Columnas

La Carroca

Por Soraya Valencia Mayoral*
domingo, 25 de septiembre de 2016 · 00:00
Golpe bajo

En lógica se denomina falacia a aquellos aparentes argumentos, muy eficaces por lo general, que son, por así decirlo, razonamientos defectuosos en su construcción. Las falacias más comunes son ad verecundiam (de autoridad) y ad hominem. Esta última consiste en atacar no al argumento sino a la persona. Por ejemplo, en un debate entre políticos, se plantean ideas y sobre las ideas se discute. Cada participante afirma esto o aquello. Hay quien contradice, quien apoya, quien sintetiza, etc. Pero el diálogo debe ser a nivel de ideas, de propuestas. Sucede que, de repente, alguno suelta un golpe directo a la mandíbula descalificando a su oponente. "Ud. afirma tal cosa pero en su vida, en su familia, sus hijos”, "Tengo aquí una fotografía que”… se traslada la discusión de las ideas a la persona, independientemente de la verdad o falsedad de los señalamientos, golpeando la moral y las emociones.
No falla. Es un recurso muy sucio y engañoso cuya eficacia consiste en la certeza de que en materia de integridad moral, infalibilidad, pureza y santidad ninguno tenemos diez en la boleta. El uso intencional de estos recursos discursivos es vil y perverso.

En la guerra que se ha desatado a propósito de la iniciativa del presidente Peña sobre el llamado matrimonio igualitario seguramente van a pagar justos por pecadores en ambas trincheras. Y digo guerra, porque no se puede llamar de otra manera. A la hora de teclear este artículo todavía no se ha realizado la marcha del 24 . Pero el jueves circuló en las redes una nota sobre una supuesta lista llamada "Péndulo” del colectivo Frente del Orgullo Nacional en la que aparecen 38 nombres y apellidos de ministros de la Iglesia católica señalados de homosexualidad. Oh paradoja, quienes defienden los derechos de los homosexuales exhiben a otros acusándoles de lo mismo. Dicen que en la guerra y en el amor, todo se vale. Más bien, en la guerra y en el odio. Volviendo a las falacias: el debate sale del nivel de las ideas y los planteamientos y se traslada al plano de lo personal, de la moral y las emociones como decíamos, para dar un golpe bajo al oponente. Cuando se busca un nivel de discusión serio y de altura, es un error grave, no hace favor a ninguna de las partes y abona al descrédito. Pero de momento funciona, aturde y aviva el odio. Y no es por ahí, no debería ser por ahí. 

No necesitamos más odio. No es justo instrumentalizar a las personas,- fieles o ciudadanos-, en medio de un ambiente de hartazgo e inconformidad social, en donde la pobreza, el hambre, la violencia, la exclusión y la muerte conforman el marco en el que nos movemos día a día y donde hasta una chispa provoca un incendio. ¿Quién gana en todo esto? Será que los años traen como guarnición una ración de suspicacia. Mientras tanto, entre calumnias y ofensas, verdades y mentiras, la tensión crece y divide, inclusive familias. Vale.

*La autora en mujer de letras sacras y profanas

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