda tiene 40 metros de largo, 13 de ancho y 21 de alto. Lo que pintó el genio fueron 509 metros cuadrados al fresco. Pero, alguna vez se ha preguntado usted ¿qué es el fresco?
El fresco es una técnica milenaria, es como el latín a los idiomas modernos, pues existe una tendencia entre los artistas actuales a conocer más profundamente dicha técnica, basada en un cambio químico.
Los colores de tierra molida y mezclados con agua pura se aplican sobre una argamasa reciente de cal y arena, mientras la cal está aún en forma de hidróxido de calcio. Debido al dióxido de carbono de la atmósfera, la cal se trasforma en carbonato cálcico, de manera que el pigmento cristaliza en el seno de la pared. 
Los procedimientos para pintar con esta técnica son sencillos pero laboriosos, pues consumen mucho tiempo. En la preparación de la cal se llevan dos años pues hay que usarla pura, y se guarda en un pozo cubierta con agua pura, removiéndola de vez en cuando y tapada con una tapa de madera. 
Para no aburrirlo con detalles técnicos, solo diré que se agregan al muro elegido varias capas de diferente grosor y distintas proporciones de cal y arena. 
Habrá que subrayar que esta técnica no admite correcciones posteriores, si así fuera necesario, habrá que tirar lo malhecho y pintar de nuevo. Desde luego que esto se hace una vez elegido el muro. 
Mientras, paralelamente se dibujan grandes cartones con las figuras que integrarán el mural, y se perfora con una alezna el perfil a fin de que cuando se usen, se ponen contra el muro fresco y se pasa el dibujo con una “muñequita” de color, generalmente azul cobalto, quedando el contorno que se repasa con un pincel. 
Solo en estos cartones Miguel Ángel se tardó poco más de un año e hizo cientos de dibujos previos, hasta dibujar los definitivos para pasarlos en su momento, y avanzar su mural de la capilla.
El pintor determina cuánta mezcla de cal embadurnará el albañil para ese día, a esto se le llama “tarea” y él calcula esa medida a fin de no pintar sobre seco; por eso se llama así la técnica: fresco.
Se sabe que el genio era homosexual, muy vigoroso, de anchas espaldas, y que en un pleito contra un ayudante en el taller, recibió un puñetazo en la nariz que se enchuecó y así permaneció todo el resto de su vida. 

LA PROEZA DEL GENIO
Dice la historia que Miguel Ángel corrió a sus ayudantes pintores, pues los albañiles le eran prescindibles, de tal modo que pintó durante cuatro años en solitario, poniendo en riesgo su salud.
Hay que mencionar los recursos técnicos de dibujar algo que el espectador verá 20 metros abajo y calcular la complicada perspectiva de la curvatura de la cúpula, de tal modo que, insisto, no pintó acostado. Al pintar hay que abarcar la figura totalmente a la vista, de otra manera quedaría deformada, además variaría sensiblemente.
Solo este detalle es más que suficiente para admirar la proeza sobrehumana del genio que quedó sumamente dolido: después de terminado el trabajo tenía que leer con el libro arriba de su cabeza, inclinada hacía atrás, dolencias que arrastro durante años; él escribió que fueron los cuatro años más duros de su vida. 
Abordó el trabajo dividiendo el techo en escenas narrativas del libro del Génesis, resaltando la belleza del cuerpo humano. En los nichos se alternan los profetas del antiguo testamento y las Sibilas, las videntes de la mitología Griega. 
Fue un titánico trabajo en solitario, casi 300 figuras; él pintaba mientras abajo las actividades naturales continuaban sin problemas. Él diseño los andamios, y dicen que en muchas ocasiones no bajaba a comer y le subían su comida y frecuentemente, durmió arriba. 
Hay que mencionar el deslumbrante colorido y admirar el genio artístico de un hombre profundamente espiritual. El pago que recibió fue de 300 ducados que según los expertos del dinero, actualmente equivalen a unos tres millones de dólares.

 

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