La mejor luz, la de los niños

viernes, 21 de noviembre de 2014 · 00:00
Todos llevamos un niño dentro a través de los ojos del corazón. Pienso que es bueno conservarlo, lo cual quiere decir que al menos el espíritu del entusiasmo está garantizado. En cualquier caso, creo que  necesitamos de vez en cuando volar, sentirnos con las alas de la vida vivos,  ascender  en busca de aquello que se desea, respirar la inocencia, aunque luego te quieran despertar a bofetadas. Precisamente, hace unos cuantos años,  los moradores del planeta tuvieron la feliz idea de hacer una justa proposición a todos los niños, se trataba de hacer todo lo posible para proteger y promover sus derechos a sobrevivir y prosperar, a aprender y desarrollarse, para que se hagan oír y alcancen su pleno potencial. Es por ello, que coincidiendo con la fecha de su día universal (20 de noviembre), se me ocurre reflexionar sobre el grado de cumplimiento de tales ofertas.
El pueblo que, jamás olvida las promesas, sabe bien que una cosa es predicar y otra dar trigo. Por lo pronto, cada día mueren más de diecisiete mil niños por causas que podríamos evitar y, que también,  antiguas y nuevas dificultades se han combinado para privar a muchos pequeños de sus derechos y de los beneficios del desarrollo. Por desgracia, los datos nos indican  que la situación de muchos chavales ha empeorado. Algunos nunca llegarán a celebrar su próximo cumpleaños, nunca terminarán la escuela y nunca conseguirán sus sueños. Desde luego, los adultos se lo hemos puesto muy difícil a este mundo de la inocencia. Por mucho que se hable de progreso, tiene bien poco sentido este necio diálogo, mientras haya niños con mirada triste, bañados en sus propias lágrimas. Indudablemente, no sirve con hacer únicamente  proclamas  de que "no puede haber una tarea más noble que la de dar a todos los niños un futuro mejor”, hace falta obrar para que el compromiso de llevarlo a buen término tenga su concreción de resultados positivos.
Los sueños y los anhelos de un mundo mejor para la infancia deben hacernos recapacitar a toda la especie, puesto que el futuro de la humanidad pende de su aliento. Ellos son el recurso más importante de futuro, la mejor esperanza. Si en verdad queremos aspirar a un orbe más equitativo y armónico, hemos de propiciar espacios para que los niños puedan vivir sin sobresaltos,  bajo el amor preciso y el precioso calor de sus progenitores,  la atención y el cuidado necesario para dar los primeros pasos en la vida y para tener una educación básica de buena calidad y, en la adolescencia, amplias oportunidades para abrir nuevos horizontes, bajo entornos favorables y seguros que los ayude a transformarse en ciudadanos comprometidos e íntegros. Así ha de ser el planeta que se merecen los niños y que los adultos tienen la obligación ineludible de implantar como ciudadanos del mundo. 

corcoba@telefonica.net

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