DESDE HOLANDA

La casa limpia

Por Dianeth Pérez Arreola
miércoles, 18 de julio de 2018 · 00:00

“Mamá, quién va a venir de visita?”, me preguntó hace mucho mi hija mayor. Y yo, “¿Por qué preguntas eso?”, “Porque estás limpiando”, me contestó muy quitada de la pena. Auch. Touché. Sí, estaba limpiando porque iba a tener visitas.

Ahora llevo tres días limpiando porque viene LA VISITA, así con mayúsculas. Mis padres acaban de abordar el vuelo que los traerá este verano a Holanda. No es por mi padre que me obsesiono con una casa limpia, sino con mi madre, la que me dijo mil veces “esto parece un chiquero”, cuando entraba a mi cuarto y yo era adolescente.

Además estaban en su repertorio las preguntas “¿cómo puedes vivir así?” y “¿no te da vergüenza con tus amigas?”. A mis 25 años me fui a trabajar a Tijuana, fue la primera vez que viví sola. Era un departamento en Playas, de pocos metros cuadrados y muchos dólares de renta. La primera vez que fue a visitarme todo estaba impecable.

No era difícil mantener limpio, el lugar era muy pequeño y con mi trabajo de editora en un periódico, solo iba a dormir. Recuerdo que uno de los primeros días, abrí un cajón de la cocina y salió una cucaracha, la criatura más asquerosa y terrorífica para mí. Me aguanté el grito, pues si alguien estornudaba en alguno de los otros cinco departamentos, los demás decíamos salud.

No podía aullar más como víctima de película de terror, como lo había hecho los anteriores 25 años, para ver a alguno de mis padres llegar corriendo con cara desencajada esperando ver un asesino, un muerto, un extraterrestre o algo que justificara tal grito, solo para encontrarse con una cucaracha.

Pues salí corriendo al supermercado más cercano y regresé con el spray mata insectos tamaño grande que me pareció más venenoso. Esto es madurar, pensé entonces, matar tus propias cucarachas.

Y aquí estoy, en un país donde por suerte nunca he visto una cucaracha, y donde solo limpio a conciencia cuando voy a tener visitas, pues con dos hijas pequeñas es imposible mantener todo en orden. Yo también ya apliqué las clásicas “si no me ayudan a limpiar, por lo menos no ensucien” y “¿pero qué no entienden español?”. Las frases maternas son patrimonio inmaterial de la humanidad, tenemos la obligación de pasarlas de generación en generación.

Me asombra descubrir que hay gente que tiene tiempo y ganas de planchar sus fundas y sábanas, cuando a mí me basta hacerlas bola y meterlas a empujones a un cajón lleno de ropa de cama, para luego sacarlas y ponerlas arrugadísimas sin sentir la menor culpa.

Mañana que mis padres estén aquí, me comportaré muy natural, como si tener la casa reluciente como la tengo ahora, fuera lo normal. Trataré de no llorar cuando mis hijas saquen sus dibujos llenos de brillantina para enseñárselos a los abuelos, mientras dejan un rastro de brillos tras ellas, en mi piso aspirado tres veces en los últimos días.

Tal vez mi casa limpia es mi dibujo lleno de brillantina, y mi mamá se aguantará las ganas de llorar cuando descubra mi cajón lleno de ropa de cama, sin doblar.

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