MIRADOR

lunes, 14 de julio de 2014 · 21:27
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que oyó a su hijo decir la primera palabra, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-El cristianismo fue en su origen una religión apocalíptica. Los primeros cristianos tenían la certidumbre de que el fin del mundo estaba cerca. De ahí que su religiosidad los llevara al celibato y a la virginidad: ¿para qué tener hijos si el mundo ya se iba a acabar?
-De esa visión apocalíptica -siguió diciendo Jean Cusset- derivaron ideas y prácticas que prevalecen hasta nuestros días, y que si bien en su origen tuvieron explicación, carecen ahora de fundamento. El mundo no se acabó; una y otra vez han fallado las profecías que anuncian su inminente final. Por eso hemos hacer de nuestra religión una doctrina de vida, no de alejamiento de la vida; una obra de amor llena de fe y esperanza en un mundo que apenas empieza, no que ya va a acabar.
Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas como siempre.

¡Hasta mañana!...

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