MIRADOR

lunes, 7 de abril de 2014 · 22:10
Me entristeció la muerte de Joseph Yule, Jr., también llamado Mickey McBann, también llamado Mickey Rooney. 
Muchachillo adolescente, pecoso y eternamente entusiasmado, robó el corazón de las adolescentes norteamericanas -y de sus mamás-, que se consternaron al saber, en 1942, que su ídolo ya no era un muchachillo: se había casado con una desconocida que después sería muy conocida: Ava Gardner. (Por cierto el primer amor -platónico- de Borges, según dijo el escritor alguna vez).
Se fue apagando poco a poco Mickey Rooney. Su vida fue en adelante una constante lucha contra la mayor tragedia que un actor puede sufrir: el olvido. Se casó siete veces más -uno de sus matrimonio duró sólo 100 días); engordó, y tuvo que hacer pésimas películas para costear los gastos de su desordenada vida. Llegó a ser el fantasma de sí mismo.
Lo recordaremos, sin embargo, por su sonrisa contagiosa y su optimismo alegre. Sus numerosos hijos, nietos y bisnietos le darán una inmortalidad más verdadera que la que el cine da.

¡Hasta mañana!

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