DESDE HOLANDA

Las piscinas

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 24 de enero de 2018 · 00:00

En un país tan frío y con tanta agua como Holanda, las piscinas son imprescindibles. Es imperdonable que un niño no sepa hacer dos cosas en este país: andar en bicicleta y nadar.

Estos lugares son una inagotable fuente de folklore y una magnífica oportunidad de apreciar a los holandeses en su hábitat natural.

Escribo desde la cafetería de la piscina donde mi hija menor toma clases de natación. Tras el gran ventanal, madres y padres vemos los avances de nuestros retoños. A mi derecha e izquierda están dos musulmanas, que han alejado un poco su banquito de mí, cuando regresé de la barra con una cerveza.

Ahí está el hombre lobo. Un instructor de water polo que da clases a un grupo de niños y niñas -más niñas que niños-, cubierto sólo por un pequeño traje de baño azul y unos cinco millones de vellos. Muchas veces me pregunto si este personaje me perturbaría menos si fuera lampiño, pero creo que es el traje de baño el que me hace ruido. ¿Por qué no puede vestirse como su colega?, este otro instructor también tiene unos cincuenta años y unos kilitos de más, pero siempre trae un shorts hasta la rodilla y una camiseta.

Yo que me creo muy liberal, no dejo de sorprenderme por el poco pudor que muestran los holandeses en las piscinas. Tangas y bikinis son portados con total naturalidad, independientemente de la complexión de sus usuarios, y en los vestidores la gente se desnuda y cambia de ropa como si estuviera en su casa, sin prisas ni haciendo malabares con la toalla para ocultar un poco el cuerpo.

En los spas la cosa es peor, porque hombres y mujeres están obligados a hacer uso de sus instalaciones desnudos y juntos, así sea la piscina, el jacuzzi o el baño de vapor.

Allá está la chica que ayuda en las clases; tendrá unos diecisiete años mientras las instructoras de natación tienen como setenta. Los uniformes que llevan son shorts azul marino y camiseta blanca. La chica es la única que nunca usa nada debajo de la camiseta blanca, y aunque tiene los mismos atributos pectorales de un chico, me asombra su indiferencia a los sostenes.

De este lado de la ventana también hay personajes interesantes. Por ejemplo la pareja que va con su hijo como de un año de edad a ver las clases de su hijo mayor. Estarán por llegar a la treintena, él siempre enseña el “escote de plomero” cuando se sienta. Ella siempre deja al niño sentado en la carriola, le compran una bolsa de papas fritas para que se entretenga y nunca le quitan la chamarra. Adentro de las instalaciones hace un calor tropical, y se enojan cuando el niño, acalorado, empieza a llorar y quiere bajarse. Algunas personas deberían hacer un curso de cuidados básicos antes de ser padres.

La clase termina, todos abandonamos nuestros asientos frente al ventanal. Frente a mí, va la madre que siempre grita vivas y hurras a su hijo, y también palabras de aliento aunque el niño no pueda oírla. Como dice un dicho holandés dedicado a los extravagantes: hazlo normal, eso ya es suficientemente loco.

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