Columnas

La Carroca

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 4 de diciembre de 2016 · 00:00
Un discurso maravilloso

El frío ha llegado a nuestra tierra. Los períodos de luz son más cortos, las noches, largas. Poco a poco la oscuridad va ganando terreno. En todas las culturas, en nuestro caso en el hemisferio norte, durante el mes de diciembre, después de unos días en los que el sol aparentemente se detiene y se experimenta la noche más larga del año, se ha celebrado la victoria de la luz,- los días empiezan a ser gradualmente menos cortos con respecto a la noche.

Las civilizaciones estrechamente ligadas a la tierra, a los períodos de cosecha y a la crianza de ganado, sabían que se aproximaba una posible hambruna y muerte, por lo que aprovechaban para sacrificar aquellos animales que tal vez no sobrevivirían al frío y las heladas. 

Tiempo asociado también a la siembra, al celo de invierno de los animales y de sus dueños, a la esperanza de la luz, al grupo familiar en torno al fuego, al compartir y alimentarse bien para sostenerse con fuerza en la vida. Independientemente de cómo se ha interpretado y celebrado, los hombres y mujeres de todos los tiempos no han dejado de significar el solsticio de invierno como una oportunidad de renovación, de vida nueva, de la victoria de la luz sobre las tinieblas. El triunfo de la vida en medio del frío invierno. El cristianismo resignificó estas celebraciones y fijó el 25 de diciembre lo que consideró el verdadero y definitivo triunfo de la luz, de la vida: la solemnidad de la Natividad del Señor.

Por otra parte, en el calendario civil,- la organización oficial del tiempo-, es el momento en que se cierran ciclos,  nos detenemos y tomamos un descanso. Y es imposible en estas fechas no hacer el recuento de los daños, de revisar el debe y el haber, de echar de menos lo que falta y de agradecer lo que se tiene.

Pero también es la época en la que el mercado le ha puesto precio a todo. Como si nuestros grandes anhelos tuvieran inevitablemente una etiqueta. La oferta de bienestar y estatus ocupa los escaparates reales y virtuales y las tan antiguas tentaciones se presentan preciosamente adornadas, perfumadas, atractivas. Y lo más terrible: necesarias. El techo de bonanza que nos ofrece el mercado nos queda demasiado alto. Entre la copa de nuestros sombreros y semejantes alturas hay una distancia perversa. Y nos sentimos frustrados porque nunca llegaremos a tocarlo. Porque se trata de que cada que subamos un centímetro, el techo se aleje un metro. Así funciona. Pero es cosa de pensar cuánto de todo lo que el mercado nos ofrece, real y verdaderamente necesitamos. Y verá usted que puede vivir libre y alegremente sin tantas ataduras.

En la Carta Apostólica Misericordia et Misera, dirigida a todo mundo, Francisco ha establecido la celebración de la Jornada mundial de los pobres. Hay que dejar la fantasía, el discurso maravilloso, la teoría de la misericordia y rescatar su valor social. "Mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa no habrá justicia ni paz social”. Este tiempo de renovación, celebración, comida, recuento esperanza, descanso y gastadera, pero también de hambre y frío, debe incluir, en primer lugar, a los más olvidados y desprotegidos. Vale.

*La autora es mujer de letras sacras y profanas

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